El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

viernes, 18 de diciembre de 2020

De mercaderes judíos y Monumentos de Semana Santa en Villanueva de la Jara

 


En ocasiones, se adora a Dios en los lugares más insospechados. En una cuadra de mulas de Villanueva de la Jara y entre estiércol se había levantado un altar con una estampa de  Cristo entre esponjas y una estampa de la Virgen; dos cencerrillos a modo de matracas completaban el altar. La cuadra se había convertido en improvisado santuario de los hijos del mercader jareño Juan Esteban Fernández; un viejo conocido de la Inquisición que ya le había sido reconvenido, junto a su mujer María López, veintidós años antes, en 1722, por prácticas judaizantes. 


La afición por los altares había empezado como un juego de niños. Uno de los hijos, Felipe, de diez años junto a su hermano Vicente de nueve, habían convertido la cámara de la casa familiar en lo que ellos llamaban ermitas, colgando sobre la pared una tabla con estampas religiosas, clavadas con tachuelas. La práctica de levantar ermitas o monumentos en la Jara era algo común entre los niños del pueblo, en especial, para la Semana Santa. En torno a los altares levantados por los dos hermanos jugaban otros ocho chicos del pueblo. Lo que era práctica consentida, fue llevada al terreno del juego por los hijos del matrimonio, que levantaron un segundo altar, esta vez en el establo, cuya descripción difería en sus elementos y formas con la descripción de los delatores de sus padres, pues se había levantado con dos crucifijos de papel y al parecer, aparte de colocar a Cristo entre estiércol, la irreverencia que causó estupor entre los inquisidores fue aprovechar el palo que servía de acostadero para las gallinas, con platos y cencerrillos, quitados a dos borricos, como acompañamiento musical, que intentaba asemejarse a esas timbales que acompañaban al Santísimo en sus procesiones. Tenemos la seguridad que el padre reconvino violentamente a sus hijos, correa en mano, como era costumbre, aunque no sabemos si por ser consciente de las prácticas heréticas o, lo que es más probable, por su disgusto de ver a las gallinas en vilo.

El padre, Juan Sebastián Fernández, de 50 años en 1744, era natural de Berlanga del Duero y establecido como mercader en Villanueva de la Jara. En realidad, la familia procedía de Lisboa y era un linaje de mercaderes judíos, conocidos como los Rodríguez, establecidos en tierras conquenses, sobre los que la Inquisición había puesto sus ojos dos décadas antes condenando a varios miembros del clan por seguir la Ley de Moisés: la madre de Juan, María Rodríguez, su hermana Ana, sus hermanos Gabriel, Manuel, Narciso y Antonio, y su propia mujer María López y él mismo. Sin duda, las condenas inquisitoriales habían hecho mella en la familia, atemorizada por las acusaciones de sus vecinos, y como en tantos otros casos, intentaron demostrar su fe en los gestos externos y visibles a la comunidad. Juan Sebastián regaló en 1743 a la imagen del Buen Suceso, venerada en el convento de San Francisco, un vestido de damasco valorado en 500 reales, y otro vestido de diez pesos para el Niño Jesús de dicho convento, así como limosnas, ayudas a festividades, a cuidado de enfermos o la donación de seis fanegas de trigo para la parroquia de la Asunción y varias donaciones para acabar de dorar el retablo de dicha iglesia que hoy nos sorprende con su derroche de esplendor. Para entonces ya sabía de las delaciones de sus vecinos.


Los gestos cristianos del mercader, sin embargo, provocaban una mayor envidia en sus convecinos, vistos como ostentación del nuevo rico, ajeno al pueblo y a la comunidad. Su excesivo ardor a la veneración de imágenes era visto como teatralidad y los juegos de sus hijos como acusación manifiesta. Es cierto que nuestro mercader tenía sus enemigos, pero también que contaba con el apoyo y testimonio favorable en el pueblo de una minoría ilustrada (médico, escribano y tenientes de cura) que veían estas intromisiones inquisitoriales como extemporáneas y que, sin duda, influirían en una sentencia benigna.


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,3728,Exp.81, Juan Sebastián Fernández

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