El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

martes, 21 de mayo de 2019

La liga y monipodio de los renteros de El Pedernoso

No hemos de trasladarnos a la obra cervantina de Rinconete y Cortadillo para encontrar el término de liga y monipodio. Lo que nos ha quedado en la memoria como asociación de malhechores era después de la guerra del Marquesado algo común en las villas de realengo. Agrupaciones de hombres en busca de su provecho particular, muy alejados de la imagen de ladrones, para confundirse con los oficiales del concejo, pues era el control de los cargos concejiles lo que les permitía hacer uso de ellos para el control de los bienes, que no eran otros que la tierra para el cultivo y las yerbas de pasto y abrevaderos para el ganado.

Era aquella época de la posguerra del Marquesado, como cualquier otra de fin de hostilidades, lugar de revanchas; los hombres, al menos aquellos poderosos, acudían al Consejo Real en busca de justicia y cartas de seguro para salvar sus personas y haciendas. Otros, menos afortunados, perdían el pequeño patrimonio y su casa y con ello su dignidad como personas, acabando sus días en las puertas de las iglesias, viviendo de las limosnas ajenas o deambulando por los campos, recogiendo los granos sueltos y los racimos de uvas olvidados en los majuelos. A la puerta de la iglesia de Vara de Rey solía pasar sus horas Miguel Sánchez del Ramo entre la conmiseración y escarnio de sus vecinos. O tal era el caso de Juan Escribano que andaba por las viñas y panes apreciando los daños de los ganados o de Martín de Gil Gómez, que trabajaba a jornal segando, podando o cavando. Ambos eran de Honrubia. Se trataba de labradores arruinados, enemigos de hidalgos los llamaban; pues de sus bocas salían las palabras más groseras contra esos hidalgos que no pechaban. No todos los desfavorecidos eran pecheros; un Juan de Ortega, hidalgo arruinado de San Clemente, andaba para oprobio suyo y de su linaje, por las noches recogiendo gavillas de leña en el monte y ahora de montar caballos iba andando tras un rucio, siendo el hazmerreir de sus paisanos. De las burlas no se libraba ni el mismo alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo, que, con más de ochenta años, acudía en burro, desde la fortaleza a la villa de San Clemente, para visitar a sus nietos; Rodrigo de Ortega el viejo se reía de él, viéndolo a lomos de tan insignificante bestia, pero el ladino alcaide, cargado de vivencias del mundo, le recordaba al terrateniente de Villar de Cantos que más pecado era parecer pobre, en aquellos tiempos, que dejar de ser hidalgo.
Aquellas sociedades tradicionales de pequeños labradores habían visto sus haciendas empequeñecidas, cuando no robadas, por las dádivas del maestre don Juan Pacheco y su hijo Diego a sus paniaguados. Quizás el caso más sonado fuera el del jareño Pascual García, que veía robado su heredamiento de la Hoya del Roblecillo. La guerra vino a hacer ley común el robo y el saqueo. Unas veces, eran operaciones militares que requisaban grandes cantidades de cabezas de ganado o destruían pueblos, hundiéndolos para un cuarto de siglo, como La Alberca; pero otras, simples robos a arrieros y carreteros, tales en el camino de El Provencio a Socuéllamos, donde la hostilidad militar se confundía con la simple oportunidad de la ganancia fácil; una tierra de nadie, donde el espacio agrario se iba forjando, pero que en el presente era simple dehesa donde las piaras de cerdos comían las bellotas, cuando no el cadáver de algún niño mal enterrado por una madre deshonrada.
Conflicto de sebosos contra almagrados, se nos dice, pero las gotas de sangre judía no dependían tanto del líquido que corría por las venas, sino de las enemistades ganadas en la guerra. En la fortaleza de Chinchilla, don Juan Pacheco fue capaz de reunir allá por el año 1464 a todos, hombres forjados en la guerra y esos otros que esperaban aprender de las armas en en las hostilidades. Unos eran los cuantiosos, que vivían del arte militar, otros, solo tenían un caballo en el que habían empeñado su hacienda para ganar la fortuna y la gloria. Pero dos décadas después todos se encontraban sin oficio ni beneficio, huyendo de las venganzas pasadas o simplemente buscando la fidelidad de sus próximos. En algún caso, únicamente tenían su apellido, dado por el lugar de procedencia, y que, cuando cambien los tiempos, será carta de naturaleza para pretensiones hidalgas. Pues los hombres, que han aprendido a moverse en la guerra de un sitio para otro, rompiendo las familias, ahora en tiempos de paz se asientan en los pueblos para rehacer sus vidas con sus tierras y ganados. De aquellos hombres que han servido al marqués, pocas fidelidades quedan. El alcaide García Pallarés ahora quiere honrar a sus reyes; los Rosillo o los Cantos son paladines de la causa real y buscan ahora el poder en San Clemente o Albacete; otros, como, los Vara de Rey inician un periplo hacia Hellín, para buscar, después, las nuevas oportunidades nacidas en alquerías convertidas en grandes aldeas, caso de Quintanar del Marquesado. El apellido Alarcón lo llevan todos, pero solo los más afortunados intentarán confundirse con los Ruiz de Alarcón en pretensiones hidalgas. Muchos se hacen labradores, otros aprenden las letras en improvisados estudios de gramática, si es que así se puede llamar a las casas de los clérigos: tal vez al calor de las lecciones de un cura aprendieran sus primeras letras los Ruiz de Almarcha, familia de leguleyos y alcaldes mayores, como aprendió las letras el clérigo Diego de Alarcón en Castillo de Garcimuñoz.
Nunca ha habido parto tan doloroso como la nueva sociedad que surgió de la guerra y se forjó en el fin de siglo. A cuchilladas nacían las nuevas villas, aunque sería más acertado decir que el nacimiento era en la contienda de los hombres por buscar su espacio vital. Las misas en la parroquia de San Clemente acababan a la salida de la puerta de Santiago en trifulcas con grupos organizados de hombres, provistos de dagas y espadas. Y es que los ricos de los pueblos aprovechaban los servicios como matones de unos hombres sin oficio qué ejercer. Hemos de pensar, en la villa de San Clemente, a un caballero converso Sancho Rodríguez poniendo las armas y a los sempiternos Origüelas escondiendo la mano después de lanzar la piedra. Como hemos de imaginar a Ruipérez o Cañavates en Villanueva de la Jara recomponiendo su poder, mientras los Mondéjar, enemigos del marqués, ponían los muertos. Pero las disputas adquirían la veste de pequeñas rencillas, que no llegaban a engendrar estas luchas de bandas y formación de ligas y monipodios, que denunciaba el belmonteño Gonzalo de Iniesta en ese otro lugar más alejado que era El Pedernoso. Confabulación mafiosa que no podía ser otra que los labradores de la villa, que, haciéndose con el poder concejil, pretendían ajustar las cuentas pendientes de la vieja aldea belmonteña con sus antiguos señores y sirvientes. Claro que el lugar preferido para resolver las disputas era la soledad de los campos. Por las heredades de El Cañavate resolvían sus diferencias a puñaladas los Piñán del Castillo y los Tébar.
Es de destacar el caso de El Pedernoso; aquí las acciones desmedidas no correspondían a los criados del marqués, sino a los labradores de la villa. Alcanzado el villazgo en 1480, labradores de El Pedernoso, quisieron poner fin a la intromisión de los colonos llegados desde Belmonte, que, por compra se decía, se habían hecho con parte de las tierras de la antigua aldea, dependiente de Belmonte por un periodo de quince años. Para ello formaron una liga o monipodio para imponer fuertes penas a aquellos que labraran las tierras de los foráneos en la villa. Estamos tentado de pensar que dicha liga se confundía con el gobierno concejil, pero creemos que más bien era simple reunión de vecinos imponiendo sus decisiones. Era una forma violenta de impedir el uso de estas tierras y forzar la venta o cesión obligatoria al nuevo concejo de El Pedernoso. La falta de arrendatarios para los propietarios belmonteños buscaba su expulsión del pueblo y la usurpación de sus propiedades (1). Aunque quizá el conflicto tuviera un marcado carácter de clase y estemos ante una subversión de los renteros, que intentaban el acceso a la propiedad de la tierra que labraban a costa de usurparla a sus dueños. Sabemos de la negativa de los renteros a pagar canon alguno a un gran propietario, vecino esta vez de la villa, llamado Sancho Arronis. Este carácter de clase es más marcado si pensamos que los conflictos surgen poco después que el licenciado Luna sentenciase términos propios para las villas de Las Pedroñeras, Las Mesas y El Pedernoso frente al marqués de Villena. La lucha por la jurisdicción era la lucha por la tierra (2). La lucha de los renteros de El Pedernoso iba más allá y apuntaba al marqués de Villena, a quien se pagaba con carácter anual un censo o renta, quizás reminiscencia señorial de un pretendido derecho sobre la tierra. Esta vez el Consejo Real, era el año 1495, sentenció a favor de don Diego. Hemos dicho quizás reminiscencia señorial más que por el momento que se tomó el censo, por las condiciones draconianas del mismo. El Pedernoso, y sus vecinos, era villa que padecía gran necesidad; el año 1490, la Corona exigió una importante aportación monetaria para la guerra contra los moros en Granada. En ayuda de la villa acudió el alcaide de Belmonte en nombre de su señor, prestando veinte mil maravedíes y cien fanegas de trigo; las condiciones impuestas eran crueles, la imposición de un censo enfitéutico sobre las casas, tierras y viñas de sus vecinos y la entrega anual de quince pares de gallinas (4)
La realidad era que El Pedernoso era uno de los casos más explícitos de la ruina provocada por la guerra del Marquesdo y la pobreza en la que habían caído muchos labradores, perdiendo sus tierras a favor de los hombres del marqués y del propio don Diego López Pacheco. Habían ganado la tierra, pero habían perdido sus tierras
que ellos resçibieron mucho daño en el tienpo de las guerras del Marquesado asy por esto como por los pleytos que han seguido con el marqués Diego López Pacheco e con otras personas por la esterilidad de la tierra del no coger pan ni vino ellos estavan muy pobres e alcançados e para conplir estas cosas dis que ovieron de vender e vendieron sus ganados e las tierras e bienes e rrayses que tenían e aquellos que dis que las conpraron ge las tornaron a arrendar e ellos las tomaron a rrenta dellos por mayores presçios (5)
Hubo que llegar la guerra de Granada para que estos aprendices de malhechores feudales tuvieran ocupación. Con ellos fueron de peones los labradores. Si alguna virtud tiene la guerra es que ofrece a los hombres la igualdad en el valor ante la muerte. Así, en 1492, a la vuelta de la guerra, las luchas banderizas fueron sustituidas por la universidad y común de los hombres que se pretendían iguales. Procuradores síndicos y diputados velaron por el bien común en los pueblos. Era un espejismo, pues la reacción señorial a la muerte de la Reina Católica, acompañada de la enfermedad y el hambre, fue más violenta que nunca. Pero la universidad de hombres que aspiraban a ser libres esta vez respondieron. Superada la crisis pestífera de 1508, los hombres empezaron a hacer realidad su sueño.


(1) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148805,128 Que la villa de Pedernoso derroque cierta liga y monipodio hechos para que nadie labrase las heredades de Gonzalo de Iniesta. 1488
(2) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148902,159 Sobre la ejecución de ciertos contratos en Pedernoso. 1489
(3) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,149502,569 Orden de cumplir la ejecutoria ganada por Diego Pacheco, vecino de Alcorcón, en pleito contra el concejo de El Pedernoso, a causa de un censo que tenían que pagarle. 1495
(4) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,149003,397 Queja sobre censo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, a villa de Pedernoso. 1490
(5)Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148808,20 Queja sobre censo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, a villa de Pedernoso. Para que el gobernador del marquesado de Villena, dé término de espera al concejo de Pedernoso, para el pago de unas deudas, si hallare que son pobres. 1488

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