Hay familias que sobresalieron en la segunda mitad del siglo XVI, que adquirieron una posición preponderante en la vida sanclementina, pero que según avanza el seiscientos parecen diluirse para caer en el olvido. Una de ellas es la familia García Monteagudo, que de la mano de Antón, al que vemos como visitador de salinas en la década de los setenta, consolidará e incrementará el mayorazgo fundado por sus padres; su hijo y su viuda María Álvarez de Tébar mantendrán la posición y la legarán a sus descendientes, regidores perpetuos de San Clemente, hasta que mediado el siglo XVII, su hacienda aparece incorporada a la de los Ortega y finalmente a la casa de los marqueses de Valdeguerrero. Un orgulloso Rodrigo Ortega y Ortega, destacará el apellido García Monteagudo a cualquier otro en las pruebas para la obtención del hábito de Santiago de 1640.
Algo similar nos ocurre con los Santa Cruz, procedentes de Albacete. La inexistencia de sucesor varón, diluirá el apellido en matrimonios, condenando la herencia familiar a manos de terceras familias. En este caso, la herencia recaerá en la familia Melgarejo. Pero antes, en la primera mitad del siglo XVII, el juego por el patrimonio de los Santa Cruz es a tres: Remírez de Oropesa, Astudillo y Melgarejo. En las disputas una mujer, doña Ana de Santa Cruz y Córdoba es el nexo de unión de alianzas y el motivo de disputas.
Doña Ana de Santa Cruz y Córdoba era consciente de su posición principal en la villa de San Clemente. Cuando redacta su testamento en 1624, poco antes de su muerte, ya ha reservado sepultura en la Iglesia mayor de Santiago, junto a la de su padre que está allí enterrado. Amortajada con el hábito de San Francisco, pidió que su cuerpo fuera acompañado por todos los clérigos de la Iglesia mayor de Santiago y los frailes franciscanos del convento de Santa María de Gracia con tres capas en la forma y según se acostunbra hazer con las personas de mi calidad. En su entierro deberían estar presentes los cofrades de la Sangre de Cristo y del resto de cofradías de la villa. Además de las habituales misas de rigor por su alma, cuatrocientas, y por la de sus padres e hijos difuntos, trescientas cincuenta, y la misa de réquiem, que procuró deslumbrara a sus vecinos, quiso garantizar la salvación de su alma o, desde quizás un deseo más mundano, preservar su recuerdo más allá de la muerte, mediante la fundación de una memoria o vínculo y una misa cantada cada año por San Pedro y San Pablo. Para hacerlo posible decidió que a la muerte de su marido Bernardo Remírez de Oropesa, se destinaran cien ducados para dar a censo a vecinos de la villa y con sus réditos pagar la citada misa, cantada y con diacono y subdiácono; como primera patrona de esta memoria se nombró a su hija mayor. Tenemos razones para dudar que su marido, nombrado albacea en el testamento, cumpliera con los deseos de la fenecida, pues un censo de cien ducados acabará en manos de los Astudillo. Poco más pudieron hacer por preservar su memoria los otros dos albaceas, sus hermanos, el clérigo Alonso González de Santa Cruz y doña Catalina de Santa Cruz, viuda de Fernando Muñoz de Buedo, familia sin duda del tesorero de rentas reales Martín de Buedo Gomendio, arruinado en 1610 para mayor provecho de los Astudillo. Es de temer que ambos hermanos no sobrevivirían a Bernardo Remírez de Oropesa.
Creemos que la familia Santa Cruz hizo su fortuna como servidores de la corona y de los oficios públicos. El padre de Ana de Santa Cruz de Córdoba, Francisco González de Santa Cruz, era capitán y su primer marido, el licenciado Alonso González de Santa Cruz, abogado de los Reales Consejos. De su primer matrimonio sólo sobreviviría una hija, Juana de Santa Cruz y Córdoba, muriendo los hijos varones. Al enviudar de este primer matrimonio, casaría de nuevo con el regidor de la villa de San Clemente, Bernardo Remírez de Oropesa. De este segundo matrimonio nacería una hija, Catalina de Oropesa.
En 1599 vemos al capitán Francisco González de Santacruz prestando 6000 ducados a la villa de San Clemente para abastecimiento de trigo para el pósito. El segundo matrimonio de la hija Ana fue una alianza interesada con un hombre, Bernardo Remírez de Oropesa, que por entonces era uno de los principales ganaderos del pueblo y que junto a otros como Diego de Montoya o Miguel Ortega se hallaban enfrentados con Juan Pacheco y Guzmán, alférez mayor de la villa. Defendían don Bernardo y sus aliados la primera instancia de la villa y la existencia de alcaldes ordinarios como mejor forma de defender sus intereses particulares como ganaderos.
Doña Ana de Santa Cruz y don Bernardo invirtieron parte de su riqueza en deuda pública y adquirieron un juro situado sobre las alcabalas del Marquesado de Villena. De la riqueza del matrimonio da fe la cuantía de del principal de dicho juro: 3.017.900 maravedíes, alrededor de 8.000 ducados. Parte del juro tenía su origen en otros anteriores, que desde mediados del quinientos poseían Rodrigo de Lerma, el licenciado Agustín Guedeja y Diego de San Pedro y que en 1611 habían pasado a Ambrosio Doria. El 20 de noviembre de 1615 el matrimonio Remírez Oropesa-Santa Cruz, adquirirá este juro y lo ampliará a la cantidad referida. El tipo de interés, en el contexto de consolidación de la deuda de los años anteriores pasará a ser de catorce a veinte al millar, o sea del 7 al 5 por ciento. Cuando en 1626 muere doña Ana Santa Cruz y se hace partición de bienes entre el viudo y sus dos hijas. Don Bernardo recibirá de ese juro la parte proporcional correspondiente a 750.000 maravedíes. Dicha cantidad es una pequeña parte de lo que correspondió a Bernardo Remírez de Oropesa en la partición: 5.371.589 maravedíes. Podemos hacernos una idea de la riqueza que había acumulado el matrimonio, si partimos de que la hija mayor recibiría en la partición una cantidad más alta por corresponderle la parte de Alonso González de Santa Cruz, su padre difunto.
Ese juro de más de tres cuentos fue una de las bases de la fianza de ocho cuentos que Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales, se veía obligado a dar cada tres años por su oficio. La alianza de Bernardo Remírez con Francisco de Astudillo le llevará a vender y traspasar a éste último su parte de juro el 1 de abril de 1626. Curiosamente, por la política de alianzas matrimonios, el juro acabaría en su mayor parte en manos de Francisco Melgarejo, aunque los Astudillo después de ceder la parte comprada a Bernardo de Oropesa a Tomás Melgarejo, como dote matrimonial de Ángela de Astudillo, acabarían recuperándola y por diversos vericuetos que veremos el destinatario final sería el convento de carmelitas de San José y Santa Ana.
Fuente:
AGS. Contaduría de Mercedes. 555/33Testamento de Ana Santa Cruz y Córdoba, inserto en escritura de juro a favor del convento de San José y Santa Ana. 1681
Algo similar nos ocurre con los Santa Cruz, procedentes de Albacete. La inexistencia de sucesor varón, diluirá el apellido en matrimonios, condenando la herencia familiar a manos de terceras familias. En este caso, la herencia recaerá en la familia Melgarejo. Pero antes, en la primera mitad del siglo XVII, el juego por el patrimonio de los Santa Cruz es a tres: Remírez de Oropesa, Astudillo y Melgarejo. En las disputas una mujer, doña Ana de Santa Cruz y Córdoba es el nexo de unión de alianzas y el motivo de disputas.
Doña Ana de Santa Cruz y Córdoba era consciente de su posición principal en la villa de San Clemente. Cuando redacta su testamento en 1624, poco antes de su muerte, ya ha reservado sepultura en la Iglesia mayor de Santiago, junto a la de su padre que está allí enterrado. Amortajada con el hábito de San Francisco, pidió que su cuerpo fuera acompañado por todos los clérigos de la Iglesia mayor de Santiago y los frailes franciscanos del convento de Santa María de Gracia con tres capas en la forma y según se acostunbra hazer con las personas de mi calidad. En su entierro deberían estar presentes los cofrades de la Sangre de Cristo y del resto de cofradías de la villa. Además de las habituales misas de rigor por su alma, cuatrocientas, y por la de sus padres e hijos difuntos, trescientas cincuenta, y la misa de réquiem, que procuró deslumbrara a sus vecinos, quiso garantizar la salvación de su alma o, desde quizás un deseo más mundano, preservar su recuerdo más allá de la muerte, mediante la fundación de una memoria o vínculo y una misa cantada cada año por San Pedro y San Pablo. Para hacerlo posible decidió que a la muerte de su marido Bernardo Remírez de Oropesa, se destinaran cien ducados para dar a censo a vecinos de la villa y con sus réditos pagar la citada misa, cantada y con diacono y subdiácono; como primera patrona de esta memoria se nombró a su hija mayor. Tenemos razones para dudar que su marido, nombrado albacea en el testamento, cumpliera con los deseos de la fenecida, pues un censo de cien ducados acabará en manos de los Astudillo. Poco más pudieron hacer por preservar su memoria los otros dos albaceas, sus hermanos, el clérigo Alonso González de Santa Cruz y doña Catalina de Santa Cruz, viuda de Fernando Muñoz de Buedo, familia sin duda del tesorero de rentas reales Martín de Buedo Gomendio, arruinado en 1610 para mayor provecho de los Astudillo. Es de temer que ambos hermanos no sobrevivirían a Bernardo Remírez de Oropesa.
Creemos que la familia Santa Cruz hizo su fortuna como servidores de la corona y de los oficios públicos. El padre de Ana de Santa Cruz de Córdoba, Francisco González de Santa Cruz, era capitán y su primer marido, el licenciado Alonso González de Santa Cruz, abogado de los Reales Consejos. De su primer matrimonio sólo sobreviviría una hija, Juana de Santa Cruz y Córdoba, muriendo los hijos varones. Al enviudar de este primer matrimonio, casaría de nuevo con el regidor de la villa de San Clemente, Bernardo Remírez de Oropesa. De este segundo matrimonio nacería una hija, Catalina de Oropesa.
En 1599 vemos al capitán Francisco González de Santacruz prestando 6000 ducados a la villa de San Clemente para abastecimiento de trigo para el pósito. El segundo matrimonio de la hija Ana fue una alianza interesada con un hombre, Bernardo Remírez de Oropesa, que por entonces era uno de los principales ganaderos del pueblo y que junto a otros como Diego de Montoya o Miguel Ortega se hallaban enfrentados con Juan Pacheco y Guzmán, alférez mayor de la villa. Defendían don Bernardo y sus aliados la primera instancia de la villa y la existencia de alcaldes ordinarios como mejor forma de defender sus intereses particulares como ganaderos.
Doña Ana de Santa Cruz y don Bernardo invirtieron parte de su riqueza en deuda pública y adquirieron un juro situado sobre las alcabalas del Marquesado de Villena. De la riqueza del matrimonio da fe la cuantía de del principal de dicho juro: 3.017.900 maravedíes, alrededor de 8.000 ducados. Parte del juro tenía su origen en otros anteriores, que desde mediados del quinientos poseían Rodrigo de Lerma, el licenciado Agustín Guedeja y Diego de San Pedro y que en 1611 habían pasado a Ambrosio Doria. El 20 de noviembre de 1615 el matrimonio Remírez Oropesa-Santa Cruz, adquirirá este juro y lo ampliará a la cantidad referida. El tipo de interés, en el contexto de consolidación de la deuda de los años anteriores pasará a ser de catorce a veinte al millar, o sea del 7 al 5 por ciento. Cuando en 1626 muere doña Ana Santa Cruz y se hace partición de bienes entre el viudo y sus dos hijas. Don Bernardo recibirá de ese juro la parte proporcional correspondiente a 750.000 maravedíes. Dicha cantidad es una pequeña parte de lo que correspondió a Bernardo Remírez de Oropesa en la partición: 5.371.589 maravedíes. Podemos hacernos una idea de la riqueza que había acumulado el matrimonio, si partimos de que la hija mayor recibiría en la partición una cantidad más alta por corresponderle la parte de Alonso González de Santa Cruz, su padre difunto.
Ese juro de más de tres cuentos fue una de las bases de la fianza de ocho cuentos que Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales, se veía obligado a dar cada tres años por su oficio. La alianza de Bernardo Remírez con Francisco de Astudillo le llevará a vender y traspasar a éste último su parte de juro el 1 de abril de 1626. Curiosamente, por la política de alianzas matrimonios, el juro acabaría en su mayor parte en manos de Francisco Melgarejo, aunque los Astudillo después de ceder la parte comprada a Bernardo de Oropesa a Tomás Melgarejo, como dote matrimonial de Ángela de Astudillo, acabarían recuperándola y por diversos vericuetos que veremos el destinatario final sería el convento de carmelitas de San José y Santa Ana.
Fuente:
AGS. Contaduría de Mercedes. 555/33Testamento de Ana Santa Cruz y Córdoba, inserto en escritura de juro a favor del convento de San José y Santa Ana. 1681
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