El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 13 de septiembre de 2015

San Clemente, 1553 (III)

(Cont.) La acción brutal de Francisco Rosillo y consortes había sido cortada por Pedro Garnica, que ha bajado de su casa semidesnudo, y su hijo Juan que les arremetieron con lanzas. Tras vencer la resistencia de Diego de Oviedo, se enfrentaron con Francisco Rosillo, Antón de Ávalos y parientes arrinconándolos en la puerta de la Iglesia. Pero a partir de este momento, y ante un alcalde mayor pasivo y expectante, los hechos se agravan. La gente del arrabal acude alertada al lugar de los hechos. Treinta hombres al grito de mueran, mueran los traidores arremeten en las inmediaciones de la Iglesia contra Rosillo y sus secuaces, pero también contra otros que o bien habían acudido a  ayudarles, como Antón Barriga, que recién llegado de Osa de Montiel, se encuentra en casa de Diego Pacheco, que le presta su espada para sumarse a la reyerta; o bien como Diego de Alfaro, Antón García o Ginés de Llanos se ven envueltos en los hechos, sin comprender la gravedad de la situación.
Encabezando los hombres del arrabal venían los Origüela al completo: Hernando de Origüela, Gonzalo de Tébar y su hermano Andrés González de Tébar, acompañados de sus respectivos hijos, Alonso Remírez y Pedro Sainz; también venían Francisco de Origüela y Alonso de Caballón, a los que se había sumado un Valenzuela de nombre Alonso. Su objetivo es linchar a los Jiménez y los Rosillo y así hubiera sido de no haber intercedido los clérigos abriéndoles la puerta de la iglesia. El joven Juan Rosillo que ha quedado rezagado es acuchillado hasta tres veces y salva la vida por la mediación del alcalde mayor al grito de paz, paz, paz. Atemorizados Antón García, Ginés de los Llanos  y Diego de  Alfaro consiguen refugiarse en la torre. Gonzalo de Tébar y Hernando de Origüela no pudiendo apresarlos, se dirigen a casa del regidor Francisco García, con intención de matarle pero está ausente.
Estos tres jóvenes alcanzarán en la segunda mitad del siglo una posición principal en el pueblo, en especial Antón García Monteagudo, pero esta noche únicamente les queda esperar en el interior de la torre a que se vayan los Origüela para descender con una soga de una ventana de la torre y ponerse en manos del alcalde mayor que los encarcelará por su propia seguridad.
Francisco Rosillo y los Jiménez, junto a su primo Antón Barriga permanecerán en la torre. Sus parientes desde fuera no descansarán para apaciguar los ánimos y buscar una salida. El joven Juan Rosillo es sacado de la cárcel bajo fianza 1000 maravedies y llevado a casa de su padre Francisco Rosillo el viejo para restablecerse de sus heridas. Diego de Oviedo pacta con el alcalde mayor un arresto domiciliario que aprovechará para huir y no volver por la villa en algún tiempo. Por la noche se pactará asimismo una entrega ordenada de los refugiados en la torre.
La entrega tiene lugar a primera hora de la mañana. Los oficios religiosos de los clérigos, que sospechosamente son seguidos por una presencia inusual de feligreses, denunciados desde la torre por Francisco Rosillo como partidarios de Hernando Montoya. Son suspendidos los oficios y curas y feligreses expulsados de la iglesia. Únicamente permanecerá en la iglesia el presbítero Tristán Pallarés, es un hombre próximo a los Pacheco y a quien se ha encargado la mediación. Uno a uno se van entregando y depositando sus espadas, no sin antes protestar que su detención implica le violacion de la inmunidad conferida por el lugar  sagrado. Francisco Jiménez el mozo alega su condición de estudiante de la universidad de Salamanca para acogerse a esta jurisdicción privativa. Todos son llevados a la cárcel de la villa, donde gozarán de un régimen presidiario muy relajado. Las constantes protestas del representante de los Montoya, un Juan, pidiendo se les ponga a los presos cadenas y grillos y la vigilancia de cuatro guardias pagados si es necesario a su costa son aceptadas por el alcalde mayor sobre el papel, pero no se ejecutan en la realidad.
En la cárcel uno de ellos, Antón de Avalos representará a los demás en su defensa. Hábilmente hace una nueva lectura de los hechos. Se denuncia el nepotismo del alcalde ordinario Hernando de Montoya que rompiendo el tradicional reparto de las carnicerías en una equitativa distribución entre ricos y pobres y el respeto a la parte reservada a los regidores, pretende beneficiar en el reparto sus amigos el vicario del Provencio y al bachiller Avilés. Su arrogancia insultando a Francisco Jiménez, su falta de respeto a la justicia del alcalde mayor, su complicidad con los Origüela, responsables de los disturbios, y la violación del espacio sagrado de la iglesia.

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