SOBRE EL PAPEL DE LOS PODERES SEÑORIALES DE EL PROVENCIO, SANTA MARÍA DEL CAMPO RUS Y SANTIAGO DE LA TORRE EN LA GUERRA DEL MARQUESADO
O más bien habría que decir en la segunda fase de la guerra; fase más popular en el sur de Cuenca por la presencia de Jorge Manrique. El caso es que poco sabemos qué hicieron los Calatayud en la primera fase de la guerra, transcurrida en el año 1476, y sabemos de las dudas de don Juan Castillo y Portocarrero, señor de Santa María del Campo Rus y Santiago de la Torre e hijo del doctor Pedro González del Castillo (sin el Portocarrero de su mujer Isabel, que se le añade), aclaradas por su hermano Alfonso, fiel servidor de la causa isabelina.
En la segunda fase de la guerra, en el año 1479, la relación de fuerzas cambió y se aclaró. ¿Qué podían hacer los isabelinos ante el control por el de Villena de las tres principales fortalezas de la zona: Belmonte, Castillo de Garcimuñoz y Alarcón? Poco o muy poco. Los isabelinos habían echado la carne en el asador por ganar para la causa real la villa de San Clemente en el verano de 1476. Cuando la villa se toma, allí acude Pedro Fajardo, adelantado de Murcia para aceptarla en nombre de los Reyes Católicos, mientras el grueso del ejercito isabelino está acampado en las afueras, en el camino de Villarrobledo. Ese mes de septiembre antes de la concordia del día nueve, que iba a decidir qué villas iban a quedar para la corona real, hay una expedición realista hacia Santa María del Campo Rus; creemos que el objetivo es apuntalar la villa de El Cañavate para la Corona, a la que se le prometerá todo, pero la realidad es que las tropas isabelinas fueron derrotadas entre risas, festejos y jolgorio de la comunidad conversa de San Clemente, que creyeron poder liberarse del rey italiano (así llamaban a Fernando el Católico). El fracaso de esta expedición lo que demuestra es que el de Villena mantuvo el castillo de El Cañavate como punta de lanza contra los isabelinos y llave que abría el paso hacia Alarcón y Castillo de Garcimuñoz.
Hubo que replantear pues estrategias y alianzas de cara al año 1479, cuando llega Jorge Manrique a inicios de ese año y presenta y deposita en el archivo de San Clemente las cartas reales que le nombran capitán y le encomiendan hacer la guerra sin contemplaciones a don Diego López Pacheco. Al afán de Isabel la Católica por hacer la guerra al marqués, ya se habían adelantado los pueblos del sur de Cuenca, que en una asamblea el año anterior se juramentarán para liberarse del marqués, nombrando por sus dirigentes a Juan López Rosillo y Juan de la Osa. Para hacerlo posible, existía una contradicción, había que contar con los poderes señoriales menores de la zona: los Calatayud y los Portocarreros. Nuevas noticias de hace dos años nos han desvelado que los Calatayud tomaron partido por Isabel la Católica el año 1479, para desgracia de San Clemente en el futuro, aportando un "estado tapón" y la fortaleza de los Calatayud para las tropas reales afincada en el llano sanclementino. Pero más importante sería el que los Castillo Portocarrero se decantasen definitivamente por la causa isabelina, obviando las diferencias entre los hermanos Juan y Alfonso. Los Castillo Portocarrero aportarán su villa de Santa María del Campo, donde en improvisado cortijo se afincarán las tropas y lanzas realistas. Este nuevo campamento dejó al dudoso Cañavate aislado, es presumible que su pequeño castillo tuviera que ser abandonado por el bando del marqués y, en lo que era costumbre, desmochado. A pesar de ello las defensas de Santa María del Campo eran muy endebles como padecería Pedro Ruiz de Alarcón ante los embates del valeroso capitán Pedro Baeza desde Castillo de Garcimuñoz.
Pero los Castillo Portocarrero poseían otra fortaleza importante, esa era el castillo de Santiago de la Torre, era una punta de lanza frente a Belmonte y el deseo de arrebatarle su Tierra Nueva, es decir Las Pedroñeras, Las Mesas y El Pedernoso. En ese intento fue clave la fortaleza de Santiaguillo. Desde su protección pudo pasearse don Jorge Manrique para ofrecer la libertad a las villas mencionadas, que, sin embargo, por el hecho de estas en medio del llano, entre las dos fortalezas (la de Belmonte y la de Santiago, nunca se atrevieron a levantar horca de tres palos para hacer realidad la libertas ofrecida por don Jorge. A pesar de ello, Santiago de la Torre se ofrecía como bastión, desde el que Juan López Rosillo seguía instigando a los hombres del marqués y aún perseveraba después de la tregua de 14 de octubre.
Era una contradicción, una fortaleza señorial al servicio de los anhelos de libertad de los pueblos. Fue esa contradicción la que explotó años posteriores en las luchas fratricidas entre provencianos y sanclementinos. El deseo de los sanclementinos por aniquilar El Provencio, amparándose en la antigualla de un poder señorial en medio de villas eximidas, sería respondido, tras muchos encontronazos, en solidaridad obligada con su señor para evitar la destrucción del pueblo.
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