El año 1630, al igual que años anteriores, se presentó con los mismos problemas de antaño sobre el abasto de pan para los vecinos de la villa, pero, esta vez, los panaderos no podían pagar los altos precios del grano. La necesidad de los vecinos era tanta como la de la Corona, que ahora vendía en la villa una hidalguía por cuatro mil ducados al mejor postor. La finalidad: financiar la guerra de Italia. Mientras la corte necesitaba trigo, treinta mil fanegas, que ya no se sacaban de Villarrobledo, sino que la tercera parte, diez mil fanegas, los factores eran los Fúcares y se sacaban de toda la Mancha; Villarrobledo ponía los carros y mulas para el transporte de seiscientas fanegas, y con muchas dificultades, pues no quería tocar las mulas de sus labradores que araban los barbechos ese mes de marzo. Muestra de lo calamitoso de la villa es que solo pudo aportar catorce carros para llevar poco más de doscientas fanegas, menos de la mitad de lo que se le pedía. La villa no podía alimentar a su población, el trigo de su pósito es insuficiente, tal como se reconoce el 14 de abril, pidiendo a labradores y particulares que saquen el grano que guardan en sus cámaras; las peticiones de la corte continúan y esta vez se procede a los embargos de trigo a los labradores y del pósito. La presencia de Francisco Tejada, miembro del Consejo Real y de Juan Álvarez, juez ejecutor, se traduce en registros de los domicilios de los vecinos en busca de trigo. La pretensión es sacar dos mil fanegas; la villa ofrece 430, además de las 300 que se han sacado ya. La cifra coincide con el trigo embargado por Juan Álvarez; como contrapartida, Villarrobledo se ve obligado a comprar trigo fuera de la villa, un total de 500 fanegas a 33 reales que se han de panadear a 10 maravedíes la libra. Pero el nueve de junio se informa de que a 33 reales no se encuentra trigo en la comarca; la villa tendrá que pagar 36 reales por fanega. En un cuarto de siglo el precio del trigo se ha triplicado, mientras que la libra de pan apenas si ha subido un veinte por ciento. Para finales de junio se necesitarán comprar mil quinientas fanegas más; entretanto, el 17 de julio, el ejecutor Juan Álvarez se apresta a confiscar trigo de la nueva cosecha: tres mil fanegas, aunque la villa quiere concertarse en mil novecientas. Constantemente sale a colación la palabra empleada por la propia monarquía, la suavidad de los medios, pero la realidad es muy diferente. El propio concejo villarrobletano nombrará fieles para recoger los diezmos de la iglesia en las mismas eras y cosechas y controlar la producción de unos labradores que venden su trigo fuera de todo control. Pero la villa está exhausta y la necesidad es extrema, en algún momento se hace mención a los 22300 ducados con que la villa ha servido al Rey para la guerra de Italia el año anterior 1629. La corona pide más; en esta ocasión, venderá las varas de alguacil mayor. El agente o factor para la operación será Bartolomé de Spinola y la causalidad, la misma: las guerras de Italia y Flandes. Y la contrapartida, la renovación de los arbitrios en las tiendas de pescado, aceite y frutas establecidos para paga de los 22300 ducados. La villa pagará dos mil ducados por la vara de justicia, pagados por su postulante: el licenciado Juan Romero. A final de año se decide arrendar la dehesa de la Berenguela.
De nuevo, la cosecha del año 1630 fue mala y vino a agudizar los problemas de abasto del año precedente, rompiendo la tendencia de cosechas aceptables de la mitad de la década de los años veinte. 1630 es presentado como una año de esterilidad, azotado por la langosta y la piedra y en el que se espera una gran necesidad. Villarrobledo ha de comprar trigo en Andalucía (donde se puede comprar a la tasa, veintisiete reales la fanega) y comunica a Juan Álvarez que, a pesar de las requisas hechas de grano en los campos, no se ha podido recaudar el trigo solicitado para Madrid, 1900 fanegas. El problema de Villarrobledo es ya un problema que afecta a todo el corregimiento de las diecisiete villas. En agosto, el corregidor de San Clemente es comisionado por el Consejo de Castilla (que, por primera vez, aparece con este nombre) para informar de las cosechas de los últimos diez años en las villas de su partido. Necesidades militares, corrupciones locales y la realidad de la esterilidad de los tiempos han generado un clima de desconfianza y recelo hacia las oligarquías locales por parte de las clases populares que ven los productos básicos de consumo gravados para el pago del servicio de millones. Hasta los segadores deben pagar la octava del vino consumido en la siega y que forma parte de su salario. En este momento, la irredenta Villarrobledo, que se había intentado sacudir el control del gobierno por el corregidor de San Clemente, y ante la intervención directa en sus asuntos locales de los jueces enviados por la corte, ve en el corregidor de San Clemente un defensor de sus intereses y hará del corregidor Diego de Gallo de Avellaneda una apología y ejemplo del buen gobierno con mucha quietud y el partido estar provisto de los mantenimientos y cosas necesarias. Se solicitará la prórroga del mandato del corregidor, mientras la villa sufre nuevos requerimiento de alcaldes de casa y corte, esta vez Juan Quiñones, que pide el envío de cuatrocientos carros a la Solana, para transporte de trigo a la corte. Villarrobledo dice que no tiene tal cantidad de carros, además de que algunos de ellos están ocupados en la conducción de las 1900 fanegas de trigo a la corte y otros tantos en la vendimia y siembra. En este contexto de escasez, la villa se planteará la creación de un mercado franco, algo que sabe es imposible de concretar.
ACTAS DE VILLARROBLEDO (1630)
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