LA BARRERA DEL JÚCAR
El aldeanismo es el principal mal de estos tiempos. El miedo a lo ajeno nos lleva a aislarnos en nuestro pequeño rincón. El temor al conflicto, a negar al otro y a lo diferente. En estos tiempos que corren la obsesión es evitar el conflicto, sin entender que la historia ha avanzado con conflictos de intereses, sufridos partos de realidades confrontadas e imposiciones de modelos identitarios que han fagocitado otros. Es tal la obsesión por imponer unos paradigmas, bien desde el mantenimiento de los tradicionales bien desde la presentación de otros nuevos más transversales, que se hace difícil la libertad de expresión y la confrontación de ideas. Lo que no está encuadrado en los estrechos límites fijados por aquellos que tienen el control social no existe o, al menos, resulta difícil establecer lugares comunes de creación de nuevas identidades ajenas a las ya existentes.
Nada nuevo bajo el sol. Hemos resumido esta entrada bajo el nombre de la "barrera del Júcar". Los ríos crean espacios y los dividen: sobre el Júcar se asienta la ciudad de Cuenca, capital de un amplio alfoz, y sobre el Júcar se asentará Alarcón, un sueño imposible de una Tierra cuyos horizontes se perdía por pretender ir mucho más allá de la ribera del río y perderse en llanuras interminables. Esa marcha hacia el sur tuvo como barrera el propio río. Alarcón, con el tiempo, y antes de los compromisos políticos, nacidos de sus derrotas, tuvo que renunciar a la parte derecha de su ribera. El nacimiento de Castillo de Garcimuñoz es constatación del fracaso del alfoz alarconero y de lo duro que fue para los castilleros crear un espacio amplio de influencia cuando se hace sobre la llanura. Igual de duro fue para la pequeña fortaleza de Alarcón crear su espacio propio sobre la margen izquierda del río, claudicando ante unos labradores que ocupaban el espacio, haciendo del Fuero de Alarcón su propia ley que no respondía ante nadie.
Mientras la ciudad de Cuenca creía ser cabeza de un amplio espacio, en el sur del obispado se fraguaba un espacio a golpes. Quizás el dato más señalado sea el de la configuración de los espacios religiosos: las iglesias de Alarcón parecían hacer sombra al cabildo de la catedral conquense, pero la realidad era que según se repoblaba el espacio, las iglesias locales disponían de sus propias rentas decimales frente a unos y a otros; si bien es verdad que todos ellos claudicaron ante los beneficiados italianos. En lo social, el espacio abierto por Castillo de Garcimuñoz dio lugar a la "modernidad", pues qué si no era introducir este espacio a la historia del mundo. La apertura suponía nuevos y dinámicos grupos sociales: eso que hoy se llama el mundo converso, pero que es algo más complejo. El siglo XV fue castillero, o alguien dirá belmonteño, pero el gran impulso vino de San Clemente, que heredó dinamismos de minorías conversas castilleras e ínfulas nobiliarias llegadas de Belmonte. Nació en San Clemente una sociedad nueva y lo hizo "a hostias", una sociedad abierta, violenta en su rápido crecimiento, integradora de diversos grupos humanos y necesitada de una identidad, la cual intentó fijar por sí misma y concluyendo en un fracaso. Conocer la historia de San Clemente es embriagarse con la posibilidad de ver en esta villa una pequeña Albión en lo económico y una nueva Holanda en la libertad de pensamiento, para, a continuación, darse cuenta de las fuerzas regresivas que anidaban en su interior. Hoy, olvidamos lo primero y tapamos lo segundo. A veces me pregunto por qué mis libros tienen más éxito cuanto más alejados están sus lectores de San Clemente y me respondo que los sanclementinos no quieren mirarse en el espejo de sus fracasos pasados. Quizás el dilema de esta villa es que la luz de Trento ciega los destellos de esa luz natural (utilizamos términos de Spinoza) que irradiaban sus vecinos por el mil quinientos.
En la margen izquierda del Júcar está Villanueva de la Jara. Villanueva de la Jara es la heredera natural de Alarcón, es la otra constructora de nueva identidad. Villanueva, nacida pasada la mitad de la centuria del siglo XIV, dio sentido a un nuevo espacio desde la mentalidad del labrador que, arrinconado por el Júcar, se había imposibilitado en ser soldado. Villanueva de la Jara se comió a Alarcón y lo intentó con Iniesta. Pero, hablar de esto requiere nueva entrada.
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