El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

sábado, 15 de julio de 2017

De un mercader portugués en Santa María del Campo Rus

En Cubillán, Portugal, a seis leguas de Guarda, nació Florinda, la hija del conde don Julián, llamada por los árabes la Cava, y por quien el último rey visigodo, don Rodrigo, perdió el entendimiento y también el Reino. En Cubillán, villa industriosa en la fabricación de paños, nació también, pero casi novecientos años después, Clara Rodríguez, una judía conversa,  que convencería a su marido Pedro López de Acosta para abandonar el Reino de Portugal. No sabemos el periplo del matrimonio, aunque en 1591 están instalados, desde hace ya veinticinco años, en la villa de Santa María del Campo Rus como mercaderes con tienda propia.

Iglesia de San San Silvestre en Cubillán
http://covilhasubsidiosparasuahistoria.blogspot.com.es/
Cubillán era una villa de la provincia de Beira. Destacamos este dato, porque de esta comarca procedía un grupo de mercaderes portugueses de origen converso que acabarían asentándose en el sur de la provincia de Cuenca.

Pedro López de Acosta y su mujer Clara, hija de otro mercader llamada Diego Rodríguez, fue uno de esos conversos, que llegados de Portugal se asentaron en el sur del obispado de Cuenca y, aprovechando la amistad con otros factores portugueses, vendían en esta zona las mercancías, sobre todo telas y lienzos, aunque también especias, que ya compradas en las ferias regionales o ya introducidas en el mercado nacional desde los lugares más distantes de Europa y el mundo, acababan en las tiendas de estos portugueses. Pedro López de Acosta tenía su negocio en unas casas compradas al escribano Juan Muñoz, situadas en un lugar de la villa bien situado para los tratos, alinde de las del clérigo Martín Ruiz, junto al horno de la Torre. El precio que pagó por esas casas fue de doscientos diez ducados y parece, que atisbando el peligro que corría, intentó venderlas por cien ducados más a otro vecino del pueblo llamado Martín de Buedo Hermosa. Era un hombre industrioso, hábil e inteligente en todo tipo de tratos y granjerías, pero ocupaba el punto final de una cadena, la venta al detalle en unas casas habilitadas como tienda, de un comercio cuyas redes estaban integradas en los circuitos internacionales que iban desde las especias de las Molucas a los paños y telas de Holanda o el azafrán local. De la prosperidad del negocio dan fe los quinientos ducados que Pedro ganó en los seis años que fue propietario de las dichas casas. De las casas se aprovechaba todo, incluso el agua del aljibe, cuya venta les procuró algún día quince reales de ganancia al matrimonio portugués. Su tienda ocupaba un lugar privilegiado en Santa María del Campo Rus, en la plaza del pueblo y cercana a la Iglesia, lugar de paso, donde acudían a comprar las mujeres del pueblo
por estar las dichas casas en el mejor puesto de toda la villa para su trato de lençería por estar junto a la yglesia y la plaza y en el paso más común de las mugeres vendía mucha más mercaduría de la que vendiera en qualquier otra parte del lugar y asy tubo grandísimo aprovechamiento y utilidad
Iglesia derruida Santa María del Campo Rus
Pedro López de Acosta había llegado a la Mancha conquense, en contra de lo que pudiera parecer, mucho antes de la integración de Portugal en la corona hispánica. A decir de un testigo, hacía treinta años, por el año 1565. Sus primeros tratos habían sido la venta de machos y mulas (negocio con el que seguiría después). Su éxito como tratante le dio cierta respetabilidad en el pueblo, donde le fue concedida vecindad. Deseoso de lavar su imagen de judío converso, consiguió ser aceptado en la cofradía de la Sangre de Cristo, donde llegó a ser mayordomo, y participar en las suertes para la elección de alcaldes ordinarios. Justamente cuando estaba a punto de integrarse en la sociedad santamarieña fue denunciado, dando con sus huesos en la cárcel del Santo Oficio de Cuenca.

Pedro López de Acosta fue condenado el 22 de noviembre de 1596 por sentencia del Tribunal de la Inquisición de Cuenca. Para entonces ya había muerto en las cárceles inquisitoriales; en el cadalso que se levantó en la Plaza Mayor de la Ciudad de Cuenca, escuchando la sentencia condenatoria de herejía y apostasía estaba, en su lugar, una estatua, pero también sus huesos desenterrados. Todos su bienes fueron secuestrados. La Inquisición le acusó de cometer delitos de herejía desde veintitrés o veinticuatro años atrás. Allí también estaba presente su viuda, Clara Rodríguez, que en una sentencia más benigna fue reconciliada y admitida de nuevo en el seno de la Iglesia católica, aunque ya procuró el Santo Oficio que perdiera todos sus bienes.

El expediente estudiado, tangencialmente, nos muestra otra realidad. La de la villa de Santa María del Campo Rus endeudada por la toma de censos. Ya nos hemos referido al censo de dieciséis mil ducados tomados por la villa para comprar su libertad de los Castillo Portocarrero. Ahora la villa, el catorce de marzo de 1584, toma un nuevo censo por valor de 2600 ducados, prestados por un rico de Sisante, llamado Pedro Girón. No sabemos la finalidad de este censo, pero para hacer frente al pago de dicho censo, el concejo de la villa los volvió a prestar a numerosos vecinos por un interés mayor, que obligados a devolver las cantidades prestadas dos años después facilitarían a la villa la redención del censo, al tiempo que obtenía beneficios con los réditos pagados por los vecinos a un interés mayor. Uno de los vecinos que obtuvo crédito de la villa fue el escribano del número y ayuntamiento, Juan Muñoz, que recibiría 210 ducados. Como prenda de dicho préstamo hipotecó su casa, que con sus cargas, sería la que vendió al portugués Pedro López de Acosta. Inteligente como era el mercader portugués se comprometió con el escribano a adquirir la casa con un valor de venta equivalente a la redención del principal del censo y los réditos anuales del mismo. Satisfechas estas cantidades en su totalidad se haría con la plena propiedad de las casas. Obligado a pagar los 210 ducados del censo en 1591 al concejo de la villa, el portugués, viendo la oportunidad de negocio o la amenaza inquisitorial, decidió vender su casa a Martín de Buedo, por 315 ducados. Quizás el delator del portugués fuera el propio Juan Muñoz, envidioso de ver cómo el portugués había acumulados una riqueza de 500 ducados en su antigua casa de morada y ahora pretendía conseguir otros cien más con su venta.

Pedro López de Acosta, perdería sus bienes, confiscados por el Santo Oficio. Juan Muñoz perdería el pleito en el Consejo de la Suprema de la Inquisición para hacerse con sus antiguas casas. Pero los portugueses y sus tratos no desaparecieron de la comarca. Dos décadas después, durante la apertura del reinado de Felipe III, los portugueses aparecen de nuevo en escena. Esta vez, ya no es el viejo tratante de mulas el que resucita, sino el Pedro López de Acosta, que posee tienda propia. Los nuevos mercaderes portugueses de la mano de Simón Rodríguez el gordo, afincado en San Clemente, insertan a toda la región en los intercambios comerciales internacionales. De nuevo, la Inquisición cortó de raíz esta primavera y despertar mercantil.



Anexo I. Concejos de la villa de Santa María del Campo: oficiales del ayuntamiento

Concejo de Santa María del Campo, 9 de mayo de 1591

Fernando Piñán Castillo, alcalde ordinario por le estado de hijosdalgo, Alonso Galindo Castillo, Juan Hernaiz, Alonso Montejano, Juan Rubio, Domingo Pérez, Diego González, Jerónimo de Toro, regidores

Concejo de Santa María del Campo, 28 de septiembre de 1596

Juan de Luz y Andrés Martínez de Campos, alcaldes ordinarios; Hernando Gallego Patiño, Alonso Galindo Castillo, Juan Rubio, Diego Delgado, Alonso de Polán, regidores


Concejo de Santa María del Campo, 4 de abril de 1598.

Fernando Piñán Castillo, alcalde ordinario por el estado de los hijosdalgo; Pedro Galindo Puerto, alcalde ordinario por los pecheros; Juan Hernaiz, Juan de Cuéllar, Alonso Galindo Castillo, licenciado Alonso Montejano, Miguel López, Alonso de Polán, Juan Rubio, Diego González, regidores

Concejo de Santa María del Campo, 9 de mayo de 1598

Fernando Piñán Castillo, alcalde por los hijosdalgo, Alonso Galindo, Juan Hernaiz, Alonso Montejano, Juan Rubio, Domingo Pérez, Diego González, Jerónimo de Toro, regidores



Anexo II. Testigos de la probanza pedida por Juan Muñoz, escribano, ante el cura licenciado Mendiola

Cristóbal de Chaves, 65 años, de oficio albañil
Alonso Montejano, 71 años, regidor
Francisco de Torres, 47 años
Juan de Luz, 42 años
Bartolomé Ruiz, 33 años, de oficio albañil
Alejo Galindo el viejo, 65 años
Martín Esteban, escribano, 54 años



Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 4532, Exp. 9. Pleito fiscal de Juan Muñoz

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