El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 13 de octubre de 2019

Iniesta y el nacimiento de Madrigueras

Plano de Madrigueras, en el Catastro del Marqués de la Ensenada
Desde el cerro del Hocino, que marcaba los límites entre Iniesta, Villanueva de la Jara y El Peral, hasta el Júcar se extendían las tierras de la Ensancha de Alarcón. Una cuña de tierra, perteneciente a Alarcón, que había quedado tras la guerra del Marquesado en tierra de nadie; una tierra vertebrada en torno a la cañada de la Calera, perteneciente al suelo de Alarcón y que continuó perteneciendo a esta villa tras la guerra, pero una tierra vacía de hombres en 1480. Juan Rico, un vecino de El Peral, acompañaba de niño a su padre a labrar estas tierras, aunque lo más común era que la zona fuera lugar de pasto de los bueyes, yeguas y otros equinos de los vecinos de Iniesta. Por el suelo de Alarcón, los inestenses recorrían el territorio con toda libertad hasta llegar al río Júcar, en el vado de la Motilleja. Las yeguas de los hermanos Diego y Alfonso Martínez de Correa andaban por la Cañada Calera y los Camarales.

La cría de mulas había convertido la posesión de yeguas en un oficio lucrativo. Poseedores de yeguadas eran el iniestense Juan de las Heras, con veinticinco animales, o el padre del mencionado Juan Rico, del mismo nombre. El final de la guerra del Marquesado había levantado nuevas fronteras, que contrastaban con la actividad de unos hombres que convivían y compartían un espacio aún no apropiado. Alonso de Córdoba o Benito Gómez, al igual que Juan Rico padre, todos vecinos de El Peral, alternaban sembrar la tierras de Alarcón en torno a la cañada Calera con el oficio de yegüerizos, una labor que solían dejar en manos de sus hijos, que después, hacia el año 1516, nos rememorarán aquellos tiempos.

Paradójicamente, eran estas tierras remotas de Alarcón, un lugar de encuentro entre perdedores y vencedores de la pasada guerra. No obstante, si bien los colonos jareños dominaban en el entorno de Quintanar y Tarazona, los iniestenses imponían su presencia en Casas de Gil García y Madrigueras. Aún así, en esta comarca había sitio y tierra para todos. Nuestro protagonista, Juan Rico apenas recordaba pasar por allí a los caballeros de sierra de Alarcón y cuando lo hacían, como quería recordar de uno de ellos, apellidado Casanova, era para respetar los usos comunales de los hombres que labraban o pacían con sus ganados; es más, Juan Rico no recordaba que don Diego López Pacheco hiciera valer sus derechos sobre la zona.

Casas de Gil García y las Madrigueras eran núcleos de atracción de la población, si bien el primero estaba más consolidado: Juan de Urrea, nacido hacia 1490, formaba parte de la segunda generación, era ya natural de Gil García. El mismo reconocía ser jareño por accidente, tanto por la decisión de los amojonamiento de los ochenta de dejar las casas de la aldea de Gil García bajo jurisdicción de la Jara como por la emigración de su padre en busca de fortuna. Su padre, Miguel de Urrea había llegado de Iniesta; a los siete u ocho años, el hijo ya araba con dos yeguas, la familia poseía otras cuatro o cinco; pocas si las comparamos con la gran yeguada que debía poseer Aparicio Sánchez de las Heras, pero suficientes para explotar una hacienda que les permitía tener un criado requenense a soldada. Otros como el iniestense Juan Garrido el mozo era dueño de más de treinta yeguas; era uno de los principales de la villa de Iniesta, sus mozos llevaban a herbajar los animales hasta las orillas del Júcar, aunque era obligado el descanso para abrevar en lo que entonces era el pozo de las Madrigueras. Lo que era tránsito con las yeguas en un principio había llevado a Juan Garrido el mozo a asentar su morada en Madrigueras hacia 1490, aunque la presencia de la familia es anterior. Es en esta década, cuando la nueva población comienza a despegar, la llegada de los iniestenses fue pareja seguramente a la llegada de miembros de las familias del Valdemembra, los Simarro o los Mondéjar. Por entonces la naciente aldea vivía una implosión económica, ganando tierras para el pan y, sobre todo, la plantación de nuevos majuelos que se internaban en las tierras adehesadas de Pedro Baeza. Los iniestenses conocían bien la zona, por su presencia ya desde los tiempos del maestre Juan Pacheco, aunque sus ocupaciones habían mutado en el tiempo: en la década de los sesenta ya tenemos noticia de unos primeros colonos, en Gil García, que entran en colisión con el arciprestazgo de Alarcón por el pago de los diezmos y con el mismo Juan Pacheco, que exige un cahíz de cada quince como renta por la propiedad de unos terrenos llecos que se arroga. Los años posteriores a la guerra del Marquesado, los iniestenses vieron en las nuevas tierras una zona de expansión propia en la que no reconocían autoridad alguna de los Pacheco, que tardarían en reaccionar hasta avanzada la segunda década de los ochenta. Para el año 1488, un juez de comisión, Bartolomé Santacruz, concede a los Pacheco el derecho eminente que pretenden sobre estas tierras llecas, pero rebajando el canon a pagar conjuntamente por los labradores iniestenses a una cantidad menor de cincuenta fanegas. Los yegüeros de comienzos de los ochenta, los de las Heras o los Garrido, pero también los Mondéjar o los García de Mingo Juan (familias que pasaban por enemigas declaradas de los Pacheco), acompañados de sus criados, empezaron a ver como un lugar de asentamiento provechoso lo que entonces era una comarca definida en torno a Gil García, Madrigueras, la Albarranilla (ahora llamada Burrilla) y la cañada del Halcón. Les seguirían otros de las villas del Valdemembra, pero hasta comienzos de siglo había tierra para todos o, al menos hasta ese momento, los Pacheco y la villa de Alarcón no se sienten en una posición de fuerza para frenar la colonización de los labradores de Iniesta y el libre paso de sus ganados mayores.

La situación al acabar la guerra del Marquesado en 1480, poco tenía que ver con la de veinte años después: la roturación de tierras había expulsado a los ganados. Tenemos constancia que en la Ensancha de Alarcón pastaban en los ochenta los ganados del jareño Alonso Sánchez, que eran rebaños de ovejas, o las cabras de Alonso Lázaro, vecino de El Peral, que compartían las yerbas con las yeguadas de los iniestenses; se reconocía la propiedad de más de doscientas yeguas en manos de tres propietarios: Aparicio Sánchez de las Heras, Juan de Correa y Juan García de Mingo Juan. Claro que si las tierras de pan, (o los viñedos de Madrigueras) expulsaron a las ovejas, se ofrecieron también como nueva oportunidad para las yeguadas, que de criar caballos para la guerra pasaron a criar mulas para la labranza. La mula ya estaba introducida en el paisaje hacia 1480, con ellas labraban un moro y un jornalero de Alonso García de Mari Bellida, cerca de Madrigueras.

Si la presencia de los vecinos de Iniesta en estos parajes era vieja, su asentamiento también. Hacia 1480, Juan Garrido el viejo ya había levantado una casa en Madrigueras, según aseveraba su cuñado Juan de Olmedo, que trabajaba las tierras. Aunque Juan Garrido el viejo vivía en Iniesta, no perdía la relación con el paraje de las Madrigueras, donde pacían sus yeguas, a cargo de su hijo Juan el mozo. La yeguada, hasta un total de setenta animales, aprovechaba las aguas del pozo de Madrigueras, de los lavajos y del vado de la Motilleja.

El primer núcleo de los Garrido en Madrigueras, pronto atrajo a otros foráneos. Benito Gómez, hijo de Alonso Sánchez de Mondéjar,  nacido y criado en El Peral, se había establecido en Madrigueras hacia 1490, pero su presencia en la zona era anterior  y conocía muy bien lo sucedido a partir de 1480. Unos pocos años antes se había establecido en Madriguera Andrés de Aroca, procedente de Carcelén; su destino era Villanueva de la Jara, pero en el camino se habían topado con esta aldea, que no conocía; lo que era descanso obligado del viaje, se convirtió en residencia definitiva de la familia. Los Aroca, tal como recordaba  el hijo Pedro treinta años después, habían llegado con lo puesto y habían ejercido el oficio de pastores de cabras al servicio del jareño Juan de Ruy López el viejo, para asentarse en la segunda generación como labradores en Madrigueras, pero aún recordaban cómo las Madrigueras era un coto cerrado de los Garrido de Iniesta, que controlaban el único pozo de agua existente en el lugar: 
que puede aver treynta años poco más o menos tienpo que su padre deste testigo que se llamaua Andrés de Aroca viniendo con su mujer e con sus hijos e este testigo con ellos que se venían a beuir a Villanueva de la Xara de camino llegaron a rreposar en medio del día en el aldea de Madrigueras que la dicha aldea conosçe que está poblada en el suelo e término de la villa de Alarcón entonçes vido este testigo que sacauan agua de un pozo que estaua al canto de las casas de la dicha aldea y lo echauan la dicha agua que sacauan en unos dos dornajos y el uno dellos tenía una tapa con un candado e vio que el dicho su padre presentó a los que sacauan la dicha agua que el uno dellos se nonbraua allí por su nonbre Juan Garrido el viejo que por qué tiene él un dornajo de aquellos la dicha çerradura  y el otro no e les rrespondieron porque avía en el verano en aquella tierra gran falta de agua e que aquella agua que echauan en el dornajo que tenía çerradura hera porque beuiesen las yeguas de Juan Garrido el moço, veçino de Yniesta, que andava paçiendo por los términos de la dicha villa de Alarcón y entonçes las esperauan que avían allí de venir a beuer e ansymismo dixo que vido este testigo que los onbres que allí estauan dixeron al dicho su padre deste testigo que ansy como acabauan de dar agua a las yeguas del dicho veçino de Yniesta en el dicho dornajo sy alguna en él quedaua que el dicho veçino de la villa de Yniesta echaua su tapa e le çerraua con su candado porque que quedase guardada el agua para otra vez que volviesen a beuer las dichas yeguas

La cría de ganado yeguar estaba muy extendida en los límites entre Iniesta y las villas del Valdemembra. Los vecinos de El Peral participaban en esta actividad; conocemos sus nombres: Juan de Espinosa, Diego Simón, Alonso de Córdoba y Juan Rico. Los peraleños compartían pasto con los iniestenses, hasta que la extensión de las labranzas provocó un declinar de la cría de yeguas. Habría que esperar hasta comienzos de siglo para que las yeguadas de un iniestense llamado maestre Andrés, poco más de medio centenar de equinos, volvieran a verse por la zona, en la cañadilla de la Sima y en la hoya del Blancar. Las yeguas de maestre Andrés fueron seguidas de las yeguas y vacadas de otros vecinos de Iniesta, pero la villa de Alarcón estaba dispuesta a romper con los viejos usos comunales que habían nacido cuando todas estas tierras estaban bajo el dominio del maestre don Juan Pacheco. Desde comienzos del siglo XVI, los caballeros de sierra de Alarcón empezaron a entorpecer el tránsito de las yeguadas de Iniesta; desde 1510, la villa de Alarcón, y los Pacheco, cerraron el paso y negaron la presencia de los ganaderos de Iniesta en esta zona.


Fuente: ACHGR. PLEITOS. 1426-6

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