MADRIGUERAS en 1556
Madrigueras al igual que otros pueblos era heredera de los
amojonamientos de 1481. El pueblo en término y jurisdicción de Villanueva de
las Jaras, más allá de las casas era una isla rodeada por los términos de
Alarcón. Esta indefinición jurídica la aprovechaban los moradores del lugar
para dilucidar sus controversias. Tal fue el caso de Ginés García, que con el
apoyo de la familia Aroca, en 1556, hirió al cura licenciado Ayora en el
cementerio del pueblo. No hemos de pensar en el cementerio como lugar apartado,
pues cementerio, iglesia y plaza con sus carnicerías eran espacios contiguos.
No muy lejos estaba el llamado Pozo Hondo, origen del pueblo y la casa de
Cristóbal Garrido, apellido que recuerda a la familia iniestense fundadora del
pueblo. La plaza era lugar de encuentros y desencuentros y de tratos
comerciales a la salida de misa de los domingos. Un testigo que vendía nabos
nos dice que los hacía en una lonjeta, donde los hombres del pueblo se sentaban
a hablar.
Ginés García era el ejemplo de agricultor acomodado. En el embargo
de prendas que hizo la justicia no faltaban algunos ropajes de calidad, aunque
lo que demostraba su riqueza era esas tres tinajas de cuarenta arrobas de vino,
complementadas por la lana de su pequeño rebaño y pieles de sus cabras y el
grano guardado en las cámaras de su casa de unas pequeñas explotaciones
agrarias, así como un par de mulas de labor. Ginés tenía pastor a su cargo para
cuidar su rebaño y tenía una joven criada para el cuidado de su casa. Ginés ya
mostraba un gusto “pequeño burgués” de apego a la buena vida. A su ajuar se
unía una vajilla que daba al hogar cierta aspecto de orden y comodidad:
veintiséis escudillas valencianas, dos sartenes, una cuchara de hierro, dos
asadores, tres picheles, uno de ellos de vidrio, mesa de ocho palmos y un banco
de madera. Una sociedad de labradores con fuertes lazos de solidaridad
familiares entre hermanos y cuñados, que por simple agregación de propiedades
constituían grandes haciendas. Pedro García, hermano del anterior, tenía, en el
momento de secuestro de sus bienes, cien fanegas de trigo rubión y cien de
cebada, aparte de cuatro tinajas con treinta arrobas de vino cada una. A Ginés
de Aroca se le secuestraron sesenta fanegas de trigo y otras tantas de cebada y
centena y similar cantidad de vino. Al poder económico de los García-Aroca se
unía su control de la vida política de Madrigueras. Pedro de Aroca el viejo
ostentaba uno de los dos oficios de alcalde ordinario.
Ginés desconfiaba de la justicia de Villanueva, aunque en
Madrigueras había un alcalde pedáneo con funciones judiciales menores, que
llevó a cabo las primeras instrucciones del caso, haciendo probanza de
testigos. Que el alcalde era autoridad respetada en el pueblo es muestra que,
con motivo del retraimiento de Ginés en la iglesia para evitar ser apresado,
fue capaz de contar con el apoyo de quince vecinos para actuar como guardas. Pero
ni el alcalde pedáneo daba unidad a un pueblo dividido en dos. El escurridizo
prófugo fue capaz de escapar de la iglesia para pasar a la ermita de Santo Tomé,
estando situada en el llamado barrio de San Agustín, que caía en la
jurisdicción de Alarcón. Era otro caso de pueblo creado en los momentos
inmediatos a la guerra del Marquesado, con unos estrechos términos fijados a
las casas existentes en 1480 y cuyo crecimiento posterior se había expandido
por jurisdicción de Alarcón. Aunque lo más notorio era que Madrigueras tenía
dos alcaldes ordinarios: uno para la jurisdicción ordinaria de la Jara, alcalde
pedáneo muy dependiente de esta villa, y otro alcalde, aparentemente con una
jurisdicción más autónoma, pero dependiente de Alarcón, para el barrio de San
Agustín. Era tal el caos de jurisdicciones en el pueblo, que la madre de Ginés
García, Catalina de la Jara, andaba por el pueblo gritando lo fácil que era
matar a un clérigo, ya que en Roma absolvían por dos reales a los que mataban
clérigos. De hecho, la justicia convivía con esa otra que imponían los hombres
armados; Pedro Aroca y Andrés García, a caballo y con sendos arcabuces, habían
facilitado la huida de la iglesia para pasar a la ermita de Ginés García. La de
Madrigueras era una sociedad de clanes y los García-Aroca eran uno más, con una
matriarca, Catalina de la Jara, que controlaba a todos, hijos y nietos,
arremolinados todos en torno a unas casas aledañas en la calle que bajaba hacia
la plaza del pueblo. Las diferencias del licenciado Ayora, un clérigo
procedente de Belmonte, lo eran con el nieto Pedro de Aroca, pero la causa, unas
cartas del clérigo a los suegros de Pedro de Aroca el mozo, la asumía como
propia toda la familia. De hecho, el padre Pedro de Aroca el viejo intento
agredir con un palo de retama al cura a su salida de la iglesia. No debemos
despreciar estas organizaciones familiares, definidas por los contemporáneos
como ligas y monipodios, al dominio económico y político de los pueblos se unía
su imposición violenta por las armas. Ginés García sería liberado por sus
hermanos y cuñados de la ermita de Santo Tomé, donde se presentaron a caballo,
con arcabuces, espadas y hondas. Ni tampoco las alianzas familiares con otras
familias. Una hermana de Ginés García estaba casada con el bachiller Clemente
de Villanueva de la Jara y también relación familiar tenían los Aroca con el
licenciado Cabronero de Iniesta, que facilitarían la acción militar de los
García Aroca sobre la ermita de Santo Tomé, al facilitar, bajo testimonio de un
notario apostólico que los guardas se alejaran treinta pasos del lugar sagrado
de la ermita.
La mezcolanza de jurisdicciones era pareja a la diversidad
de complicidades familiares y de intereses, hasta el punto de que el belmonteño
Hernando del Pozo, hermano del licenciado Ayora, solicitaba la intervención de
un alcalde de casa y corte, ya que los delinquentes son muchos e viven en
diversas juresdiçiones. Aunque el Consejo Real se avino a derivar el caso a
la justicia del marquesado y a su alcalde mayor Marquina, ante el que se
presentó el licenciado Miguel Ayora con sus cuitas y contando el régimen
de terror impuesto por los García Aroca del que era víctima, entre amenazas de
matarlo en el mismo altar y acechando su casa.
Aparte de rencillas sobrevenidas, las diferencias tomaron un
tinte ideológico. Los García Aroca, que dominaban los oficios concejiles del
lugar, se presentaban como labradores que vivían de su trabajo, ligados de la
tierra que los vio nacer y forjadores de la nueva población de Madrigueras. El
licenciado Ayora era un intruso belmonteño, que vivía de las rentas de una
iglesia que los naturales del pueblo habían construido. Ese carácter forastero
pronto derivó a las acusaciones de judío, tal como reconocía el propio
licenciado
A dicho que soy un judío ereje y que me a de quemar y
echar fuego en mi casa e que hera un gavacho e otros muchos vytuperios
De las palabras se había pasado a los hechos con un Pedro de
Aroca el mozo deambulando por el pueblo con un arcabuz de pedernal, cobijado
bajo la capa. El primero que recibió las amenazas fue un tal Agustín, tenido
por hijo ilegítimo del cura
Asy que vos puto judío todavía bueno que bueno yo os voto
a Dios y a esta cruz e hizo con el dedo una cruz en la frente que os tengo de
pegar fuego a vos e al puto bellaco judyo de vuestro padre y os tengo de quemar
vivos
No sabemos si la acusación de judaísmo contra el clérigo era
real o era simple aversión anticlerical a los clérigos, que, por lo demás
tenían un comportamiento muy mundano. Cierto día, montados a caballo,
aparecieron el cura Ayora y el cura de Tarazona, Pedro García, y las amenazas
de Pedro de Aroca se volvieron a repetir: con estos judíos algún día tengo
de hazer una hoguera, o esas otras de ir hasta Belmonte para matarlo en la
casa del diablo donde se escondía o en el mismo infierno si era preciso.
La presencia del licenciado Miguel de Ayora en el pueblo se
veía como intromisión intolerable en los asuntos locales. El cura no estaba
solo en el pueblo, pues estaba acompañado de su hermano Nicolás de Ayora,
también clérigo. Uno y otro no transigían con las acciones de los García-Aroca.
Ya en 1551, el clan familiar se había propuesto salvar de la condena de cien
azotes y galeras a un tal Fabián del Olmo, metiéndolo en sagrado, en la iglesia,
para evadir la justicia, pero el cura lo impidió. La llegada del cura a
Madrigueras debió asemejarse a la de un pequeño inquisidor dispuesto a acabar
con el clima de degradación moral y falta de fe religiosa del pueblo. El cura
debió ver en aquella Madrigueras de 1556 a la Sodoma bíblica rediviva: putas,
amancebamientos, juegos, hechicerías y uso de hospitales para abuso de
costumbres depravadas:
“porque a echado putas públicas y a quitado amanzebamientos
y mal casados y tablajerías y hechizerías y enjalmos ansy de las casas de Dios
como son ospitales y otras casas del dicho lugar y le an ocupado que no
predique en el pulpito segund que de todo lo pretende”
El cura Ayora llamaba a estos vecinos depravados como “perturbadores
de repúblicas” en un claro intento de entrometer a la justicia civil en la
preservación de las costumbres. Tal parecía que eso era posible hacia 1551,
cuando el poder concejil de Madrigueras estaba en manos de la familia de los
Garrido. El cura invocaba a los vecinos buenos que están en quietud y reposo.
Las palabras del cura fueron recogidas por el alcalde Diego Garrido, que se
comprometió a recorrer con su alguacil, provistos de varas de justicia, para
reponer al pueblo en costumbres decorosas y cristianas. Al parecer las acusaciones
contra el mencionado Fabián del Olmo venían por usar la iglesia para
amancebarse con su mujer y como lugar de juego. El intento del cura de
expulsarlo de la iglesia acabó en pelea con el joven que hacía de un camarín
del templo su hogar provisional. Y es que los intentos de la autoridad de la
iglesia de imponer el orden en el pueblo chocaba con las prácticas y costumbres
de un pueblo alejado, donde faltaba autoridad. Las condenas del cura,
procurando la excomunión del joven, y sus denuncias para condenarlo a galeras,
chocaban en un pueblo que no conocía más ley que la particular de cada morador
ni más moral que una total liberalidad de costumbres. Además,
en el pueblo se condenaba la doble moral del cura, al que el joven Fabián del
Olmo había espetado en la cara aquello de “otros, peores cosas hacen”.
AGS, CRC, LEG. 448-2
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