Ermita de Trascastillo |
Pero por qué no podemos imaginarnos a unos simples labradores, enzarzados en discusiones teológicas en el discurrir diario de sus labores de siembra y labranza. Tal ocurrió en El Cañavate un día seis de noviembre de 1790. Domingo Casas, natural de Alarcón y residente en El Cañavate, de oficio mayoral de mulas, tuvo la osadía de discutir todos y cada uno de los dogmas que pasaron por su cabeza y lo hizo delante de los labradores que le acompañaban. Su incredulidad no pasaría desapercibida al Santo Oficio.
Domingo Casas se encontraba a mediados de noviembre de 1790, como mayoral de mulas que era, en casa de Pedro de la Torre, un rico hacendado de El Cañavate. Antes de salir a sembrar y rodeado de otros labradores del lugar llamados Juan Francisco Rubio, Pedro Domingo de la Fuente, Gregorio Reillo, Juan de Dios López y Antonio Moreno, Domingo Casas comenzó una discusión en la que sin tapujos puso en duda los dogmas de la Iglesia:
Domingo Casas: Pues vuestras mercedes creen que hay infierno, pues yo no lo creo, si lo hubiera no obraran mal y que según obraban los sacerdores se infería que no había infierno y en lo que dicen del infierno que es un fuego todo es mentira y si lo hay nos condenamos todos clérigos, frailes y obispos, pues ninguno cumple con su obligación
Labrador: Pues hombre no hemos de creer que hay infierno, porque aunque no lo hemos visto lo enseña la fee y nos lo dicen los libros
Domingo Casas: ¿Pues que todo que dicen los libros se puede creer? pues yo no he visto que ninguno buelba (del infierno)a decir lo que para allá
Labrador: Pues hombre Jesuchristo y María Santísima estubieron en el mundo en cuerpo y alma como nosotros y no lo vimos pero lo creemos, y que fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto
Domingo Casas: Esa es la errónea en que están algunos, ¿quién sabe si estubieron? ¿y cómo puede ser parir y quedar virgen?
Labrador: Pues hombre a quién a oído vuestra merced todos esos disparates, ha sido a su amo (hablando por un sacerdote que tiene el señor don Pedro para administrar su hacienda)
Domingo Casas: que no, que lo oyó a un predicador muy hábil, que lo que predicaban era para contenernos, pero que no eran tanto como decían, y que también oyó decir a un hombre muy ábil, que no hay Dios y que no podemos hablar, que nos delatarán a la Inquisiciòn, y nos tienen con esto metidos en un puño, y que lo hacen por aterrar y pasmar a las gentes
Las invectivas de Domingo Casas iban, desde unas convicciones muy esquemáticas, contra las creencias religiosas, pero lanzaban sus dardos contra la Iglesia y sus ministros como controladores de la conciencia y del librepensamiento, a los que acusaba de no creerse sus propios principios de fe, y difusores de invenciones para dominar las conciencias y la gentes. El asunto, por supuesto, acabó en manos de la Inqusición; que los autos salieran del tribunal de Cuenca y estén presentes en grado de apelación en la Suprema indica que, a pesar de nuestro desconocimiento, debieron estar implicados o bien el señor Pedro de la Torre o bien algún sacerdote del pueblo, pues aparecen en la declaración de los delatores inmersos en la sombra de la duda de ser posibles propagadores de tan irreverentes pensamientos.
Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN, 3722, Exp. 252. Proceso contra Domingo Casas, residente en El Cañavate, por palabras heréticas, 1790
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