Veo las imágenes del mercado medieval-renacentista de la villa de San Clemente, con un poco de maldad diría que es lo uno o es lo otro, pero justamente para reconocer a continuación que el ignorante es el que escribe y que ese mercado, medieval o renacentista, tiene una continuidad histórica. San Clemente es una pequeña Albion en miniatura, o lo fue; San Clemente es una república de tenderos. República porque el comercio antaño se movía en categoría éticas de justo precio y el lucro cesante y como todas las actividades de los hombres buscaban un bien común.
Hoy el mercado sanclementino es un foco de atracción turística, pero este espíritu bastardo de búsqueda del interés particular no era ajeno a la tradición histórica. La obsesión por un mercado franco no es ajena a esa tradición histórica. Las villas buscaban un lugar y un momento, que solía ser los jueves, para, previa obtención de licencia regia, obtener exención de pago de tributos, en aquellos tiempos no pagar alcabala, un 10% ad valorem del precio de los productos. Esos mercados están impregnados en la mente de los hombres y mujeres. A mi memoria viene cuando, como si fuera ritual, acudía con mi madre al rastro que se celebraba una vez a la semana en el barrio de las Quinientas. Aquel mercado parecía tener un valor taumatúrgico para engañar las miserias económicas familiares.
Si volvemos a la Historia, la comarca de nuestro estudio tuvo sus mercados francos. Primero fue Alarcón, pero como era penoso subir a ese risco, el mercado de los jueves se trasladó a Cervera del Llano, que mal que se desarrollaba por el peligro de la morisma. Y en esas llegó Castillo de Garcimuñoz, en la que todos quieren ver glorias militares, pero, en realidad, su nacimiento y esplendor es fruto de esos comerciantes, que Pirenne llamó pies polvorientos. Si alguien lo duda, que se pregunte por qué a El Castillo se le llamó Garcijudea.
San Clemente que importó todo de Castillo de Garcimuñoz para dejar de ser un pueblo de labriegos: sus actividades, su cultura y la sangre fenicia de sus habitantes, quiso tener también su mercado franco y al calor de la guerra del Marquesado consiguió su mercado franco de los jueves el día dos de septiembre de 1476. Hasta Segovia fueron Juan López Rosillo, Diego de Montoya y Martín López para conseguirlo. Junto al privilegio de mercado franco en sus alforjas traían el título para la villa de no ser enajenada de la Corona real. Una y otra cosa eran el símbolo de los nuevos aires de libertad. Debieron pensar los Reyes Católicos, apremiados por las necesidades financieras de las guerra de Granada , que había demasiados mercados francos en Castilla, así que trataron de abolirlo, pero San Clemente, a diferencia de otras villas del Marquesado de Villena, mantuvo el suyo. Y hace poco hemos sabido que Villanueva de la Jara también... y más cosas sabríamos si su archivo no hubiera sido destrozado por las guerras. No se podía eliminar lo que ya existía. Isaque el judío que colocaba su tenderete en lo que hoy es la posada del Reloj, debió pensar que no había suficientes reyes para cesar en su negocio. Primero el negocio, luego los principios; por esa razón no dudaría en convertirse a la verdadera religión antes que perder sus mercadurías.
Pero la Plaza Mayor de San Clemente, la actual y la del pósito, era unos cuantos mesones y tiendas sin geometría alguna, donde se vendía pan de horno, como se derramaba el aceite o vino comerciados, si es que no se despellejaban y degollaban reses de ganado con un tufo maloliente. Además, vaya lugar para comerciar si el cementerio estaba anejo a la presente iglesia. El mercado se tuvo que desplazar y lo hizo allí donde se encontraban los caminos: en la confluencia de la actual calle Feria y la llamada de las Almenas, cuyas formas aún recuerdan las tapias del palacio del marqués de Valdeguerrero. En ese espacio confluían los caminos que venían del sur, de la ya decaída Alcaraz y su más potente Villarrobledo -que ahora se abría a la Mancha ciudarrealeña- y los caminos que vía Alarcón y Vara de Rey venían de Cuenca. En este último camino, los franciscanos, una orden nacida al calor de los mercaderes, como era el padre del fundador, esperaban a los regatones y buhoneros, mientras que en el camino del sur, la ermita de la virgen del Remedio recordaba al viajero que el pobre poblachón manchego era una república orgullosa.
Tal vez no fuera ese el camino elegido por Martín Ruiz de Villamediana o los hermanos de la la Fuente, llegados de tierra de Campos, pero fueron ellos, mercaderes, los que dieron al paleto San Clemente del año 1500 una proyección que sitúo a la villa en el centro político de España. Era algo más, supieron introducir a San Clemente en los circuitos internacionales del comercio y supieron hacer del mercadeo una actividad estable: las casas familiares se abrían a las calles con dos puertas, una para la entrada al hogar y otra para mercadear, tal como habían aprendido de la comunidades judías de Trancoso en Portugal. Esa fue la geografía urbana que se extendió por el barrio del Arrabal, auténtico motor económico de la villa sanclementina y de sus esplendor en el Siglo de Oro. Incluso San Clemente, trató de emular a una ya decaída Medina del Campo en los años finales del quinientos. Al calor de la actividad artesanal de sus moriscos, establecidos en el Arrabal, y donde la familia Origüela mantenía esa mentalidad fenicia del comerciante, llegaron los judíos portugueses. Hasta San Clemente llegaron los objetos de lujo que desde Lisboa o vía esta ciudad, desde Amsterdam, llegaban al corazón de la Mancha conquense, a través de una última etapa en Madrid o las ferias de Mondéjar. Hasta podríamos hablar de un "fondaco" de los portugueses a imitación de ese de los Tudescos, pero los portugueses traían demasiadas novedades: una vida licenciosa, que no respetaba clausuras de conventos, su afición desmedida al juego y su libertad de acción y pensamiento. Se habían procreado tanto como los comisarios y familiares inquisitoriales, pero para desgracia suya ganaron la apuesta los segundos.
Luego llegaron los Borbones y su feria franca del mes de septiembre, pero esa feria ya existía de trescientos años antes. Como siempre los Borbones llegan a todos los lugares llenos de bonhomía y a destiempo
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