El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

jueves, 30 de junio de 2022

Diego López Pacheco y Hernando del Castillo

 Cuando Juan Álvarez de Toledo, regidor de Cuenca y capitán real de las tropas concejiles de la ciudad de Cuenca visitó a don Dego López Pacheco en la fortaleza de Alarcón, el marqués de Villena era un hombre acabado. De hecho, reconocía ante el regidor conquense su enfermedad, que no era otra que el hambre. Esta segunda guerra del Marquesado, que se había iniciado cuando el gobernador Frías atacó la fortaleza de Chinchilla, no la quería nadie. El rey Fernando comprendía que la guerra no podía deslizarse por los vericuetos de la subversión social y en ese sentido parecían ir las juntas de Corral Rubio, pero la reina Isabel era de otro parecer y no cejaba en el tono inflamatorio de las cartas de la primera guerra y que ahora trasladaba a las cartas de comisión de sus capitanes Pedro Ruiz de Alarcón y Jorge Manrique. Pero esta vez, la guerra no era contienda de caballeros, ahora era enfrentamiento civil en los campos y en las pequeñas villas manchegas. La segunda fase de la guerra del Marquesado fue ante todo una guerra conquense y la batalla se dio en los campos; fue guerra civil de hombres que se conocían de toda la vida y ahora dirimían quién había de dirigir las sociedades futuras.

La figura de Hernando del Castillo se enaltece y eleva sobre un Diego López Pacheco que expresa su temor a la muerte y que, acobardado, ve como única salida la huida a Francia. Es Hernando del Castillo el que quiere la guerra. Se nos dice que es una lucha entre sebosos y almagrados; conversos y cristianos viejos. No, pues la afiliación a los bandos cambia en unas sociedades que apenas llegan a doscientos vecinos y están obligados a convivir y entenderse. Estamos ante el parto de nuevas sociedades rotas desde mediados de siglo. Aquellos pueblos rurales de 1445, dominio de pequeños labradores, viven a mediados de siglo un proceso de usurpación de los bienes comunales y las dehesas a favor de los hombres del marqués. Nuevas realidades nacen y los hombres alinean su vida en torno a ellas. Don Diego López Pacheco negocia en la Corte el mantenimiento de sus rentas, pero sus criados, sobre terreno, mantienen y no renuncian al disfrute de ellas, como tampoco los viejos enemigos renuncian a ampliar sus haciendas sobre el enemigo vencido. Se nos cuenta la guerra de las fortalezas en los dos años primeros de la contienda, pero no se llega a entender la nueva guerra en los campos que no lucha por los castillos sino por la posesión de la tierra. Pueblos saqueados, ganados robados, destrucción de cosechas, venganzas personales, ... pero hay una certeza, quienes posean la tierra de las dehesas vírgenes de Alarcón poseerán el poder en el futuro. Mantener las dehesas de Alarcón es más importante que mantener la fortaleza misma; está en juego la existencia del amplio alfoz de Alarcón, como lo está el control por su dominio y explotación. Hernando del Castillo lo sabe y sabrá jugar con las fidelidades mutables que la lucha por la tierra genera. Quizás lo sepa también la reina Isabel, pues de las rentas de la tierra dependerá la proyección de su reinado. Quienes no saben o no quieren ver son los viejos caballeros del pasado; un marqués de Villena o un Jorge Manrique se mueven en el respeto a la lealtad o los pactos caballerescos. El alcaide de Alarcón, Hernando el Sabio, sabe que es una guerra a cuchillo; lucha por la tierra que continuará después de firmadas las concordias. Las nuevas villas ya han conseguido desde 1476 jurisdicción ahora quieren tierra de su propiedad sobre la que ejercerla

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