El familiar del Santo Oficio de las Mesas Francisco Ramírez Ortíz tenía en 1629 cuarenta y seis años. Era desde el 16 de mayo de 1616 uno de los dos familiares con que contaba la villa. A decir de sus vecinos su lengua le perdía. Cuando pasaba con su borrica al lado de alguna mujer del pueblo de cuya fama dudaba solía exclamar arre puta pelleja y si iba acompañada de su marido soltaba un arre puto cornudo. Su uso del lenguaje no tenía desperdicio, a un vecino suyo al que tenía por enemigo le recordaba sus orígenes judíos, como descendiente de un penitenciado de Belmonte llamado Gómez Herráiz, diciéndole que no te ha de faltar el maná. Al cura le mostraba sus deseos que ardiera en el Infierno y al religioso con el que se había enzarzado en una pelea lo había tratado de Judas, que lo había vendido en la Iglesia y que lo iba a echar a una galera. Sus gestos eran no menos irreverentes; ya hemos mencionado su falta de respeto al Santísimo Sacramento, cuando el cura alzó la hostia y el cáliz en la misa, o el desplante al teniente de cura que le invitaba a salir de la iglesia por estar excomulgado y, que a decir de Francisco Ramírez, no era tal desplante sino simple dejación del clérigo de sus obligaciones religiosas prefiriendo irse a almorzar. Por faltar, había faltado hasta al cuarto mandamiento, enfrentándose a su madre por una herencia familiar. En la petición de bienes que hacía Francisco Ramírez era quizás más grave, que el detalle de cuentas saldadas con su madre propia de un fenicio, el modo con el que se refería a sus padres, muy impropio a decir del fiscal Vallejo:
no la llamava madre sino la muger de fresneda que es grabe delito de impiedad y contra el respeto que deven los ombres a sus padres, que dios suele castigar con rigor en esta vida.
Quizás, nada como la petición que ante la justicia hizo de los bienes en el pleito mantenido con su madre en 1618 para acercarnos a la personalidad de este hombre, en torno a su persona e intereses hacía girar la vida de los demás y de su pueblo:
... porque para en quenta de la dicha pollina que pide la dicha luisa ortiz me la dio que la bendiese y que le conprase un manto de anascote y otras cosas que avía menester para el gasto de su casa, el qual dicho manto le trage de belmonte que costó sesenta reales y más le conpre un tocino que costó setenta reales y más pagué por ellas ochenta reales a pero fernández carnicero por el alquilé de la casa por dos años a quarenta reales por cada un año= más pagué a grabiel sainz beinte y ocho reales del alquilé de casa de un año, más tengo gastados treinta y quatro reales los diez y seis que le di al doctor castillo por tres parezeres que dio para la hacienda que se le dio a el hijo de fresneda y diez i ocho reales de tres vezes que me ocupé en ir a velmonte a seis reales por día= más tengo gastado con la susodicha y su hijo en çapatos y chinelas= más tengo gastado en aceite pescado y sardinas i en carne diez ducados= más tengo gastado diez y seis fanegas de trigo que alguno dello me costó a dos ducados sin otras muchas cosas que a su tienpo ofrezco información de todo i para en quenta de todo esto me tiene dado la pollina que pide= y en quanto a la soldada que pide de su hijo no hizo hacienda de probecho cosa de dos meses que estubo en mi casa y no merezió la comida= demás que yo tube concertado a diego de briones por cinco meses en sesenta reales por ser el año caro y en rigor no se le debe dar más de como a un muchacho como lo es y esto se a de descontar de lo que les tengo dado a él i a su madre= y en quanto a lo que pide de las haças digo que no es ansí antes la dicha luisa ortiz me dijo que pues holgaban las dichas haças que las labrase pues les corría sus nezesidades que ella nunca me a dado trigo ninguno para que las senbrase ni gastado con peones cosa alguna por todo lo qual v. md. debe dar por ninguna la dicha demanda pido justicia.
Nuestro familiar era un auténtico Harpagón, conocido en todo el pueblo por su racanería a la hora de dar limosnas a pobres y cofradías. Aunque lo que más molestaba a sus vecinos era el uso que hacía de su familiatura que le convertía en poseedor de un poder despótico en el pueblo, emitiendo juicios de valor sobre los vecinos, amenazándoles constantemente con denunciarlos al Santo Oficio por sus conductas, faltando al respeto a los clérigos y fabricando genealogías de sus enemigos en toda la comarca para acusarles de ascendencia mora o judía, en especial de una familia, los Pellejero, que habían detentado el cargo de familiares con anterioridad a él. Francisco Ramírez había hecho de su cargo un contrapoder, llegando a desplazar en alguna ocasión a las justicias del lugar del asiento preferente del que gozaban en la iglesia. El malestar contra Francisco Ramírez lo recogió un vecino que se atrevió a presentar un memorial de capítulos acusatorios contra el familiar y a dar el nombre de más de sesenta vecinos a los que pedía se les tomase declaración. Este vecino se llamaba Miguel Fernández Carnicero. Finalmente solo declararían contra Francisco Ramírez diecisiete.
El nueve de febrero de 1630, Francisco Ramírez declararía por segunda vez ante los inquisidores Frías y el licenciado Peralta y Cárdenas. Como ya había hecho cuatro meses antes negó todos los cargos. No obstante el fiscal Vallejo elaboraría una segunda acusación contra él, centrada en las falsas acusaciones de amancebamiento de algunos vecinos y de falta de limpieza de sangre y sobre todo en no guardar el secreto a que estaba obligado como familiar y notario del Santo Oficio en las diversas informaciones que había hecho. Al igual que en octubre más allá de la réplica de las conclusiones del fiscal no aportó testigo alguno en su favor para rebatir a sus enemigos; lo que daba idea de su aislamiento en el pueblo.
La muerte de su mujer, permitirá a Francisco Ramírez obtener licencia del Tribunal de Cuenca para volver a su pueblo a atender una casa sola y la cosecha del verano. Intentará de nuevo obtener otra prórroga para ocuparse en los negocios de la vendimia y la sementera de otoño. Pero esta vez los inquisidores no tienen clemencia, a pesar de los escritos del cura de las Mesas, maestro Pedro Ramírez de León, absolviéndole de la excomunión que pesaba sobre él. El ocho de octubre dictarían sentencia condenándole a un año de destierro de la villa de las Mesas y 4.000 maravedíes de pena, a los que se sumaban 14.000 maravedíes más de costas del proceso.
La suerte de Francisco Ramírez se había decidido mucho antes. Su arrogancia y su impulsividad le habían condenado. Poco después de las primeras informaciones realizadas por el comisario del Santo Oficio, Diego de Montoya, a comienzos de septiembre de 1629, había amenazado públicamente y acusado de perjurio la noche del dieciséis de septiembre a los testigos presentados en su contra. Entre ellos estaban aquellos a los que había acusado de amancebamiento o de cornudos engañados por sus mujeres con religiosos; se presentaban a sí mismos como vecinos principales, honrados y ricos de la villa y auer tenido los más dellos oficios de alcaldes y rregidores, sus nombres eran Juan Pérez, Sebastián Martínez Ortiz, Baltasar Fernández, Ambrosio de Guadalupe, Diego Muñoz, Alonso López de San Bartolomé, Alonso Iniesta, Francisco Fernández y Francisco Provencio. Soliviantados habían conseguido que el alcalde Miguel Pérez de Posadas encerrara con cadenas en la cárcel del pueblo a Francisco Ramírez y que hasta el pueblo se desplazase el comisario de Mota del Cuervo, Cristóbal Fernández Izquierdo, a averiguar lo ocurrido.
Esta es la única ocasión en la que Francisco Ramírez se defiende, presentándonos su caso como el resultado de las acusaciones de los enemigos capitales que tiene en el pueblo, liderados por el cura Baltasar Ramírez de León, e intentado una información de testigos propia ante el comisario Pedro Ramírez de Fuenleal que desde Villaescusa de Haro ha enviado el Tribunal de Cuenca. La información de testigos favorables al reo no llegó a realizarse, porque hubo un desistimiento de los acusadores, que decidieron apartar la causa de falsa acusación de perjurio ante un proceso contradictorio. Se demostraba así cuanto había por ocultar por parte de todos en la villa de las Mesas. También que la causa de la perdición de Francisco Ramírez no eran sus conductas indecorosas o sus palabras heréticas sino el haber usado sus oficios de familiar y notario de Santo Oficio sin el recato debido, guardando el sigilo y secretos obligados. Su mala lengua le había perdido y marginado en la cerrada comunidad de vecinos de las Mesas y será motivo de condenación del Tribunal de la Inquisición de Cuenca. Prueba de ello es que el proceso no siguió en el Consejo de la Suprema, que celosamente guardo los autos, pero también el título original de familiar del Santo Oficio de Francisco Ramírez, de cuyo ejercicio no se había hecho merecedor.
Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1925, Exp.2. Proceso criminal de Francisco Ramírez, familiar del Santo Oficio de Las Mesas. 1629
No hay comentarios:
Publicar un comentario