El año pasado de seiscientos y trece uvo en la dicha villa de San Clemente y su comarca y casi en todo el reino mucha falta de pastos por no auer llovido suficientemente y perecieron de hambre muchos ganados... el dicho ganado andaba flaco y hambriento, se yban corriendo y entrauan en las dichas viñas buscando el pasto, desmandadas sin los poder detener y recoxer los pastores.
El año 1613 fue un año de esterilidad, las yerbas se marchitaron y no había pastos para los ganados. Fernando Muñoz que tenía sus ganados pastando en Vara de Rey perdió cuatrocientas ovejas. Los dueños de ganados de San Clemente, lo que antaño se llamaban los señores de ganados eran una docena de hombres muy influyentes encabezados por Bautista García Monteagudo, Miguel de Perona y Miguel Ortega Avilés. Estos eran los grandes dueños de ganados con miles de ovejas al cuidado de pastores mandados por mayorales. San Clemente siempre había tenido un problema con los pastos que se había agravado con el cierre de los términos de los pueblos vecinos en las décadas de 1530 y 1540. Como vimos en el pasado, la integración de los ganados en las rutas trashumantes fue una salida para la escasez de pasto pero hoy sabemos que no fue suficiente. Entre las cinco cosas vedadas a los ganados figuraban las viñas, pero en San Clemente, una vez vendimiada la uva (y, en ocasiones antes, si las viñas eran ajenas) los ganados entraban a las viñas o, al menos, esa era la costumbre de los que complementaban el cultivo de la vid con la posesión de ganados. Era una práctica habitual, pero era una práctica perseguida por los doce alguaciles que tenía el ayuntamiento de San Clemente y otros tantos porteros. Era un riesgo, pero en la esterilidad del año 1613 los ganaderos obtuvieron provisión real para pastar en dehesas y montes cerrados y, ante la necesidad, entraron en las viñas. Los Valenzuela, encabezados por el cabeza de familia Gómez de Valenzuela dejaron pasar sus ovejas a sus propias viñas, no era hecho nuevo pues tal hecho tenía su tradición pero, al parecer, los ganaderos hicieron de la provisión ganada la excusa para que los ganados comieran la pámpana de las vides y las pocas yerbas del suelo, destrozando y pisoteando muchas de las viñas del pueblo. El descontrol de las ovejas provocó la reacción inmediata de los dueños de majuelos que denunciaron a los ganaderos de arruinar sus vides. Una docena de ganaderos fueron denunciados por una cuarentena de vinateros ante la Chancillería de Granada. El equilibrio entre la cabaña ganadera y las viñas de San Clemente se había roto definitivamente; la nueva libertad de los ganados fue el comienzo de la ruina de las viñas sanclementinas y su hegemonía económica en la comarca. Nuevos advenedizos en la actividad pastoril como el escribano Miguel Sevillano o Francisco de la Cámara se aventuraron a comprar ovejas, un hato de quinientas ovejas respectivamente.
El problema era económico y social en un ambiente catastrófico. Los ganados se morían de hambre y rompían, llevados del hambre, todas las prohibiciones, pasando a las viñas y destrozando las cepas jóvenes y los mugrones. Todos decían respetar las ordenanzas y pastar con los ganados únicamente cuando la uva estaba vendimiada, pero la realidad era que la necesidad podía más y que los dueños se desentendían de las sanciones a sus pastores y les restaban de su soldada las multas por los daños causados por el ganado. Aunque los problemas venían de diez o doce años atrás: la costumbre de los ganaderos de pagar a los dueños de viñas por comerse las pámpanas, una vez alzado el fruto, o de meter los ganados en sus viñas propias se encontró mediada la década de 1600 con la oposición de los dueños de viñas que veían cómo el aumento de ganados y su libertad de movimiento estaba menguando su cultivo y su conservación. A los ganados menores se unían alrededor de unas quinientas bestias de labor, mulas y caballos, que destrozaban los sarmientos tiernos de las vides. El daño era más grave si los ganados hollaban la tierra estando mojada. Los daños causados por el ganado en las viñas fue tal, que en 1615, a propuesta de Miguel de Ortega (ganadero principal, pero también propietario de cuarenta aranzadas de viñas y numerosas tierras de labor) se propusieron unas nuevas ordenanzas para la guarda de viñas, incrementando las condenaciones por la entrada en las viñas.
Para conocer la importancia de la ganadería sanclementina hay que referirse a los hermanos Roales, que llegan a San Clemente como zagales con apenas quince o dieciséis años para entrar al servicio de uno de los hombre más ricos del pueblo, el regidor Bernardo Ramírez de Oropesa. Miguel y Francisco Roales habían llegado a San Clemente en torno a 1595, tomarán asiento en el barrio del Duz. Por las noticias que nos han llegado este barrio se empieza a formar en el último cuarto del siglo XVI con pastores y trabajadores a soldada llegados a San Clemente de otros lugares, además de los hermanos Roales, sabemos de un Domingo Torrecillas, también pastor que llega hacia 1580, y de un Juan Aguirre, trabajador del Campo, que llega después de los pastores, ya pasado el año 1600. El barrio del Duz será el arrabal del Arrabal. En los inicios del siglo XVII, asistimos a una proletarización creciente, con trabajadores a jornal en los barrios marginales del pueblo: además del barrio Duz, en el barrio de San Cristóbal, camino de Cuenca, en las afueras del cuartel de Roma o en otras zonas marginales: calle Medianil o monte del Calvario, a las espaldas de la ermita de San Juan o junto a las nuevas iglesias de Santa Quiteria y San Sebastián.
Los pastores servían a diversos amos sucesivamente: sus condiciones no eran halagüeñas, pues cambiaban de amo en cuanto podían, y eran obligados a pagar las denuncias contra los ganados, cuyas cuantías eran descontadas de sus soldadas. Es lo que nos decía el pastor Juan Martínez Chicano, que había servido a los principales ganaderos del pueblo: Bautista García Monteagudo, Francisco de Astudillo, Miguel de Ortega, Cristóbal García Monteagudo, Miguel de Perona, Bernardo Ramírez de Oropesa y Pedro Díaz Cantos. Así le ocurrió a Benito Martínez, un pastor de La Alberca al servicio de Bautista García de Monteagudo, que vio descontados de su soldada los treinta reales por dejar pasar los ganados a la dehesa boyal de San Clemente. No obstante, los pastores eran capaces de llegar a tener sus propios hatos de ganado y adquirir viñas. Estos ganados aprovechaban las rastrojeras tras la cosecha de cereal y luego las pámpanas de las viñas, para pasar luego a las dehesas de los pueblos comarcanos de El Cañavate, Santa María del Campo o La Alberca y, por último invernar en el reino de Murcia. Las dehesas de los pueblos comarcanos eran de hecho exclusivo por algunos ganaderos que podían pagar el precio de sus hierbas. Así, Francisco de Astudillo gozaba en exclusividad las hierbas de las dehesas de La Muela Tébar y la Planta en Vara de Rey o la dehesa Grande en El Cañavate. En cuanto a la inmigración a la reino de Murcia, tierras más templadas se decía, la marcha del ganado se iniciaba para Todos los Santos. Los pastores y mayorales, si eran varias las manadas, eran hombres a soldada que conocían su oficio y servían a cualesquier amos, incluidos los advenedizos en esta actividad: el doctor Fernando de Vera o Miguel Sevillano encomendaban a estos pastores los ganados recién comprados.
Aunque los conflictos tenían su tradición de antaño, consideramos que el año 1613 marcó un punto de inflexión en los conflictos entre viticultores y ganaderos, los enfrentamientos continuarían en los años siguientes. Don Diego Torrente nos cita un pleito entre Francisco Castillo y Sebastián Moreno Palacios, al destruir los ganados del primero una viña del segundo y 250 olivos (1). Estos conflictos irían en aumento por la subida del precio de las yerbas que impidieron una secular trashumancia de los ganados sanclementinos hacia Alcaraz y Chinchilla, tal como conocemos por unas probanzas de 1530.
No hemos de pensar en secular conflicto entre viticultores y ganaderos sino en la quiebra de un modelo donde el equilibrio entre ganados y viñas se rompe. Los grandes propietarios de San Clemente compartían la propiedad de ganados y viñas. Miguel de Perona poseía siete manadas de ganado ovejuno, a quinientas y seiscientas cabezas cada una, y treinta y cinco aranzadas de viñas con treinta mil vides. Este último dato lo que demuestra es una superpoblación de las viñas con muchas cepas por aranzada y el generalizado uso de los mugrones para la generación de nuevas cepas. A diferencia de los años ochenta y noventa, ahora en 1615, Miguel de Perona, por el alto precio de las hierbas, había abandonado la trashumancia hacia los puertos de Chinchilla y Alcaraz y en el seco año de 1613 había llevado sus ganados hasta las dehesas de Santa María del Campo, La Alberca, El Cañavate o Villaescusa de Haro, si bien sus ganados habían invadido las viñas, siendo sus pastores los que habían pagado las condenaciones por las denuncias. NO obstante, Miguel de Perona todavía mandaba a herbajar sus ganados al reino de Murcia, a tierras más templadas, que las frías de San Clemente. Miguel de Perona es uno de los ricos de San Clemente sin llegar a la hacienda que poseían los grandes ricos del pueblo: Castillo, Pacheco u Ortega. Caso similar es el de Francisco de Astudillo, aunque sin tradición ganadera hasta 1613, poseerá veinte aranzadas de viñas que duplicará con la plantación de nuevas viñas. Los grandes ganaderos como Miguel de Ortega solían ocultar la cuantía de sus ganados, muy numerosos, pero debían ser parejos a otras propiedades como las cuarenta aranzadas de majuelos que poseía.
Los inicios de siglo vinieron acompañados de la compra de ganados por aquellos que habían hecho un poco de fortuna: Pedro Díaz de Cantos, un hombre humilde y honrado, había comprado una manada de cuatrocientas ovejas a Francisco de Ávalos, como complemento a sus tres aranzadas de viñas, quizás aprovechando la necesidad de su vendedor ese año de 1613. Francisco de Astudillo aprovechará la crisis de 1613 para hacerse con la propiedad de varias manadas. No es la primera vez que tenía ganados, pero con astucia se hacía y deshacía de ellos, según viera en las ovejas ganancia o no. El doctor Fernando de Vera se hará con dos manadas de ganados en ese año también. Las compras de ganado se hacían para Sa Juan o San Pedro y San Pablo, y el hecho de que entre los vendedores estuvieran ganaderos con más solera nos lleva a pensar que ya adivinaban que venía un mal año. Pedro de Valenzuela tenía cuatro manadas de ganados y veinte aranzadas de viñas. Pedro de Valenzuela era un advenedizo en el pastoreo y había comenzado a adquirir manadas de ganado hacia mediados de la década de 1600, hasta poseer tres o cuatro manadas de quinientas o seiscientas ovejas. No solo eso, las viñas de Pedro de Valenzuela se iban rellenando, por la plantación de nuevas cepas, hasta cubrir esas veinte aranzadas con cerca de novecientas vides cada una. Pedro de Valenzuela era un ejemplo más de esa confianza que movió a los hombres, una vez pasada la peste de 1600 y la crisis de carestía de 1605. Como si volviéramos al año 1508, cuando los hombres sobrepuestos a las carestías y la peste iniciaron un proceso de desarrollo económico sin igual, pero ahora contextos y realidades habían cambiado: las nuevas viñas se plantaban sobre majuelos repletos de ellos; los ricos adquirían ganados que no encontraban el pasto en los pueblos y, en el caso de los advenedizos ganaderos, no estaban en condiciones de incorporar sus reses a la trashumancia hacia los pastos murcianos. Es cierto que en las décadas de 1610 y 1620, al igual que las tierras se superpoblaban de ganados, los pueblos se superpoblaban de hombres. La alimentación se convirtió en un problema: era necesaria más carne, más vino y más pan. En 1624, el corregidor ordena a las diecisiete villas del corregimiento de San Clemente que informen de las tierras no sembradas de cereal: las respuestas no se hacen esperar, esas tierras son marginales e improductivas o necesitarían de nuevos asentamientos poblacionales por ser los campos distantes de los pueblos.
Los ganados sanclementinos no estaban destinados a la producción de lana, sino al abastecimiento de carnes de los pueblos más inmediatos. Bautista García Monteagudo se reconocía por abastecedor de carne de los pueblos de La Alberca, Santa María del Campo, Pinarejo o El Cañavate, que ponían a su disposición las dehesas carniceras. Pero, el mercado de carnes llegaba más allá. Veinte años después Francisco de Astudillo será condenado por contrabando de ganado con el reino de Aragón. EN 1615, el abastecimiento de las carnicerías de San Clemente estaba en manos de cuatro ganaderos medianos: Cristóbal Ángel, Sebastián Cantero, Pedro de Alfaro y Cristóbal Galindo. A los abastecedores se les cedía la llamada dehesa carnicera, pero la realidad es que esa dehesa estaba muy mermada pues un tercio de su interior estaba plantada de viñas de particulares que la invadían y que, como contraprestación, estaban obligados a dejar pastar y comerse las pámpanas, una vez alzado en fruto, es decir, acabada la vendimia.
ACHGR. PROBANZA. EL FISCAL, CONTRA MIGUEL DE ORTEGA Y CONSORTES, VECINO DE SAN CLEMENTE, SOBRE LOS DAÑOS DE LOS GANADOS. C9533-001
Don Diego Torrente Pérez: Documentos...Tomo I, p. 130