El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

Tuesday, December 9, 2025

El provenciano que se fue a Indias a comerciar con cacao

 Miguel Fernández, hija de Alonso Hernández Quintanilla y Teresa Olivares, era provenciano que había muerto en 1612 en Nueva España. No sabemos cuándo había salido de su pueblo para Indias, pero sí que su fortuna, acumulada en el entorno de la ciudad de Puebla (o Puebla de los Ángeles) se había forjado en torno al cacao. Once cargas de cacao había dejado en el momento de su muerte en la villa de Carrión en el valle de Atrisco, pero no consigo sino en el puerto de Acapulco. Miguel había muerto tras sentirse enfermo viniendo de Sonsonate (actual El Salvador), Es probable que Miguel Fernández no pudiera acudir a recoger estas cargas, pues hospedado en una posada estaba recibiendo atención médica. Su muerte llegó a su viuda Lucía López en 1619, en El Provencio. Por entonces, únicamente vivía su hija Catalina de Olivares, pues otro hijo llamado Miguel había muerto. En las informaciones de testigos de 1619 se dice que Miguel Fernandez había abandonado su pueblo hacía 17 o 18 años (hacia 1601-1602), aunque su pase a Indias se produjo un año después de abandonar el pueblo en busca de fortuna.

Miguel Fernández había conseguido una posición económica favorable en las Indias, contaba con una sirvienta en su casa y cuando muere encomienda a seis clérigos su entierro, con una misa cantada y 264 misas rezadas por él, sus padres y otras personas en Carrión, ciudad de México y conventos de carmelitas y franciscanos. Dedicado al comercio, cuando muere, se ha adelantado a un arriero a su servicio que trae once cargas de cacao para entregarle en Puebla de los Ángeles. El cacao se había recogido en Sonsonate, trasladado en barco a Acapulco y sería transportado por el recuero Bartolomé Martín hasta Puebla.

Las once cargas de cacao, y algunas ropas viejas, eran las única propiedades de Miguel en el momento de su muerte. Miguel no tenía deudas, creemos qu  era una persona avispada en busca de negocios y lo había visto en el comercio de cacao. El caso es que en el momento de casarse, Miguel Fernández no era pobre, había aportado al matrimonio 500 ducados y su mujer 30000 maravedíes en concepto de dote. ¿Entonces? Probablemente, Miguel y su hacienda se habían arruinado y se había visto forzado a buscar fortuna fuera de su pueblo


Hasta 1624, la viuda y su hija no recibirán la herencia del difunto, un total de14569 mrs. Es lo que quedaba después de pagar al recuero del cacao, al mesonero que atendió al moribundo, que no se olvidó de echar al alza los servicios como la esclava que atendió al moribundo o las sábanas y colchón orinadas en su agonía de cinco días, luego venían sueldos de escribanos, pagar el macho prestado con el que había llegado al mesón, los clérigos de su entierro, las misas y los impuestos exigidos por la Casa de Contratación (costas, flete y avería).


AGI, CONTRATACIÓN, 357, N. 7.


La peste del año 1600, que llegó a la Mancha conquense en dos oleadas, las crisis inmediatamente previas y la carestía en torno al año 1604 obligaron a los hombres a dejar sus pueblos y buscar nuevas oportunidades. Tal fue el caso del provenciano Miguel Fernández, que, abandonando El Provencio y su familia, anduvo errante por Andalucía antes de obtener el permiso para pasar a Indias.
El abandono de los maridos del hogar familiar, empujados por las ruinas de sus haciendas y a la búsqueda de fortuna, fue algo que se repitió en el tiempo. Las familias eran más extensas y los parientes, ya fueran tíos o yernos suplían en la medida que podían la falta del cabeza familiar. Miguel anduvo en busca de su oportunidad por Nueva España; debía ser una persona arriesgada, que buscó la oportunidad en los nuevos negocios. El lo intentó en el comercio del cacao, cultivado en Guatemala, este producto llegaba al puerto de Acapulco desde donde se distribuía no solo a Europa. Recuas de mulas ayudaban en la distribución. Miguel Fernández hizo lo propio contratando un recuero que llevara sus once costales de cacao hasta la ciudad mejicana de la Puebla de los Ángeles. El cacao llegó, pero él, no. Montado en un macho y enfermo llegó hasta un mesón en la villa de Carrión, para desplomarse de su cabalgadura y ser recogido por el mesonero, que lo atendió sus últimos cinco días. Poco antes, a ocho leguas de Acapulco había ordenado su conciencia y su hacienda, sabedor de su destino. Su fortuna se esfumó entre misas por su memoria, pago del recuero y del mesonero, que no le perdonó haber estropeado con su orina sus sábanas y colchón y las gestiones post mortem de sus albaceas. Su hija, en El Provencio recibió de su herencia tan solo 14500 maravedíes, cuando la hacienda del finado había gozado de tiempos mejores en el cultivo de la tierra de su pueblo natal: 500 ducados de patrimonio y 30000 maravedíes de dote matrimonial.

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