El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

martes, 21 de mayo de 2019

La liga y monipodio de los renteros de El Pedernoso

No hemos de trasladarnos a la obra cervantina de Rinconete y Cortadillo para encontrar el término de liga y monipodio. Lo que nos ha quedado en la memoria como asociación de malhechores era después de la guerra del Marquesado algo común en las villas de realengo. Agrupaciones de hombres en busca de su provecho particular, muy alejados de la imagen de ladrones, para confundirse con los oficiales del concejo, pues era el control de los cargos concejiles lo que les permitía hacer uso de ellos para el control de los bienes, que no eran otros que la tierra para el cultivo y las yerbas de pasto y abrevaderos para el ganado.

Era aquella época de la posguerra del Marquesado, como cualquier otra de fin de hostilidades, lugar de revanchas; los hombres, al menos aquellos poderosos, acudían al Consejo Real en busca de justicia y cartas de seguro para salvar sus personas y haciendas. Otros, menos afortunados, perdían el pequeño patrimonio y su casa y con ello su dignidad como personas, acabando sus días en las puertas de las iglesias, viviendo de las limosnas ajenas o deambulando por los campos, recogiendo los granos sueltos y los racimos de uvas olvidados en los majuelos. A la puerta de la iglesia de Vara de Rey solía pasar sus horas Miguel Sánchez del Ramo entre la conmiseración y escarnio de sus vecinos. O tal era el caso de Juan Escribano que andaba por las viñas y panes apreciando los daños de los ganados o de Martín de Gil Gómez, que trabajaba a jornal segando, podando o cavando. Ambos eran de Honrubia. Se trataba de labradores arruinados, enemigos de hidalgos los llamaban; pues de sus bocas salían las palabras más groseras contra esos hidalgos que no pechaban. No todos los desfavorecidos eran pecheros; un Juan de Ortega, hidalgo arruinado de San Clemente, andaba para oprobio suyo y de su linaje, por las noches recogiendo gavillas de leña en el monte y ahora de montar caballos iba andando tras un rucio, siendo el hazmerreir de sus paisanos. De las burlas no se libraba ni el mismo alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo, que, con más de ochenta años, acudía en burro, desde la fortaleza a la villa de San Clemente, para visitar a sus nietos; Rodrigo de Ortega el viejo se reía de él, viéndolo a lomos de tan insignificante bestia, pero el ladino alcaide, cargado de vivencias del mundo, le recordaba al terrateniente de Villar de Cantos que más pecado era parecer pobre, en aquellos tiempos, que dejar de ser hidalgo.
Aquellas sociedades tradicionales de pequeños labradores habían visto sus haciendas empequeñecidas, cuando no robadas, por las dádivas del maestre don Juan Pacheco y su hijo Diego a sus paniaguados. Quizás el caso más sonado fuera el del jareño Pascual García, que veía robado su heredamiento de la Hoya del Roblecillo. La guerra vino a hacer ley común el robo y el saqueo. Unas veces, eran operaciones militares que requisaban grandes cantidades de cabezas de ganado o destruían pueblos, hundiéndolos para un cuarto de siglo, como La Alberca; pero otras, simples robos a arrieros y carreteros, tales en el camino de El Provencio a Socuéllamos, donde la hostilidad militar se confundía con la simple oportunidad de la ganancia fácil; una tierra de nadie, donde el espacio agrario se iba forjando, pero que en el presente era simple dehesa donde las piaras de cerdos comían las bellotas, cuando no el cadáver de algún niño mal enterrado por una madre deshonrada.
Conflicto de sebosos contra almagrados, se nos dice, pero las gotas de sangre judía no dependían tanto del líquido que corría por las venas, sino de las enemistades ganadas en la guerra. En la fortaleza de Chinchilla, don Juan Pacheco fue capaz de reunir allá por el año 1464 a todos, hombres forjados en la guerra y esos otros que esperaban aprender de las armas en en las hostilidades. Unos eran los cuantiosos, que vivían del arte militar, otros, solo tenían un caballo en el que habían empeñado su hacienda para ganar la fortuna y la gloria. Pero dos décadas después todos se encontraban sin oficio ni beneficio, huyendo de las venganzas pasadas o simplemente buscando la fidelidad de sus próximos. En algún caso, únicamente tenían su apellido, dado por el lugar de procedencia, y que, cuando cambien los tiempos, será carta de naturaleza para pretensiones hidalgas. Pues los hombres, que han aprendido a moverse en la guerra de un sitio para otro, rompiendo las familias, ahora en tiempos de paz se asientan en los pueblos para rehacer sus vidas con sus tierras y ganados. De aquellos hombres que han servido al marqués, pocas fidelidades quedan. El alcaide García Pallarés ahora quiere honrar a sus reyes; los Rosillo o los Cantos son paladines de la causa real y buscan ahora el poder en San Clemente o Albacete; otros, como, los Vara de Rey inician un periplo hacia Hellín, para buscar, después, las nuevas oportunidades nacidas en alquerías convertidas en grandes aldeas, caso de Quintanar del Marquesado. El apellido Alarcón lo llevan todos, pero solo los más afortunados intentarán confundirse con los Ruiz de Alarcón en pretensiones hidalgas. Muchos se hacen labradores, otros aprenden las letras en improvisados estudios de gramática, si es que así se puede llamar a las casas de los clérigos: tal vez al calor de las lecciones de un cura aprendieran sus primeras letras los Ruiz de Almarcha, familia de leguleyos y alcaldes mayores, como aprendió las letras el clérigo Diego de Alarcón en Castillo de Garcimuñoz.
Nunca ha habido parto tan doloroso como la nueva sociedad que surgió de la guerra y se forjó en el fin de siglo. A cuchilladas nacían las nuevas villas, aunque sería más acertado decir que el nacimiento era en la contienda de los hombres por buscar su espacio vital. Las misas en la parroquia de San Clemente acababan a la salida de la puerta de Santiago en trifulcas con grupos organizados de hombres, provistos de dagas y espadas. Y es que los ricos de los pueblos aprovechaban los servicios como matones de unos hombres sin oficio qué ejercer. Hemos de pensar, en la villa de San Clemente, a un caballero converso Sancho Rodríguez poniendo las armas y a los sempiternos Origüelas escondiendo la mano después de lanzar la piedra. Como hemos de imaginar a Ruipérez o Cañavates en Villanueva de la Jara recomponiendo su poder, mientras los Mondéjar, enemigos del marqués, ponían los muertos. Pero las disputas adquirían la veste de pequeñas rencillas, que no llegaban a engendrar estas luchas de bandas y formación de ligas y monipodios, que denunciaba el belmonteño Gonzalo de Iniesta en ese otro lugar más alejado que era El Pedernoso. Confabulación mafiosa que no podía ser otra que los labradores de la villa, que, haciéndose con el poder concejil, pretendían ajustar las cuentas pendientes de la vieja aldea belmonteña con sus antiguos señores y sirvientes. Claro que el lugar preferido para resolver las disputas era la soledad de los campos. Por las heredades de El Cañavate resolvían sus diferencias a puñaladas los Piñán del Castillo y los Tébar.
Es de destacar el caso de El Pedernoso; aquí las acciones desmedidas no correspondían a los criados del marqués, sino a los labradores de la villa. Alcanzado el villazgo en 1480, labradores de El Pedernoso, quisieron poner fin a la intromisión de los colonos llegados desde Belmonte, que, por compra se decía, se habían hecho con parte de las tierras de la antigua aldea, dependiente de Belmonte por un periodo de quince años. Para ello formaron una liga o monipodio para imponer fuertes penas a aquellos que labraran las tierras de los foráneos en la villa. Estamos tentado de pensar que dicha liga se confundía con el gobierno concejil, pero creemos que más bien era simple reunión de vecinos imponiendo sus decisiones. Era una forma violenta de impedir el uso de estas tierras y forzar la venta o cesión obligatoria al nuevo concejo de El Pedernoso. La falta de arrendatarios para los propietarios belmonteños buscaba su expulsión del pueblo y la usurpación de sus propiedades (1). Aunque quizá el conflicto tuviera un marcado carácter de clase y estemos ante una subversión de los renteros, que intentaban el acceso a la propiedad de la tierra que labraban a costa de usurparla a sus dueños. Sabemos de la negativa de los renteros a pagar canon alguno a un gran propietario, vecino esta vez de la villa, llamado Sancho Arronis. Este carácter de clase es más marcado si pensamos que los conflictos surgen poco después que el licenciado Luna sentenciase términos propios para las villas de Las Pedroñeras, Las Mesas y El Pedernoso frente al marqués de Villena. La lucha por la jurisdicción era la lucha por la tierra (2). La lucha de los renteros de El Pedernoso iba más allá y apuntaba al marqués de Villena, a quien se pagaba con carácter anual un censo o renta, quizás reminiscencia señorial de un pretendido derecho sobre la tierra. Esta vez el Consejo Real, era el año 1495, sentenció a favor de don Diego. Hemos dicho quizás reminiscencia señorial más que por el momento que se tomó el censo, por las condiciones draconianas del mismo. El Pedernoso, y sus vecinos, era villa que padecía gran necesidad; el año 1490, la Corona exigió una importante aportación monetaria para la guerra contra los moros en Granada. En ayuda de la villa acudió el alcaide de Belmonte en nombre de su señor, prestando veinte mil maravedíes y cien fanegas de trigo; las condiciones impuestas eran crueles, la imposición de un censo enfitéutico sobre las casas, tierras y viñas de sus vecinos y la entrega anual de quince pares de gallinas (4)
La realidad era que El Pedernoso era uno de los casos más explícitos de la ruina provocada por la guerra del Marquesdo y la pobreza en la que habían caído muchos labradores, perdiendo sus tierras a favor de los hombres del marqués y del propio don Diego López Pacheco. Habían ganado la tierra, pero habían perdido sus tierras
que ellos resçibieron mucho daño en el tienpo de las guerras del Marquesado asy por esto como por los pleytos que han seguido con el marqués Diego López Pacheco e con otras personas por la esterilidad de la tierra del no coger pan ni vino ellos estavan muy pobres e alcançados e para conplir estas cosas dis que ovieron de vender e vendieron sus ganados e las tierras e bienes e rrayses que tenían e aquellos que dis que las conpraron ge las tornaron a arrendar e ellos las tomaron a rrenta dellos por mayores presçios (5)
Hubo que llegar la guerra de Granada para que estos aprendices de malhechores feudales tuvieran ocupación. Con ellos fueron de peones los labradores. Si alguna virtud tiene la guerra es que ofrece a los hombres la igualdad en el valor ante la muerte. Así, en 1492, a la vuelta de la guerra, las luchas banderizas fueron sustituidas por la universidad y común de los hombres que se pretendían iguales. Procuradores síndicos y diputados velaron por el bien común en los pueblos. Era un espejismo, pues la reacción señorial a la muerte de la Reina Católica, acompañada de la enfermedad y el hambre, fue más violenta que nunca. Pero la universidad de hombres que aspiraban a ser libres esta vez respondieron. Superada la crisis pestífera de 1508, los hombres empezaron a hacer realidad su sueño.


(1) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148805,128 Que la villa de Pedernoso derroque cierta liga y monipodio hechos para que nadie labrase las heredades de Gonzalo de Iniesta. 1488
(2) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148902,159 Sobre la ejecución de ciertos contratos en Pedernoso. 1489
(3) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,149502,569 Orden de cumplir la ejecutoria ganada por Diego Pacheco, vecino de Alcorcón, en pleito contra el concejo de El Pedernoso, a causa de un censo que tenían que pagarle. 1495
(4) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,149003,397 Queja sobre censo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, a villa de Pedernoso. 1490
(5)Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148808,20 Queja sobre censo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, a villa de Pedernoso. Para que el gobernador del marquesado de Villena, dé término de espera al concejo de Pedernoso, para el pago de unas deudas, si hallare que son pobres. 1488

domingo, 19 de mayo de 2019

La pobreza de un cantero llamado Juanes de Chavarría


No todos los canteros vascos acababan su días acumulando grandes fortunas, ni sus familias daban el paso de canteros a terratenientes. Sabemos del caso de Juanes de Chavarría, confundido en el parecido de apellidos con maese Pedro de Chavarrieta. Hacia 1537 tenía establecida su casa en la villa de Almagro, donde seguía ejerciendo el oficio de cantero. Esta vez, por un salario de dos reales diarios por su trabajo para el hospital de la villa. No se le conocían propiedades raíces ni muebles, tan solo los vestidos que llevaba puestos. El hecho de emplearse a jornal era un oprobio para un cantero vasco, que solían trabajar en régimen de iguala. Juanes de Chavarría vivía por entonces de alquiler en casa de Diego Hernández.



Pero la pobreza era la propia del cantero que cambiaba de lugar en busca de trabajo con qué ocupar su oficio. El sabía de su ascendencia vasca, que pretendía hidalga, pero para sus convecinos de Almagro era un cantero llegado hacía poco tiempo a vsar de su ofiçio y no saben quién es ny de dónde. Más que su pobreza, su problema era la falta de adaptación de un recién llegado a Almagro, rechazado por el concejo para ser avecindado como hidalgo y que despertaba el recelo de otros canteros como Bastián Lucas. Recursos debía tener, aunque no viviera sus mejores momentos, pues su causa de hidalguía la defendía en Granada su procurador Miguel Carrillo un seis de abril de 1538 conseguía una primera sentencia de la Chancillería de Granada., confirmada el trece de julio de 1540. Juanes de Chavarría lo tenía en su mano, pero fue incapaz de pagar la ejecutoria de hidalguía por falta de recursos.

ARCHIVO DE CHANCILLERÍA DE GRANADA, HIDALGUÍAS, Sig. antigua, 303-352-19

sábado, 18 de mayo de 2019

Los Vera, de la Hinojosa y Cervera a El Peral



Los Vera habían medrado, como criados, al calor del señor de Piqueras. Establecidos en 1564 en la villa de El Peral ahora pretendían ver reconocida su supuesta hidalguía. Alonso de Vera había casado en la Hinojosa, aldea de Alarcón, pero pronto había cambiado su residencia a El Peral, donde en la década de los treinta se había establecido su padre, procedente de Piqueras, villa en la que había ocupado, al servicio de su señor, el cargo de alcalde mayor, así como en las villas de Albaladejo, Olmeda, las Valeras o Cervera, al servicio de sus respectivos señores.

Hacia 1545, el padre de Alonso, Rodrigo de Vera se personó ante el concejo de El Peral reivindicando su hidalguía y pidiendo que no se le hicieran repartimientos. El concejo de Alarcón decidió hacer una información de testigos en La Hinojosa, cometiendo el encargo a dos vecinos de la villa: Mingo Navarro y Miguel de Ruipérez. Parece que finalmente se desplazó hasta Hinojosa el citado Miguel de Ruipérez, acompañado del escribano de Motilla Alonso de Córdoba. La información elaborada fue leída ante los oficiales del concejo de El Peral, que dieron por buena la hidalguía de Rodrigo. Muerto éste, sin embargo, su hijo Alonso debió pagar como pechero la moneda forera, pues en virtud de provisión real, solo se podían eximir aquellos que tuvieran ganada ejecutoria de hidalguía, que no era el caso de los Vera. En la consideración de si Alonso de Vera debía pagar o no, parece que fue determinante la opinión del licenciado Espinosa, letrado del concejo de El Peral.

La influencia de los Vera en la villa de El Peral, venía por el casamiento de Rodrigo con una hermana del clérigo Diego de Alarcón, persona muy significada en la villa. Al parecer, un miembro de esta familia, Andrés de Alarcón, que a la altura de 1545 era alcalde ordinario de la villa había sido determinante en el empadronamiento de Rodrigo Vera entre los hidalgos.

Para demostrar la supuesta hidalguía se decidió busca papeles en los que figurasen los padrones de vecinos de El Peral, de treinta años antes. Las escrituras se encontraban en un arca de tres llaves en el archivo, que se se encontraba en la parte alta de las casas de ayuntamiento. Entre los vecinos pecheros asentados en los libros de pecheros de los años anteriores a 1537 estaba Rodrigo de Vera, obligado a pagar ocho centenas.

Hechos los trámites en El Peral, el escribano receptor de la Chancillería de Granada, Oscáriz, se desplazó hasta la Hinojosa, aldea de Alarcón, y supuesta " casa solar" de los Vera. El primero en dar testimonio fue Diego de Tébar, un hidalgo ejecutoriado de sesenta años de edad, pero su declaración fue de tal neutralidad que no se pronunció sobre nada, salvo sus servicios con el señor de Cervera, que era como declarar en contra. Su respuesta fue ratificada en igual sentido por numerosos labradores del lugar. Se decidió interrogar a los hidalgos del lugar, que habían de ser más favorables a la hidalguía de Alonso de Vera, éstos eran Francisco de Moya, alcalde por el estado de los hijosdalgo (aunque el apellido Moya era muy común entre los pecheros); Diego de Álvarez, más de sesenta años; Francisco de Lomas (apellido ya conocido), de cincuenta años; Juan del Castillo, de más de cuarenta años; Martín de Saucedo, de más de cuarenta años, y Alonso de Resa, de más de cincuenta años. Pero ninguno testificó a favor de los Vera.

En el caso de La Hinojosa, las escrituras de la villa se guardaban en casa del jurado Juan de Torralba. Pero entre los padrones y escrituras existentes en un cajón metido dentro del arca con cerradura de una única llave no se halló nada tocante a los Vera.

Para buscar más antecedentes de la familia Vera, el escribano receptor fue hasta la villa de Cervera. Un labrador Juan Redondo, de noventa y dos años, daba noticias incluso del abuelo. Del padre Rodrigo decía que había servido como paje al señor de Cervera hasta que se fue a casar con una Alarcón en El Peral. Del abuelo dijo que se llamaba Alonso de Vera el viejo, escudero que había sido de Juan Álvarez de Toledo, señor de la villa. Hasta Cervera se habían desplazado a vivir la familia Vera al completo con el abuelo.  Este servicio a favor del señor de Cervera, fue ratificado por otros hidalgos de esta villa: Alonso de Valencia, de más de cincuenta años; Andrés de Alarcón, labrador además de hidalgo (que ambas condiciones no han sido excluyentes), de cincuenta y cuatro años; Francisco de Valencia, de sesenta y cinco años, labrador e hidalgo asimismo y al igual que Francisco de Espinosa, de sesenta y un años.

Criados de un señor, con las pruebas documentales en contra y con pocos amigos los Vera vieron denegada su aspiración a la hidalguía. Tampoco los antecedentes eran mejores; Rodrigo de Vera había intentado obtener ejecutoria de hidalguía en 1539 y se le recordó una pragmática del rey don Juan contra aquellos que intentaban ganar hidalguías .


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua, 302-341-14 y 304-586-119. Años 1564 y 1539


TESTIGOS DE LA VILLA DE EL PERAL

Pedro Jiménez el Viejo, vecino de El Peral, pechero. 70 años
Alonso de Castillejo, vecino de El Peral, regidor y pechero. 68 años
Lázaro García, vecino de El Peral, labrador de más de sesenta años
Matías Monedero, vecino de El Peral
Alonso García de la Motilla, vecino de El Peral, 67 años, pechero
Alonso de Calatayud, sacristán, vecino de El Peral, setenta años. Escribano de la villa de El Peral hacia 1545
Miguel García, vecino de El Peral, labrador de setenta años
Hernán Gómez, vecino de El Peral, escribano del ayuntamiento, 50 años.
Alonso de Velena, labrador y tejedor de El Peral,
Juan de Velena el viejo, tejedor, vecino de El Peral, 45 años
Gil Rodríguez, trabajador, natural y vecino de El Peral. 64 años
Alonso González el viejo, labrador, vecino de El Peral.
Pedro de Murcia, labrador, natural y vecino de El Peral, 65 años
Juan Martínez de Iniesta, labrador, vecino de EL Peral, 55 años
Damián del Peral, arriero, vecino de El Peral, 57 años
Matías Clemente, mesonero, vecino de El Peral, 64 años.
Sebastián Gómez, de edad de 47 años, labrador, vecino de El Peral.
Martín Alonso, natural y vecino de El Peral, mesonero, 60 años
--- de Navalón, labrador, vecino de El Peral, 43 años
Felipe García, alcalde ordinario en 1564, y Jorge Contreras, regidor en ese año

martes, 14 de mayo de 2019

Sobre el origen de la casa del ayuntamiento de Uclés



En la villa de Vclés en seys días del mes de febrero de mill e quinientos e veynte años este dicho día en presençia de mí el escriuano e testigos de yhuso escritos paresçió Arias de Viana veçino de la dicha villa ante el señor liçençiado Juan Bezerra alcalde mayor en la dicha villa e dixo que por quanto oy dicho día estando en conçejo se platicó con el manífyco señor don Garçía López Pacheco governador de su provinçia de Castilla que se devía hazer en esta dicha villa una casa de conçejo e carçel para la dicha villa e su merçed mandó proveer çerca dello que pide el dicho señor alcalde mayor que le mande dar sygnado en pública forma lo que el dicho señor governador mandó çerca dello, testigos, Juan Castillejo y Garçía de Torres veçinos de la dicha villa

e luego yncontinente el dicho señor alcalde mayor mandó a mi Juan de Alarcón escriuano del conçejo de la dicha villa que saque del libro del dicho conçejo lo que el dicho governador mandó proveer e que se lo dé en pública forma al dicho Arias de Viana el qual dicho mandamiento del dicho governador e lo que proveyó es de este que se sygue

El señor governador dixo que bistos los botos de los dichos ofiçiales mandava e mandó que si hallasen alguna casa que fuese convinyente que en ella oviese casa de conçejo e ayuntamiento e carçel hasta en contía de quarenta e çinco o çinçuenta mill mrs. e de ay abaxo que se conprase e sy no que se hyziese a vysta del alcalde mayor e rregidores e veedores de la villa una casa en buen sytio e lugar en la dicha contía de hasta çincuenta mill mrs. y que esto se cunpla lo más brebe que ser pudiere, don Garçía e yo Juan de Alarcón escriuano del dicho conçejo que presente fuy a todo lo que dicho es e de mandamiento del dicho señor alcalde mayor del libro del dicho concejo lo susodicho saqué en fe de lo qual fiz aquí este myo signo a tal en testimonio de verdad (signo) Juan de Alarcón escriuano del conçejo

Archivo de la Chancillería de Granada. Hidalguías
Signatura antigua, 303-457-10

lunes, 13 de mayo de 2019

Villanueva de la Jara pasa al señorío de la Emperatriz Isabel de Portugal

Torre del Reloj, de Villanueva de la Jara
erigida por el cantero vasco
Pedro de Oma
La toma de posesión, a favor de la emperatriz Isabel, de la villa de Villanueva de la Jara nos da ocasión para conocer la villa en ese trece de junio de 1526. De los presentes, los hombres más importantes de la villa presentes en la sala del ayuntamiento, se nos ha conservado el nombre de sus oficiales concejiles y de los vecinos principales. Eran alcaldes Martín García de Villanueva y Alonso Sánchez Pozoseco; alcaldes de la hermandad, Juan de Solera y Juan Pérez; alguaciles, Andrés Navarro y Clemente Pérez; regidores, Martín López el mozo y Alonso de Ruipérez; el bachiller Clemente, como letrado de la villa; diputados, Pedro López de Tébar, Juan Tabernero y Diego Martínez Remelle; junto a ellos, un grupo de vecinos señalados: Pedro García de Villanueva, Martín López el viejo, Pascual García, Juan de la Osa el mozo, Pedro de Beamud, Juan Barriga, Pedro Pardo, Sebastián de Caballón, Benito Cuartero, Miguel Mateo, Pedro de Monteagudo, Juan Simarro de Hernán Simarro, Alonso Martínez Pastor, Diego López, Juan García de Pascual García, Juan de Lerma el viejo y otros muchos. El escribano del ayuntamiento aquel año era Alonso García, y, junto a él dando fe los escribanos públicos Lope de Araque y Francisco Navarro. Todos ellos esperaban en la sala del ayuntamiento la llegada de los enviados de la emperatriz Isabel: Lorencio Garcés, caballero de la orden de Cristo, y Rodrigo Enríquez, comendador de Lopera. Los recibieron con la cabeza descubierta y sus gorras en la mano, tal como hicieron poco antes sus vecinos de San Clemente y hoy representa algún relieve del friso del ayuntamiento de esta villa. Las ceremonias se repitieron en cada una de las villas con cuyo señorío fue agraciada Isabel de Portugal. Habló el doctor Lorencio Garcés, que anunció cómo el motivo de su venida era aprehender la tenencia, posesión, propiedad y dominio real de la villa. Actuaban como testigos del evento Pascual de Sancho, Pascual Rabadán, Alonso Hortún, Hernán Mañes, Blas de Mondéjar, Gómez de Villanueva y otros vecinos.

Las capitulaciones matrimoniales entre el emperador Carlos e Isabel de Portugal salieron caras al novio: una renta anual de cuarenta y dos mil doblas de oro para la novia, asentadas sobre las rentas de varias villas cedidas con su señorío y jurisdicción civil y criminal: Albacete, Alcaraz, Aranda de Duero, Carrión, Molina, San Clemente, Sepúlveda, Soria y Villanueva de la Jara. Se leyeron delante de los asistentes las dos provisiones reales que otorgaban la posesión y señorío de la villa de Villanueva de la Jara a la emperatriz, luego fueron entregadas a los regidores y oficiales del ayuntamiento que, uno a uno, con la cabeza descubierta de sus gorras y bonetes, besaron las cartas reales y las pusieron sobre sus cabezas, según acostumbrado ritual de la época.

El formalismo de la ceremonia continuó; los regidores pidieron a los enviados reales que salieran de la sala consistorial mientras ellos platicaban sobre la conveniencia de aceptar el nuevo señorío. Fueron cortas las deliberaciones, pues pronto volvieron a entrar el comendador de Lopera y el doctor Garcés. Los jareños estaban prestos a aceptar el nuevo señorío y pedían a la emperatriz que respetara los privilegios, libertadas, exenciones y buenos usos que los reyes pasados habían concedido a Villanueva de la Jara. La jornada fue vivida como una fiesta, se conminó a los vecinos que
se pongan de vestidos festivales, e fagan todas la alegrías e fiestas que mejor pudiesen para ello e se rrepiquen las canpanas a modo de alegría, que se corran toros e toquen todos los instrumentos de plazer e alegría
Pero la fiesta tuvo que esperar, importaban más los símbolos de la toma de posesión de la villa. El escribano Lope de Araque leyó a voz viva la carta real que otorgaba la villa a la emperatriz Isabel.  El doctor Garcés pidió que alcaldes ordinarios, alguaciles y alcaldes de la hermandad entregaran sus seis varas de justicia. Villanueva de la Jara que había recibido su villazgo y jurisdicción civil y criminal de los Reyes Católicos, los devolvía ahora a la mujer de su nieto Carlos. Rodrigo Enríquez recogió las varas, A continuación, el doctor Garcés, con una vara de justicia en la mano, pidió dónde estaban los privilegios y escrituras de la villa, se le indicó que la custodia y tres llaves del archivo obraban en poder de Pedro López de Tébar, diputado del común. Era algo peculiar, pues en otros cabildos las llaves se repartían entre un alcalde, un regidor y el escribano del concejo. En Villanueva de la Jara, el privilegio de villazgo se guardaba en un arca de tres llaves, pero otras escrituras se repartían por los cajones de un mueble de madera
en una arca grande e con un caxín dentro en ella e que de todo tenían llaves ansí en el arca que tenía el dicho Pero López (de Tébar) por mandado del dicho concejo como en los caxones e arcas fixas que estaban en la dicha sala con sus çerraduras 
No debió parecer bien al doctor Garcés que Pedro López de Tébar tuviera todas las llaves, ordenando que las llaves obraran según costumbre en poder de un, alcalde, un regidor y un escribano. El doctor Garcés, asomado a una ventana de la sala del ayuntamiento, vio los campos cercanos a la villa. Tan simple gesto tenía mayor significado, pues se trataba de tomar posesión de todos los términos y de la tierra de la villa. La ceremonia continuaba; el doctor Garcés pidió las llaves de la sala del ayuntamiento. No debió ver con agrado que, quien se las entregara, fuera otro López de Tébar, de nombre Martín y regidor, y el acaparamiento que, de las cerraduras, tenía esta familia. Tomando las llaves, el doctor Garcés ordenó que todos los presentes salieran, cerró la puerta y en solitario se paseó por la sala como muestra de la nueva posesión a la que sojuzgaba la villa.

Abandonada la sala del ayuntamiento, el doctor Garcés, con la va de justicia en la mano y una muchedumbre tras de sí, se dirigió a la cárcel pública, donde fue recibido por el alcaide Pascual Rabadán. En la cárcel no había presos; no era extraño, por testimonios posteriores sabemos que era cárcel poco fácil de guardar y que ya se alzaban voces pidiendo una prisión nueva. Era igual, de nuevo importaban los actos ceremoniales. Al igual que en la sala del ayuntamiento, el doctor Garcés se encerró y paseó en el interior de la cárcel.

Junto a la justicia, el otro símbolo del poder o dominio era la fiscalidad. Las rentas reales de las villas cedidas a la Emperatriz Isabel formaron parte de su dote. En aquellos momentos, Pedro Gascón, vecino de Chinchilla, era el recaudador en régimen de arrendamiento de las alcabalas y tercias del Marquesado de Villena en una cantidad de seis cuentos, es decir, seis millones de maravedíes; de esa cantidad, Villanueva de la Jara correspondían 510.000 maravedíes. Como cobrador de las rentas reales, en nombre del citado Gascón, figuraba Pascual de Sancho. No se olvidó el doctor Garcés de tomar posesión de la llamada alcabala de la grana, administrada en régimen de fieldad y que por entonces suponía unos fuertes ingresos. Como curiosidad, por entonces no había casa de la tercia en Villanueva de la Jara; cumpliendo la misión de almacenamiento de los dos novenos de los frutos decimales la casa de aquel vecino que, directamente o como cobrador del arrendador de las mismas, asumiera tal función recaudadora. 

A continuación se devolvieron las varas de justicia a sus antiguos titulares, pero con advertencia de que los oficios concejiles debían ser presentados ante el Consejo Real de la Emperatriz y aprobados y confirmados ante el mismo. Después el doctor Garcés preguntó si la villa era cerrada y tenía puertas para que le diesen las llaves, pero Villanueva de la Jara era villas sin murallas ni puertas que las cerraran. 

El doctor Garcés se quedaría en Villanueva de la Jara hasta el día 17 de junio de 1526. La razón era que esperó la llegada del licenciado Alonso Pérez de Vargas, alcalde mayor del Marquesado de Villena, para que le entregara su vara de justicia. La vara no fue devuelta, el acto además del simbolismo, suponía eximir a Villanueva de la Jara de cualquier dependencia judicial de la gobernación del Marquesado de Villena y la creación de una nueva entidad separada de la misma: el corregimiento de las tres villas, formado por San Clemente, Albacete y Villanueva de la Jara, y tras conseguir el villazgo en 1537, Vara de Rey. El corregimiento se mantuvo hasta 1539, año en que la muerte de Isabel de Portugal, dejó sin efecto las concesiones vitalicias de las capitulaciones acordadas con su marido, el emperador Carlos trece años antes.

La Villanueva de la Jara de comienzos del siglo XVI distaba mucho de la actual. Unas casas consistoriales previas se levantaban donde hoy se erigen las actuales renacentistas; sus conventos no existían; su iglesia todavía era la vieja parroquia de Santa María, aún no se alzaba el imponente edificio de la iglesia de la Asunción. Sí destacaba una tosca e imponente torre rectangular, es lo que hoy conocemos la torre de Reloj; apenas si hacía diez o quince años que la había construido un cantero vasco llamado Pedro de Oma.



Archivo General de Simancas, PTR, LEG, 30, DOC. 9 Diligencia y autos de la posesión tomada por los apoderados de la Emperatriz Isabel. 1526

sábado, 11 de mayo de 2019

Pedro de Albiz, procedencia del cantero conquense



PEDRO DE ALBIZ MARTÍNEZ DE BOLUCUA BEASCOECHEA


Juanes de Zulaeta, cantero vasco de más de sesenta años en 1540, conocía desde 1510 a Pedro Albiz. Habían trabajado juntos en La Roda y Alarcón, hasta que Pedro de Albiz, en 1524, se mudó a la ciudad de Cuenca, donde casó con Catalina López. Pedro de Albiz era el hermano menor de la familia, condenado a abandonar la casa solar de Albiz, en la merindad de Busturia, que heredó su hermano Martín. Era nieto de Pedro Martínez de Bulucua, de la casa solar de este nombre, casado con Elvira de Albiz, que aportó la casa solar de Beascoechea en la anteiglesia de Magdalena de Albiz, que pasaría al hijo Martín Martínez, casado con Elvira de Olabe y padre de nuestro protagonista. En la casa de Vizcaya estaban puestas las insignias de las armas de Albiz, que eran unas bandas a manera de barras, en número de cuatro o cinco, a decir del cura de Mendata.

Pedro Albiz había llegado a la Mancha con la cuadrilla de canteros de su tío, apenas si tenía dieciséis años y ejercía de aprendiz en la cuadrilla familiar. Aún regresó a su tierra, pero marcharía de nuevo a Cuenca para no volver jamás. La ejecutoria de hidalguía es de 20 de agosto de 1540. De su actividad como cantero en Alarcón y La Roda poco sabemos; en el tránsito del seiscientos los Albiz nos aparecen como escribanos.

La llegada de Pedro a La Mancha fue de mano de su tío, cuyo nombre desconocemos, y de otro hermano llamado Juan de Albiz, según Rokiski. Aunque es posible que ROKISKI  yerre y este Juan que toma por hermano sea el tío, pues los testigos en Vizcaya, no mencionan a hermano alguno en su llegada a La Mancha. Juan se estableció en La Roda, primero y luego en Minaya, casando con Cecilia Cabañero, vecina de esa villa. Su hijo Martín, que continuó con el oficio de cantero se establecería en El Provencio, donde casó con Isabel Carnicero, vecina de esa villa. A estos Albiz, a diferencia de los conquenses, se les negó la hidalguía.

Sobre la actividad cantera de estos vascos contamos con el estudio de ROKISKI, especialmente para el caso de Pedro, y su intervención, entre otras, en el convento de San Pablo de Cuenca ciudad, y la sugerencia de TALAVERA SOTOCA, a falta de pruebas documentales, de la intervención de Juan como maestro y Pedro como aprendiz en la iglesia de El Salvador de La Roda, tras su llegada de Vascongandas hacia 1510. Pero los inicios de estos canteros vascos se nos queda en la penumbra, así como su intervención en los edificios de Alarcón y la intervención de Juan y su hijo Martín en la iglesia de El Provencio, en sus inicios. Otro tanto, ocurre con las citadas influencias de de Pedro Albiz en la obra de Juan de Andute y su intervención en la iglesia de San Clemente. ¿O deberíamos hablar de Juan de Mendata (y no de Andute; San Miguel de Mendata era la iglesia de la que dependía el lugar de Albiz), en cuyo caso estaríamos ante un miembro más de la familia, que no sería otro que Juan de Albiz.



AChGr. HIDALGUÍAS, signatura antigua: 301-14-12 y 303-349-50
ROKISKI LAZARO, Mª Luz: Arquitectura del siglo XVI en Cuenca. Diputación de Cuenca. 1985. pp. 96 y ss.
TALAVERA SOTOCA, José: La iglesia de El Salvador de La Roda de Albacete. IEA. 2015

miércoles, 8 de mayo de 2019

El oficio de procurador síndico en Villanueva de la Jara



El oficio de procurador síndico de Villanueva de la Jara, aun se mantenía en los tiempos que esta villa estaba bajo el señorío de la emperatriz Isabel de Portugal. Dotado con tres mil maravedíes anuales de salario, el oficio de procurador síndico todavía era considerado como el defensor de los intereses del común o universidad de vecinos. Su elección se hacía al margen del resto de oficios concejiles en la iglesia de Santa María. No lo sabemos con certeza, pero creemos que la figura del procurador síndico seguía siendo una figura defensora de la universidad y república de Villanueva de la Jara. Tras tan ampulosa fórmula se escondían las actuaciones reales de un oficio que acababan en colisión con los ricos de la villa, al menos, ese proceder era claro en el caso de Juan García de Villanueva. Juan había sido elegido procurador síndico en los años de 1530 a 1532, en una reunión en la iglesia parroquial de Villanueva. Una elección ajena al resto de elección de oficios y con asistencia de gran número de vecinos, según se desprende de las palabras del interrogatorio solicitado por el mismo Juan García
que el año pasado de quinientos e treynta e de quinientos e treynta e un años por muchos vezinos de la dicha villa e rrepública de ella me eligieron e nonbraron por procurador síndico de la dicha villa a canpana tañida y en la yglesia perrochial de señora Santa María de la dicha villa donde se suelen y acostunbran ayuntar para hazer la dicha eleçión por los vezinos y rrepública de la comunidad
Blas de Mondéjar, cuyos intereses y viñedos de su familia no tardaría en defender el recién nombrado procurador, ratificaba este modelo de elección, a la que acudía mucha copia de hombres haciendo elección, tras la cual, los presentes le otorgaban una carta de poder para la defensa de la comunidad. 

El procurador síndico, al igual que los diputados del común, había surgido a finales del siglo XV para evitar el cerramiento del gobierno local en manos de unos pocos, que intentaban rescatar el fuero de Alarcón para imponer unos requisitos de cualidad, mérito, junto a otros de suficiencia económica: casa poblada y caballo (ANEXO I). Durante los años que Villanueva de la Jara fue villa de señorío de la emperatriz Isabel de Portugal las figuras defensoras de la comunidad se mantuvieron como punto de equilibrio frente a las ambiciones de control del poder local y garantía de un buen uso de los propios y hacienda concejil.

Uno de los lugares donde el procurador hacía patente la defensa de los vecinos era el Consejo Real, obligando al nombrado a una ajetreada vida de viajes y estancias en posadas de ciudades allí donde estaba presente el Consejo, que por esta época se movía entre Medina del Campo y Madrid. Ni que decir tiene que el síndico corría con los gastos de desplazamiento y posada hasta en tanto que el concejo le pagaba su salario y dietas de los propios; cosa que ocurría tarde, mal o nunca ante la oposición de unos oficiales concejiles, que solían estar en la diana de las quejas del procurador síndico.

En la primavera de 1532, Juan García de Villanueva había permanecido cuarenta y cuatro días en Medina del Campo, donde se encontraba la Corte, exponiendo una serie de agravios y pedimentos de la villa que pedía licencia para una cárcel, una botica y un alhorí, la moderación en el número de escribanos y un asunto sobre el vino de Tomás Mondéjar, del que no sabemos nada. Durante el otoño, le tocó ir a Madrid, un viaje menor que, justamente para justificarlo, se detallaba. El viaje tenía por entonces una duración de cuatro días: partida de la Jara un miércoles diecisiete de septiembre de mañana y llegada a Madrid el sábado veinte por la noche; estancia en la Corte hasta el día once de octubre, y vuelta a Villanueva de la Jara, con salida de Madrid el día doce domingo, para regresar a Villanueva un jueves a media noche. Esta vez el asunto, aunque desconocido era de calado. Juan García buscó letrado y procurador, mientras llegaban a Madrid, Pedro López de Tébar y el escribano Pedro Bravo. Vuelto a Villanueva, Juan García fue en busca del corregidor de Alcaraz, que estaba actuando como juez de comisión en la villa de Montiel, que, por ese día 28 de octubre, onomástica de San Simón y San Judas Tadeo, celebraba una celebre feria de venta de cerdos y equinos.

A la pesadumbre del viaje, se unían las costas y salarios. Juan García solicitaba de sus servicios prestados a la villa seis mil maravedíes, pero esa cantidad no era sino una parte de unos gastos que crecían al ritmo de los papeles y traslados que expedían un incontable número de letrados, procuradores o escribanos. Para hacerse una idea, el escribano jareño Sebastián Clemente cobraba nueve reales por un traslado de unas cuentas en treinta hojas (el salario de un peón era de real y medio, si es que la cantidad no disminuía por pagarse una parte en vino y pan); los escribanos de Corte despachaban las provisiones a cuatro reales y los relatores en la Corte cobraban por sus servicios un ducado u once reales. Cuando el procurador síndico presentaba los memoriales con los gastos de sus misiones, no era muy bien recibido por los regidores del ayuntamiento, que optaban por su ausencia del ayuntamiento y se comportaban como simples testaferros de los principales. Juan García vio como sus peticiones eran escuchadas por Pedro Pardo, el bachiller García o Aparicio Arroyo, mientras el bachiller González actuaba de testigo.

Era la pescadilla que se mordía la cola, pues nuestro procurador aprovechaba su presencia en la ambulante Corte de la emperatriz Isabel de Portugal para pedir sus salarios al tiempo que defendía los intereses de su comunidad, cuando volvía a su pueblo, se le encomendaban nuevos menesteres que le causaban nuevos gastos y la ruina de su hacienda. Para veintiuno de febrero de 1531, estaba en Ocaña pidiendo su salario; para veintiocho de mayo de 1532, lo hacía en Medina del Campo. Claro que, por cada provisión que ganaba de la emperatriz, solía ganar otra para reparar los fraudes de los oficiales del concejo de su villa, la adquisición por Villanueva de la Jara de varias ruedas de los molinos Nuevos había procurado para la villa sustanciosos ingresos, que antes iban a los Pacheco, pero muy desigualmente repartidos. Los principales de la villa de Villanueva de la Jara controlaban a través de mayordomos fieles el pan de los molinos; los labradores y vecinos de Villanueva intentaron poner freno a estas prácticas fraudulentas intentando crear una alhóndiga junto a los molinos Nuevos, donde se recogiera la maquila obtenida del trigo molido. Las entradas de trigo en este pósito se harían ante el procurador síndico y registradas por el escribano.

Al asunto del pósito, se unió la necesidad de construir una nueva cárcel. Esta construcción había sido ordenada por el corregidor Sotomayor, pero los oficiales del concejo decidieron emplear los setenta ducados necesarios en la construcción de una botica, que se sumaba a las otras dos que ya poseía la villa. Pero el odio que despertaban los principales de la villa de Villanueva de la Jara, de los que se nos ocultan sus nombres, era muy pronunciado entre el común y vecinos del pueblo. Las diferencias venían desde el final de la guerra de las Comunidades, el gobierno de la villa había caído en unas familias que se habían apropiado de las rentas y propios. Las condenas se sucedieron contra estos principales; primero fue la sentencia del gobernador licenciado Lugo; luego, en tiempos del señorío de la emperatriz Isabel, la condena vino del corregidor Álvarez de Sotomayor. En ambos casos se tomaron cuentas a los oficiales del concejo y se le condenó a la devolución de las cantidades alcanzadas.

Ese 21 de febrero de 1531, debería ser recordado como una fecha digna de remarcarse en la historia de Villanueva de la Jara. Ese día, en Ocaña, y ante la emperatriz Isabel, Juan García de Villanueva puso voz al común de los vecinos de Villanueva de la Jara para relatar los diez años de agravios transcurridos desde el final de la guerra de las Comunidades. No puso nombre a ninguno de los acusados, sencillamente eran los principales y ricos. Eran los mismos que habían rendido pleitesía un trece de junio de 1526 a los emisarios de Isabel de Portugal, Lorencio Garcés y Rodrigo Enríquez. Entre ellos, familias como los Pardo, los López de Tébar, los Tabernero, los Simarro o los Monteagudo, o el bachiller Clemente como letrado de la villa, pero también familiares de nuestro procurador síndico. Se echaban de menos, al menos en primera fila, otros principales como los Ruipérez, de gran proyección futura, mientras Blas Mondéjar se situaba en una posición más discreta. Sin duda, eran estos los que sacarían partido de la oposición que provocaba en la comunidad el fraude y latrocinio de los años veinte. La usurpación de los propios de la villa venía acompañada de repartimientos obligatorios entre el común.

La desigual distribución de las cargas fue patente con motivo de la movilización de 300 hombres contra las Germanías. Los hechos ocurrieron en 1522, cuando aplastadas las Germanías, se reclutaron hombres en el marquesado de Villena para el aplastamiento de los focos rebeldes de Alcira y Játiva. Al frente de los hidalgos acudió el señor de Valverde y Talayuelas; mientras, las villas aportaban hombres, en el caso mencionado de Villanueva, trescientos hombres.
que podrá aver siete u ocho años que esa dicha villa envió trezientos  onbres para la guerra de Xátiva en serciçio del enperador e rrey mi señor
La expedición militar fue financiada con un empréstito de los vecinos de la villa. Los problemas llegaron después, cuando los ricos recuperaron su dinero de los propios, en tanto que el común de los vecinos perdieron su aportación.

El desorden del gobierno concejil había llevado a hipotecar los bienes propios más preciados del concejo: los hornos y los molinos. El año 1530 fue de escasez, al igual que lo fue en la villa de San Clemente. El concejo jareño se vio obligado a pedir prestadas mil trescientas fanegas a un vecino de Iniesta, llamado Pedro Monteagudo. Aunque se cumplió con el fin primordial de la compra: panadear el trigo para aliviar la necesidad de sus vecinos, la venta dio lugar a una operación especulativa. El dinero recaudado de la venta del pan al detalle debería ir a satisfacer la deuda con Pedro de Monteagudo, pero los regidores se quedaron con el dinero y el iniestense pidió el valor de la compra. El resultado final fue que, las seis ruedas de molinos que Villanueva de la Jara poseía en la ribera del Júcar y los hornos concejiles, fueron embargados para satisfacer la deuda. Se acusaba a los oficiales concejiles no solo de impago sino de especular en la operación de compra
que avía muy grand fraude y engaño porque vendiéndose el dicho trigo por menudo a tanto y más presçio de lo que costó en grano hera cosa ynposible que no oviera dineros para pagalle (a Pedro de Monteagudo)
Tras la jornada del 21 de febrero de 1531, el infatigable procurador síndico se presentó ante el Consejo Real en Medina Real, consiguiendo de nuevo provisión favorable para la edificación de la deseada cárcel con fecha de 29 de febrero de 1532. Ese mismo día se ganaba otra provisión para edificar el pósito junto a los molinos Nuevos y acabar con los fraudes y engaños. Se trataba de volver a los orígenes: la construcción de seis ruedas de molinos hacía dos décadas había sido un símbolo de libertad de la república jareña frente al poder señorial de Alonso Pacheco, ahora el dominio señorial era de los propios principales jareños. Ya no se trataba de construir nuevas ruedas para participar de los frutos de la revolución agraria, sino de redistribuir equitativamente el excedente generado. Pero las rentas señoriales habían devenido en rentas apropiadas por un patriciado urbano; la vieja república o universidad del común de los vecinos había muerto. Juan García de Villanueva poco más podía hacer que pedir su salario de unos servicios infructuosos en favor del bien de la comunidad.


AGS, CRC, 542, 6.  Juan García de Villanueva, vecino de Villanueva de la Jara, pide le sean pagados los gastos hechos por él cuando fue procurador síndico de la villa, y ruega al Consejo Real dé la orden al licenciado Antonio Ruíz de Medina, juez de comisión para tomar las cuentas en Villanueva


ANEXO I: LOS ORÍGENES DE LA ORGANIZACIÓN CONCEJIL JAREÑA Y LOS OFICIOS DEL COMÚN


Conocemos la elección de oficios en San Clemente a partir de 1445, reservados a pecheros y elegidos por suertes para San Miguel con una duración anual; en sus aldeas se reproducía el mismo sistema de elección, pero sus alcaldes solo podían entender en causas menores de 60 maravedíes. Pero el caso de San Clemente fue un logro de su población pechera que excluía del gobierno municipal a sus hidalgos.

Se nos plantea la duda sobre el sistema de elección de oficios en otras villas, especialmente en aquellas que consiguieron el título de villa por su lealtad a la Corona. Conocemos el caso de Villanueva de la Jara. Los primeros alcaldes y regidores nombrados cuando Villanueva se separó y eximió de Alarcón se arrogaron el derecho de nombrar a sus sucesores con carácter anual de modo que los oficios concejiles quedaban en manos de unas pocas familias que usaban y abusaban de dichos oficios en beneficio propio. Es de suponer que los beneficiarios eran familias pecheras que habían apostado por la Corona; los perjudicados eran los hidalgos que pagaron su lealtad al Marqués de Villena con su marginación del poder local. Villanueva de la Jara era conocida como tierra enemiga de hidalgos.

Apenas una veintena de años después, hacia finales de siglo, el enfrentamiento de fuerzas aun no había superado la oposición entre pecheros e hidalgos, pero el rápido desarrollo económico de la comarca había traído a escena nuevos personajes que, hidalgos o percheros, tenían en común su exclusión del poder local. El control de los concejos por una minoría de pocas familias está constatado en San Clemente cuyo poder local, tal como se denuncia en 1494, estaba en manos de quince o veinte familias.

Al igual que en San Clemente, donde los hidalgos pusieron voz al descontento, en Villanueva de la Jara las reivindicaciones adquirieron un matiz de la baja nobleza. El cierre al acceso a los cargos concejiles se intentó superar con la recuperación de las normas que, para elección de cargos, se recogían en el fuero de Alarcón* y que reservaba la elección de oficios a los caballeros villanos con casa propia y caballo.

Los que son alcaldes e rregidores de la dicha villa un año en el cabo dél nonbran e eligen para ofiçiales della para el año venidero los que ellos quieren e dis que asy subçesiuamente se fa fecho fasta agora lo que le dis que es contra la costunbre antigua de tienpo ynmemorial acá de la villa de Alarcón a cuyo fuero la dicha villa de Villanueva dis que es poblada que dis que es que se echen los dichos ofiçios por suertes entre las personas otiosas ábiles e pertenesçientes e que tienen cauallos e que en elegirse los dichos ofiçios por los alcaldes e rregidores como se fa fecho de dicho tienpo acá dis que a uos se fa seguido deseruiçio e mucho daño a la dicha villa e injurias e mengua a muchos veçinos della porque dis que los dichos ofiçios nunca salen de entre parientes e dis que los ofiçiales nueuamente elegidos toman las cuentas a los ofiçiales pasados que los eligieron de que dis que se presume que ge las toman como ellos quieren e que no apuran lo malgastado 

La solución dada por el Consejo Real fue acordar que Villanueva elaborase nuevas ordenanzas para la elección de oficios, que debían ser ratificadas y aprobadas por el Consejo, obviando volver a la elección de oficios del fuero de Alarcón

e sy sobre ello viéredes que es nesçesario faser algunas ordenanças de nueuo para que la eleçión de los ofiçiales se faga como deue las fagáis e fechas las enbiéis ante nos en el nuestro consejo porque nos las mandamos ver 

Pero el Consejo Real fue más allá y pidió una fiscalización de las cuentas de los últimos diez años, obligando a dar cuentas anuales a todos aquellos que habían ocupado cargos concejiles. Aunque la principal novedad radicaba en que tales cuentas las tomaban dos vecinos del común de la villa. Se recuperaba una figura que un año antes había pedido la villa de San Clemente, los diputados del común, que fiscalizaban el uso de los caudales públicos y velaban por el bien común de la villa

Mandamos que estén presentes dos veçinos de la dicha villa de la comunidad de la qual e por el común de la dicha villa fueren elegidos

Los oficios de diputados del común en pro del bien común de la República hicieron fortuna a comienzos del quinientos, de tal forma que cuando Isabel de Portugal toma posesión en 1526 de San Clemente y Villanueva de la Jara, en ambas villas existía tal figura.

El pleito se prolongaría por tres años, según ha estudiado García Moratalla, para concluirse que no había vuelta al fuero de Alarcón. Se estableció el sistema por suertes entre personas áuiles i sufiçientes e veçinos de la dicha villa, aunque no tobiesen ni obiesen tenido ni mantenido armas ni caballos un año antes**

AGS. RGS. Leg. 149501, 350. Sobre la elección de oficios en Villanueva de la Jara. 1495

--------------------------------------- 
*Villanueva de la Jara había obtenido real provisión de 9 de septiembre de 1476 para gozar del fuero de Alarcón 


El fuero de Alarcón regulaba la elección de juez y alcaldes para el primer domingo después de San Miguel y limitaba los requisitos de los candidatos a tener casa poblada y caballo


Tº commo fagan iuez e alcaldes

Mando que el primer domingo después de la fiesta de San Miguel el conçeio ponga iuez e alcaldes e motario e andadores e sayón e almotaçán en cada un anno por fuero. Et cada anno dezimos por esto que ninguno non deue tener offiçio de conçeio nin portiello si non por anno o si todo el conçeio non rogas por él. Et aqueste mismo domingo la collaçión onde el iudgado daquel anno fuere del iuez tal que sea sapient y entendido de partir el derecho del tuerto e la uerdat e de la mentira e aya casa enna çipdat e cauallo

BNE, Mss/282. Fuero de Alarcón otorgado por Alfonso VIII. fol. 38 rº. Entre 1201 y 1300?

**
GARCIA MORATALLA, P. : La tierra de Alarcón en el señorío de Villena (siglos XIII-XV). I.E.A. Don Juan Manuel. Albacete, 2003. pp. 239-240



ANEXO II: Los procuradores de Isabel de Portugal toman posesión de Villanueva de la Jara. 13 de junio de 1526

En la villa de Villanueva de la Xara a treze días del mes de junio año del nasçimiento del nuestro salvador Ihesu Christo de mill e quinientos e veynte e seys años este día estando ayuntados en la sala e ayuntamiento que se suele e acostunbra ayuntar el conçejo justiçia rregidores e ofiçiales estando en el dicho ayuntamiento los muy honrrados señores Martín Garçía de Villanueva e Alonso Sánchez del Pozoseco alcaldes hordinarios por sus magestades e Juan de Solera e Pedro Pérez alcaldes de la hermandad de la dicha villa e Andrés Nabarro e Clemeynte Pardo alguaziles de la dicha villa e Martín López el moço e Alonso de Ruypérez rregidores que al presente rrigen dicha villa e el bachiller Clemeynte letrado del conçejo de la dicha villa e Pedro López de Tébar e Juan Tabernero e Diego Martínez Romelle deputados del conçejo de la dicha villa e Pedro Garçía de Villanueva e Martín López el Viejo e ... e Pedro Garçía el Viejo e Juan de la Osa el Moço e Pedro de Beamud e Juan Barriga e Pedro Pardo e Sevastián de Cavallón e Venito Quartero e Miguel Mateo e Pedro de Montagudo e Juan Simarro de Hernán Simarro e Alonso Martínez Pastor e Diego López e Juan Garçía de Pascoal Garçía e Juan de Lerma el Viejo e otros muchos vezinos de la dicha villa que en el dicho ayuntamiento se hallaron con los dichos ofiçiales e personas nonbradas de suso, estando en el dicho ayuntamiento nos Alonso Garçía escribano del ayuntamiento e Lope de Araque e Françisco Nabarro escriuanos públicos de sus magestades en la dicha villa en presençia nuestra e de las personas paresçieron presentes los maníficos e muy nobles señores Rodrigo Enrriquez comendador de Lopera gentil onbre de la casa de sus magestades e el dotor Lorençio Garzés caballero de la orden de Christo oydor de todas las tierras de la serenísima e muy esclarçida enperatriz e Reyna doña Ysabel nuestra señora muger del enperador e Rey nuestro señor e de su consejo e dixieron el dicho señor dotor Lorençio Garzés e el dicho comendador que el dicho dotor Garzés venía a esta villa a tomar e aprehender la tenençia posesión propiedad e dominio e señorío rreal e autual bel casi desta dicha villa e su tierra e términos e destritos e basallos e juridiçión çivil e criminal alta e baxa mero emixto ynperio della con la presentaçión de qualesquier benefiçios del patronazgo rreal con las alcavalas e terçias e yantares e martiniegas e otras rrentas e con los ofiçios de governaçión rregimientos e alcaldía alguazilazgos escribanías públicas e de rrentas e otros qualesquier ofiçios de qualquier calidad de que perteneçiese la probisión e confirmaçión a sus magestades e con todos los montes e prados e pastos e aguas manantes e estantes e corrientes e con todo lo otro al señorío de la dicha villa e su tierra e lugares della pertenesçiente e que pertenesçiese a sus magestades e a la corona rreal destos sus rreynos en nonbre de su magestad de la dicha enperatriz e Reyna nuestra señora e para ella a quien por sus magestades avía seydo dada la dicha villa e su tierra con todo lo demás susodicho para que sea e fuese suya e goze e lleve las dichas rrentas e derechos según más largamente se contenía en una probisión de sus magestades que en el dicho ayuntamiento el dicho seño dotor presentaría que por tanto para este efeto el dicho señor comendador Rodrigo Enrríquez presentaba e presentó ante los dichos señores conçejo e justiçia e rregidores e personas de suso declaradas una carta misiba del enperador e Rey nuestro señor firmada de su rreal e ynperial nonbre e refrendada de Andrés Pérez su secretario e una carta e probisión de sus magestades firmada del dicho enperador e Rey nuestro señor e librada de los señores del su muy alto consejo secreto e sellada con su rreal sello las quales dichas cartas misibas e probisiones de sus magestades fueron leydas en el dicho ayuntameinto en alta boz por mí el dicho Lope de Araque escriuano estando presentes los dichos escribanos nonbrados mis consortes e leydas los dichos señor comendador Rodrigo Enrríquez e dotor Lorençio Garçés dixieron que pedían e rrequerían e pedieron e rrequerieron a los dichos señore conçejo justiçia e rregidores personas suso nonbradas que obedesçiesen e cunpliesen las dichas cartas misibas e la dicha probisión de sus magestades e obedeçiéndolas e cunpliéndolas sin poner en ello ynpedimento ni dilaçión alguna diesen e entregasen al dicho señor dotor Lorençio Garçés en nonbre de la dicha enperatriz e Reyna nuestra señora la tenençia e posesión propiedad dominio e señorío rreal e autual vel casi de la dicha villa e su tierra e lugares della e rrentas della e de todo lo demás susodicho conforme a la dicha carta e probisión de sus magestades so las penas en ellas contenidas de cómo lo dezían e pedía e rrequerían lo pedían por testimonio a nosotros los dichos escriuanos testigos que fueron presentes a lo que dicho es Pedro... de Sancho, e Gil Rabadán e Alonso Hortún e Hernán Mañes e Blas de Mondéjar e Juan Gómez de Villanueva e otros veçinos de la dicha villa

Archivo General de Simancas, PTR, LEG, 30, DOC. 9, fol. 421. Diligencia y autos de la posesión tomada por los apoderados de la Emperatriz Isabel de las ciudades y villas pertenecientes a su dote matrimonial. 1526

viernes, 3 de mayo de 2019

Los orígenes de la venta del Pinar

En una heredad en tierra de nadie, a legua y media de San Clemente, y a media distancia, dos leguas, entre Minaya y El Provencio, Francisco Cañavate decidió construir en 1575 una edificación de los que se pretendía venta. Era una construcción pobre, en el lugar llamado Pan y Cayado, donde ya existía una venta desde al menos sesenta años, pero también era una gran oportunidad de negocio para gente avezada, que sabía la necesidad de un lugar de descanso en el camino real de Toledo a Murcia, alejado de la jurisdicción de las villas y donde los caminantes y comerciantes, que deseaban dar pocas explicaciones, encontraran comida y cama. 

Era asimismo lugar donde los viajantes buscaban punto de intermedio de descanso y refugio de los salteadores de caminos, aunque las ventas eran de por sí centros de delincuencia, donde los altercados y delitos de sangre no eran extraños. No obstante, en estas ventas manchegas del sur de Cuenca, y a tenor de algunos testimonios, no se llegaba a los niveles de criminalidad de la venta de Mojón Blanco en Hellín, por citar un caso de venta con muy mala fama en la intersección de los caminos de Andalucía, La Mancha y Levante. A pesar de que el lugar estaba en el término amojonado de la villa de San Clemente, el paraje de Pan y Cayado no era ajeno a El Provencio, cuya apreciación de los límites municipales no derivaba tanto de los amojonamientos como de un sentido primario de la propiedad, "allí donde hay una heredad propiedad de uno de sus vecinos es tierra provenciana".  Ya a comienzos de siglo, los provencianos habían llegado, siguiendo el camino real con sus viñas a este lugar, pretendiendo jurisdicción sobre estos parajes; conocemos en esas fechas del cambio de los siglos XV al XVI alguna disputa entre sanclementinos y provencianos por quién se quedaba con el cadáver de algún caminante, víctima de los salteadores de caminos. Las justicias de uno y otro pueblo se apresuraban a llevarse estos cadáveres a sus pueblos, para exponerlos a los pies de los altares de sus iglesias parroquiales, esperando que algún familiar o conocido lo reconociera para darle cristiana sepultura, o, de no ser así, correr con los gastos del enterramiento el propio concejo. Reivindicar el cadáver era hacerlo también del suelo sobre el que yacía.

Donde se pretendía levantar la nueva venta era lugar propiedad de dos hermanos, Francisco Cañavate y Pascual García, avecindado el primero en San Clemente y el segundo en El Provencio. La familia procedía de esta última villa y ya poseía una venta a cuatrocientos pasos de donde se pretendía construir la nueva venta, heredada por Pascual. El paraje era lugar donde dominaban las viñas al lado del camino real, donde los provencianos, a pesar de no estar en su término, habían llegado antes que los sanclementinos. Es más, el impulso imparable hacia el sur de la villa de San Clemente en la plantación de viñas, se había visto interrumpido en los años cuarenta del siglo dieciséis por la necesidad de plantar los actuales pinares, para proveer de leña a sus vecinos y resguardar a sus ganados, expulsados del antiguo suelo de Alarcón. 

Ser hostelero, entre comillas, en la época, era una aventura arriesgada. No era extraño ver los establecimientos de hospedaje en manos de foráneos, sobre todo, nos aparece frecuentemente el apodo de el navarro o la navarra para referirse a los propietarios de estos establecimientos. Claro que habría que distinguir entre mesones y ventas. El mesón era un establecimiento mejor visto; venían regulados desde el tiempo de los Reyes Católicos, por pragmática de 22 de julio de 1492, para desgracia de vecinos que veían en hospedaje de forasteros una fuente alternativa de ingresos, y sumaban a su utilidad de hospedaje la de ser tiendas de productos en régimen de estanco. Los mesones estaban en el centro de los pueblos; en El Provencio enfrente de la iglesia, en San Clemente, había tres mesones en medio de la Plaza Mayor. Creemos que la familia provenciana del Pozo, además de dar vicarios de fama postrera, era una familia con mesones desperdigados por varias villas, incluida la ciudad de Cuenca. Pero a día de hoy, nos movemos en el terreno de las conjeturas. En los mesones se alojaban, si es que no eran obligados a hospedar los soldados que se embarcaban a Cartagena, viajantes y comerciantes de un mayor estatus o poder económico. Sabemos que, a pesar de lo dicho, en el mesón de El Provencio se alojaban en 1558 el capitán y un alférez de una compañía de soldados (con estos últimos cargaron los vecinos) o que la legión de escribanos receptores, alguaciles y jueces de comisión mandados por la Chancillería de Granada y los Consejos había que buscarlos en los mesones, donde establecían su posada. Las ventas, sin embargo, eran otra cosa 

Las ventas se levantaban a mitad de los caminos o donde se cruzaban perpendicularmente. Tal era el caso de la venta de Pan y Cayado, a la que en 1577 se le daba una antigüedad de más de sesenta años, y que se situaba en el punto donde el camino que salía de la villa de San Clemente se juntaba con el camino real que iba en dirección a Murcia y Valencia. Al menos desde 1575, Francisco Cañavate levantó una nueva venta a menos de cuatrocientos pasos de la ya existente, justificándose la necesidad en los muchos caminantes que pasaban por el camino y la oportunidad de buscar un lugar más cómodo, con abundancia de agua y fresco. Eso es lo que decía, Francisco Cañavate, pues la edificación de una nueva venta contaba con la oposición del propietario de la antigua venta de Pan y Cayado, que no era otro que su hermano Pascual García. Sus quejas se tradujeron en un pleito ante el Consejo Real, que ordenó una de 16 de septiembre una información antes de conceder la licencia necesaria para la construcción de una nueva venta.

A la rivalidad de los hermanos, se unía la rivalidad de dos pueblos. Los dos hermanos venteros procedían de El Provencio, pero Francisco Cañavate había casado en San Clemente con una hija de Juan Peinado. La iniciativa particular de Francisco de levantar en una heredad de su propiedad una nueva venta contó con el apoyo del concejo sanclementino que en su ayuntamiento de 25 de enero de 1578 manifestó la necesidad del nuevo establecimiento por la reducida capacidad de la vieja venta de Pan y Cayado para cobijar tanto caminante. La iniciativa de Francisco Cañavate fue la de un hombre atrevido, de oficio aperador, vio en el trasiego de carreteros y la existencia al lado del camino de un pinar, plantado una generación antes, una oportunidad de negocio único en el arreglo de las carretas con la madera que proveían los pinos cercanos. Así lo denunciaba su hermano, con cierta malicia, que nos narraba cómo la venta de su hermano era un maltrecho edificio (en contradicción con  lo que veían otros testigos: una casa en ampliación),
y el dicho Cañabate no tiene hedificado sino una chimenea solamente y como es aperador corta y destruye los pinos y de allí sustenta todos los carreteros caminantes del adereço de sus carros y lo que peor es como está tan metida en el pinar es albergo de rufianes y mugercillas y gente de mal vivir y no sirve para la gente pasagera porque no es casa para hello y mi venta tiene grande cosa y yo he hedificado mucha cosa ansí de edificios como viñas para tener la dicha venta
La disputa entre los hermanos ya venía de 1572, cuando pleitearon por una pequeña parte de una haza de treinta y tres almudes, compartida y legada por su padre, Juan García de la Plaza, sobre la que se habría de levantar la futura venta del Pinar. Aunque Pascual consiguió la plena propiedad esa porción de la haza por sentencia del alcalde mayor Noguerol Sandoval. Francisco de Cañavate, excluido de la herencia, consiguió acceder a una parte de las tierras en Pan y Cayado, por el legado que le hizo uno de los hermanos, el clérigo Juan de la Plaza, y la venta de una tierra por otro hermano, llamado Diego de Iniesta. Francisco cesara en su ocupación. Las disputas entre hermanos se recrudecieron al morir su madre en la casa natal de El Provencio; Pascual que recibió la mayor parte de la herencia no aceptó que su hermano no le vendiera las tierras heredadas en Pan y Cayado, junto a la vieja venta. Una solución arbitral fijaría la partición de hazas entre ambos hermanos. Las viejas disputas entre hermanos fueron defendidas por sus respectivos hijos, Francisco de Cañavate el mozo y Sebastián García, ante la justicia de San Clemente y su alcalde mayor Vázquez, donde las familias habían trasladado su vecindad.

El valor de la nueva posada residía en que, a cuatrocientos pasos de la antigua, estaba en un lugar más sano, con más agua, rodeada de un majuelo y árboles frutales y lejos de la insalubridad de los lavajos, donde se encontraba la venta de Pan y Cayado, Además, tal como reconocía Hernán González de Origüela, la nueva venta estaba equidistante a dos leguas de El Provencio, Minaya, Villarrobledo, y a poco mas de una legua y media de San Clemente, aunque recalcaba sobre todo la salubridad del lugar
la de Pasqual García está en hondo e no tiene corriente cauo dos lavaxos por manera que el agua corriente se empapa y ensuelve a la puerta de la venta del dicho Pasqual García a donde se hazen grandes lodos y lapachares y porque la venta del dicho Cñavate tiene mucha agua de un poço manantial que tiene mucha cantidad de agua dulze
La venta antigua había sido adquirida, hacia 1540, por la madre de la familia a Pedro Hernández, vecino de La Roda, que previamente la había comprado a Cebrián Carrasco, vecino de San Clemente, cuando la zona estaba dominada por tierras llecas. Cincuenta años después los cultivos se habían abierto paso, aunque al norte dominaban los pinares plantados por la villa de San Clemente. Entre los cultivos, catorce o quince mil vides que proveían del vino guardado en las bodegas a los caminantes hospedados, cuando no se exportaba a otras partes, como la ciudad de Villena. La venta de Pan y Cayado se llevaba en régimen de arrendamiento, con una renta de cuarenta y dos ducados. Con la apertura de una nueva venta se acababa la situación de monopolio de una venta única, escasa para la cantidad de pasajeros, y los movimientos especulativos de su dueño, Pascual García, que llegada la noche solía doblar el precio de los mantenimientos de la venta. La fortuna del hermano desheredado era la desgracia del hermano rico.

La nueva venta del Pinar estaba a medias de construir a principios de 1578. No tenía caballerizas, los aposentos nuevos que se construían no estaban cubiertos con techos. Los viajantes se arremolinaban en torno a la única chimenea. Su origen estaba en el mismo oficio de Francisco Cañavate, apeador de carros, que encontraba en el cercano pinar los troncos necesarios. Mientras Francisco Cañavate cuidaba de los carros, un hombre de Minaya, llamado Francisco Jiménez, que hacía las funciones de ventero, y una mujer enamorada cuidaban de los mantenimientos de la venta, adonde no faltaban dos mujerzuelas que atraían a todo tipo de rufianes; dos mujeres de mundo que estaban ganando en ella, nos dirá una antigua ventera de Pan y Cayado. La presencia del pinar cercano, donde esconderse atraía a algún que otro malhechor; dicho pinar era el llamado Pinar Nuevo o doncel, pues había sido  plantado dos décadas antes por el concejo de San Clemente
que la dicha venta del Cañavate está en gran perjuicio del pinar doncel de la villa de San Clemeynte porque esta obra de trescientos pasos
Algunos carreteros, como Juan García de Rodilla, vecino de Templeque, que recorría el camino real desde hacía quince años prefería la vieja venta de Pan y Cayado, todavía con mejor aposento y dos chimeneas para calentarse. Pero el de Tembleque era un carretero estable, otros se ajustaban más a la definición de carretero cosario que iban de un lado para otro sin oficio ni beneficio y con muy mala fama. A estos truhanes, Francisco de Cañavate, prestaba sus servicios y alojamiento precario. Pero desde San Juan de junio de 1578, puso al frente de su establecimiento un ventero y comenzó a ampliar los aposentos. Su apuesta era la de ventero, la de su hermano estaba basada más en la comercialización del vino. Un vino de consumo inmediato, transporte fácil y poco apto para su conservación. Además, Francisco de Cañavate era más decidido, pues salía al camino  a por los recueros, agarrando a las mulas de los ramales, ofreciendo precios más baratos y el agua que faltaba en casa de su hermano Pascual. Las ventajas de la nueva venta las reconocía hasta el ventero de Pan y Cayado, Francisco Díaz, pues era venta sin agua al haberse cegado el pozo. La falta de agua era el acta de defunción de la vieja venta, por más que se acusara al hermano de ser el causante de cegar el pozo
los mas de los días halla e a hallado el poço que la dicha venta de Pasqual García tiene ciego de piedras de suerte que no se puede sacar agua

En sus conclusiones de veinticinco de febrero de 1578, el alcalde mayor de San Clemente, el licenciado Vázquez, informaba favorablemente para la continuación de la construcción de su venta. Contaba con el apoyo en pleno del concejo de San Clemente, a excepción del regidor Rojas. El diez de marzo de 1578, en Madrid, el Consejo Real autorizaba la construcción de la venta del Pinar. La licencia de autorización se confirmaba el 23 de abril.

Parecer favorable de licencia de Venta del Pinar
AGS, CONSEJO REAL, 455, 6.
Confirmación de licencia de Venta del Pinar
AGS, CONSEJO REAL, 455, 6.



Concejo de San Clemente de 25 de enero de 1578

Alcaldes ordinarios: licenciado Villamediana  y Juan de Oropesa, alcaldes ordinarios
Regidores: Gómez de Valenzuela, Francisco Pacheco, Julián Sedeño, Diego de Montoya, Llanos de Tébar, García Martínez Ángel, Alonso Martínez de Perona, Gonzalo Martínez Ángel, el bachiller Alonso González de Santacruz.
Alguacil mayor: Antón de Montoya,
Escribano del ayuntamiento: Juan de Robledo.


AGS, CONSEJO REAL, 455, 6.  Francisco de Cañabate con Pascual García, vecinos de San Clemente, por una venta que el primero quiere instalar en una tierra suya, en perjuicio de la venta de Pascual García, 1578

sábado, 27 de abril de 2019

Toros en San Clemente, el año de 1634

Philip Galle, "Venationes ferarum", de Ioanne Stradano, grabado de 1578
Los clérigos Juan Jiménez Rosillo y Juan Redondo Ávalos estaban en la cárcel de la la villa de San Clemente desde las nueve de la noche del 28 de agosto de 1634. Al menos uno de los religiosos, Juan Redondo habían sido presos en la calle Boteros, a decir del oficial Francisco Román, que se dedicaba a este oficio, a la puesta de sol, por varios alguaciles que acompañaban a toda una comitiva de autoridades: los alcaldes Alonso de Valenzuela y Miguel Sevillano, los regidores Juan Pacheco, Francisco de Astudillo y Rodrigo de Ortega y al corregidor Francisco de Villavicencio. Este último no dejaba de decir, en referencia al clérigo, que por culpa del cura se había alborotado la fiesta de los toros y se había de revolver el lugar.  Mientras Francisco Redondo veía a su hermano el clérigo Juan encaminarse preso por detrás de la iglesia de Santiago, camino de la cárcel, las autoridades iban a detener a otro clérigo Juan Jiménez Rosillo.

El hecho lo recoge muy por encima el padre Diego TORRENTE PÉREZ,  que acertadamente señala cómo la Corona desde comienzos del seiscientos intentó poner límites a estas fiestas, que solían coincidir con las fiestas de San Roque en Agosto y de Nuestra Señora de Septiembre, para concentrarlas a finales de agosto, en la festividad de San Bartolomé. Se limitó el número de toros a cuatro al año y en esa única ocasión, aunque la norma ni se cumplió en el número de astados ni en las fechas. Lo que sí se mantuvo como coso fue la plaza del pueblo, quedándonos testimonios ya desde 1538 (1). Los sanclementinos no solo gustaban de sus propias fiestas sino que acudían en masa a las fiestas de otras villas, caso conocido de El Provencio, con gran afición taurina y que, en alguna ocasión, como en 1524, no dudaron en lanzar los toros contra los sanclementinos que se dirigían a conquistar y destruir El Provencio, Los festejos eran motivo de rivalidad entre los dos pueblos, como hemos visto en otra parte (2), así como lugar de encuentro de gentes venidas de toda la comarca. 

Si había afición a los toros, era entre los clérigos que ocupaban los asientos de un andamio, en forma de tablado, colocado en la parte postrera de la iglesia de Santiago Apostol de la villa de San Clemente (junto a la puerta de San Pedro, que entonces no existía y la actual cruz que cerca se levantaba)
que el lunes pasado que se contaron veynte y ocho días del mes de agosto próximo pasado deste presente año (1634) estando Juan Redondo de Áualos presuítero y Francisco Martínez Macacho y Diego Fernández, Alonso de Herrera, Alonso del Poço, Juan Guerra, Pedro Sáez Carnicero, Bernaué Ramírez, Diego de Araque, y el ayo de don Pedro de Montoya, todos presbíteros de la dicha uilla de San Clemente y Andrés Rufato clérigo del euangelio y Pedro Galindo presbítero de la uilla de Honrrubia y Juan de Madrigal de la de Vara de Rey y fray Diego de Peralta y fray Juan de Moya religiosos y otros muchos clérigos de dicha uilla de San Clemente y de otras partes en la fiesta de los toros que todos en un andamio y tablado que hicieron a las espaldas de la dicha yglesia de dicha uilla en el rincón de la cruz más de quatro pasos dentro de sagrado de la suerte que otras muchas veces se ha hecho el dicho andamio sin tener espadas ni otras armas sino solo unas garrochas como en otras fiestas de toros las han tenido para picar los toros que llegasen a dicho tablado y para defender los hombres que en él se amparaban y sin dar ocasión alguna por donde les pudiera suceder los daños y agrauios que les sucediera pues con poco temor de Dios nuestro señor y en peligro de sus almas y conciencias y (olvidando) que los dichos clérigos estaban en sagrado y que dicen tales clérigos llegaron los dichos acusados al dicho tablado de acuerdo y sobre caso pensado unos con espadas desnudas y otros palos contra todos los dichos clérigos apaleando a unos e hiriendo a otros y en particular dieron de palos al dicho Andrés Rufato e hirieron al dicho Francisco Martínez Macacho y al dicho Diego Fernández
Entre los agresores de los clérigos del andamio estaba la autoridad de la villa en pleno, encabezada por el corregidor Villavicencio y su alcalde mayor, Antonio de Quiroga y Tapia, seguidos por el alcalde Alonso de Valenzuela y el tesorero y regidor Francisco de Astudillo, amén de otros principales como Juan de Ortega y Rodrigo de Ortega u otros que, como los hermanos Gonzalo y Diego del Pozo, apoyaban la acción apaleando a los religiosos.




El lugar de los clérigos junto a la cruz era tablado reservado a los sacerdotes desde antaño y según costumbre. En el arte taurino de la época los toros se corrían en la plaza pública de la villa, procurando no herirlos; no es que hubiera una conciencia animalista avant la lettre, sencillamente los toros eran unos animales suficientemente caros como para arruinar a los empresarios de la época. Obviamente, para los jóvenes más arriesgados lanzarse con menos capa y más espada era toda una tentación, como lo era para los clérigos del tablado y andamio, provistos de garrochas en cuyo extremos se añadían clavos,  rejonear a los miuras del momento que se acercaban a la barrera sin saber que hollaban lugar sagrado. Las autoridades debían tener suspicacias hacia los sacerdotes que por su cuenta habían asumido el papel de picadores para dejar listo al toro para el tercio de muleta. Quizás esta última expresión sea impropia para los cánones de la fiesta tal como hoy la entendemos, pero ya existía cierta reglamentación, de modo que el toro no debía sufrir puya hasta que no se tocase a jarrete y así lo avisó el corregidor a los religiosos. Según costumbre el corregidor, acompañado del comisario de la fiesta, el regidor Gonzalo del Pozo, dieron la vuelta en un coche al ruedo, por entonces, asemejado más a una plaza rectangular con varios tablados levantados para los espectadores, complemetando las improvisadas barreras del foso taurino, los escritorios de los escribanos, y volvieron a su puesto, en un tablado que estaba bajo las arcadas del ayuntamiento, junto al resto de oficiales del mismo. Esta improvisada plaza de toros era algo más compleja en su construcción que otras famosas de la época, donde se cerraba el foso con carros, y en cualquier caso se demostraba cierta evolución de la fiesta, que de correr los toros por las calles, pasaba la espectáculo sedente y en espacio cerrado. Celebración social en la que las formas ya contaban tanto como la diversión y en las que el poder de la Corona y municipal se manifestaba en paseíllo previo
vido como don Francisco de Villavicencio corregidor della antes que se empeçase la fiesta paseando la plaça con un coche con Gonzalo del Poço regidor comisario de la dicha fiesta 

No se debió respetar el orden de la fiesta, pues al devolverse a toriles, sitos en la planta baja del ayuntamiento, el tercer toro de la tarde, un impetuoso Gonzalo del Pozo, regidor de la villa y, como comisario nombrado para la fiesta, obligado a costear parte de la misma, que ya había amenazado con moler  a palos a los clérigos si seguían picando a los toros con sus garrochas, fue espada en mano dispuesto a poner orden entre tanto religioso aficionado al arte de cúchares, mientras llamaba pícaro al clérigo Francisco Martínez Macacho. Medió el corregidor, acompañado de hombres de espíritu más moderado, pero una vez subido al tablado, arrebató violentamente el rejón al licenciado Rosillo. La violencia se desató a continuación, Parece ser que Francisco Martínez Macacho ofreció alguna resistencia, que, a pesar de la mediación del corregidor y el regidor Miguel Sevillano, y que su oposición provocó una pelea. Pero en el otro bando se buscaba la pelea, pues se lanzaban insultos y el propio capellán del corregidor, Francisco López Caballón, recogía las piedras sueltas de un suelo mal empedrado. Diego del Pozo, Alonso Díaz de Cantos y Martín López Caballón la emprendieron a cuchilladas contra Francisco Martínez Macacho, primero, que resultó herido, y contra Diego Fernández, herido en una pierna, y Andrés Rufato, después. De los testimonio se desprende que los clérigos no estaban inermes, algunos de ellos desenvainaron espadas, aparte del uso de las garrochas que llevaban.
Y Francisco Martínez Macacho clérigo que estaba en el dicho tablado oyó este testigo que el dicho Gonzalo del Pozo le trató mal de palabra diciéndole que hera un pícaro y a este tiempo a un lado del tablado venía Diego del Pozo, su hermano, metiendo mano a su espada y el dicho clérigo se començó a bajar para irse a su casa sin armas ni otra defensa al tiempo de bajar le tiraron dos o tres palos y le començaron a guchillar y acudió mucha gente y todos daban sobre él unas cuchilladas y estocadas y otros palos y yendo se retirando se cayó en el suelo y estando en él le tiró una cuchillada el dicho Diego del Poço con que le hirió la caueça y el dicho Gonzalo del Pozo dixo "muera que a gusto de todos va" y le tiraron dos estocadas y tubo dicha que se combraron las espadas y e levantó y con una espada que auía arremetido a quitar a un hombre que allí estava se defendió y se fue retirando y salió de la plaza y se fue a curar llevándole asido el dicho corregidor hasta la puerta de la yglesia
La acción de la autoridad civil no dejaba de ser una agresión contra el estado eclesiástico. Así, el asunto acabó en manos del provisor del obispado, don Miguel de Paternina y Vergara, que sin esperar la obligada probanza tomó cartas en el asunto ordenando, si no de las autoridades principales (el corregidor estaba incluido en el mandamiento de prisión, aunque no se ejecutó), el secuestro de bienes y personas de los implicados directamente en el suceso, de un rango social menor; los culpados eran los hermanos del Pozo, de segundo apellido Caballón, los hermanos López de Caballón y Alonso Díaz de Cantos. Al secuestro de bienes se unió la excomunión que les impedía acudir a misa los domingos y fiestas de guardar. Esta última pena nos pudiera parecer de mayor gravedad en la sociedad del momento, y sin duda lo era, pero vista la historia del pueblo, sabemos que hasta el doctor Cristóbal de Tébar la sufrió por casar en secreto a  la adolescente María Valderrama con el joven Jorge Mendoza.

Del secuestro de bienes podemos hacernos una idea de los bienes que poseía un regidor. Sus rentas procedían más del negocio del vino que del ejercicio de sus obligaciones espirituales. Gonzalo del  Pozo, en el momento del secuestro de bienes, disponía de doscientas arrobas de vino y de seis tinajas con capacidad para otras doscientas; sus enseres domésticos demuestran cierta comodidad: media docena de sillas cubiertas de baqueta de moscovia con clavos dorados, dos cofres, seis almohadas de estrado de terciopelo azul, una alfombra de estrado de colores o cuatro reposteros de armas de colores.

Las tornas habían cambiado, ahora los presos eran Gonzalo del Pozo y Martín López de Caballón, el resto estaban huidos. La prisión de Gonzalo tornó de San Clemente a Cuenca, donde llegado el siete de noviembre, se le obligó a permanecer bajo pena en el mesón del Pozo. La disputa entre los dos bandos se había agriado entre los dos bandos; el martes catorce de noviembre, Gonzalo del Pozo abordó en la calle de los Tintes de la ciudad de Cuenca, de malas maneras y con insultos a Juan Redondo, que dirigiéndose, a eso de las doce, a comer a su casa con manteo y sotana, vio cómo salió
de enmendio de la calle que llaman de los Tintes Gonçalo del Poço y con poco temor de Dios y en daño de su ánima y conciencia y sin atender a que mi parte es sacerdote le desafió con forma las palabras diciendo "anda acechando si estoi preso o por donde ando cuenta al probisor, si es hombre tráygase su espada y sálgase aquí afuera que voto a Christo le tengo que cortar las orejas y asiéndole del manteo le tiraba de él repitiéndolo muchas veces y diciendole otras palabras feas
La cárcel voluntaria de Gonzalo del Pozo, aparte de la insidiosa vigilancia del cura Juan Redondo por ver si la cumplía, no duró mucho, pues, a decir de algún testigo, se le había visto huir, ayudado por un criado, con su caballo negro. Gonzalo del Pozo había acudido hasta Cuenca para responder ante el Santo Oficio; las condiciones de su prisión eran relajadas pues se hallaba alojado en el citado mesón de la ciudad de Cuenca, llamado el Pozo o mesón Pintado, en la calle de Carretería, que regentaba un tal Miguel Moracho. Aprovechando estas condiciones de semilibertad, había huido en dirección a San Clemente. Se le había visto camino de su casa, en la venta Amarga de Valverde del Júcar y se decía que le esperaba en San Clemente Martín López de Caballón que le había de proveer de dineros necesarios para un alejamiento temporal.

El provisor del obispado de Cuenca nombra juez de comisión para el caso a Juan de Hinojedo, que emitía mandamiento de prisión el veinte de noviembre de 1634 contra el huido Gonzalo del Pozo y ordenaba un nuevo embargo de bienes que se ejecutó seis días después, a pesar de la oposición de su mujer, María Álvarez, que alegaba haber llevado en dote al matrimonio 23.000 reales. El embargo nos ayuda a conocer el hogar de una persona acomodada: cuatro sillas más baqueta de moscovia y clavería dorada, un completo y costoso ajuar de cama, incluidos dos colchones, otra tinaja de vino de cuarenta arrobas, y ya un gusto por decorar la casa con cuadros de escenas religiosas: un San Francisco, un Jesucristo atado a la columna y un San Pedro.

Detrás de todas estas intrigas andaba la persona del cura de la villa, el doctor Juan Gregorio de Santos, sucesor del doctor Tébar en la parroquia de Santiago. Las acusaciones intentan extenderse sin éxito contra el corregidor Francisco Villavicencio y Cuenca. Mientras, tanto los hermanos del Pozo como los López Caballón habían decidido defenderse, dotándose de los servicios como abogado de uno de los procuradores más prestigiosos de San Clemente, Gabriel López de Haro, y llevando su caso al vicario general de Alcalá de Henares.

Pero, ¿quiénes eran estos hombres, que, hasta ahora, nos aparecen ocultos en la historia de la villa de San Clemente? Tanto Gonzalo como Martín eran mesoneros, disponiendo de sus respectivos mesones en la plaza del pueblo. En el primer caso, su fortuna le había llevado a comprar una regiduría perpetua en el ayuntamiento. Su proyección social, deudora de un oficio bajo, pero fuente de grandes ingresos en una villa que recibía multitud de foráneos y burócratas, en su condición de corte manchega, era muy mal vista en el pueblo. Sus modales, y los de su hermano Diego, dispuestos a resolver cualquier pendencia a palos y pedradas provocaban el rechazo social; su riqueza, capaz de competir con los Astudillo o los Ortega en sufragar festejos populares, provocaba la envidia popular; y en esto, los curas tenían especial habilidad para recoger el odio ajeno. Sin duda, los rejonazos de los curas iban más contra los mesoneros que contra los toros. Es más, creemos que esta familia  del Pozo está emparentada con el vicario Juan del Pozo, sufragador del puente de San Pablo de Cuenca, y a quien vemos rondar por San Clemente en julio de 1553. No descartamos que la familia hiciera fortuna con el negocio de los mesones y que tanto el de San Clemente como el de Cuenca fueran de su propiedad.

Tras su huida y fracaso en la apelación ante el vicario de Alcalá de Henares, Gonzalo del Pozo vuelve a San Clemente para responder ante la justicia. El veinte de mayo de 1635 declara ante el notario episcopal, se defiende alegando que la herida de Francisco Martínez Macacho es propia de un descalabrado y que el incidente de la calle de los Tintes no es sino defensa en su verbalismo de quien se sentía atacada por un inocente cura que escondía una espada bajo su manteo. Torpe confesión pues a continuación su propio hermano declaró haber dado una cuchillada al clérigo. Las conclusiones del fiscal, licenciado Felipe de Villagómez, del 30 de junio son acusatorias contra los hermanos del Pozo, ratificadas tanto por los testigos presentados en la ciudad de Cuenca como por esos otros de la probanza de la villa de San Clemente ante el alguacil de fiscal Lorente López de Tébar. De nuevo los hermanos del Pozo apelarán al provisor de Alcalá de Henares. Pero verse en pleitos en aquella época era enfrentarse a la ruina de la hacienda familiar.

-------------------------------------------

Mi agradecimiento personal a Julia Toledo, por darme a conocer este pleito. Quedo en deuda con ella, como en tantas otras ocasiones


(1) TORRENTE PÉREZ, Diego. Documentos para la Historia de San Clemente, Tomo II. Madrid, 1975, pp. 229-232

(2)https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2017/03/la-rivalidad-taurina-entre-san-clemente.html

Fuente: Archivo Diocesano de Cuenca.  Curia episcopal, legajo 920 / 3416