La mancebía de San Clemente estaba situada junto al juego de pelota. La zona debía ser un centro de ocio de la época para disfrute de los jóvenes acomodados de la sociedad sanclementina. El carácter público del establecimiento, reconocido socialmente, lo aleja de la imagen de otros pueblos con vecinas dedicadas al oficio por el estado de necesidad o marginalidad social en que vivían, pero integradas en la comunidad. Aquí la prostitución era una profesión; las mujeres, mal que a su pesar, vivían del oficio. La mancebía era, ante todo, mancebía pública.
No nos es posible precisar la ubicación actual de la mancebía pública, pero por los testigos sabemos que en su proximidad se extendían cebadales, que delante de ella se encontraba el mencionado juego de pelota y que se llegaba hasta allí, tal como hicieron los jóvenes Agustín Perona y Alonso de Valenzuela por la calle de Juan de Sevilla de que llegaron a las quatro esquinas de las casas de Miguel López Lorençio oyeron boçes haçia la mancebía.
Hacia los cebadales y huyendo por encima de las paredes escapó Diego de Iniesta inmediatamente después de herir al alguacil mayor Argüello; también abandonó el lugar Pedro de Mondragón. Pero tras los nervios del primer momento, por la declaración del padre de Diego Iniesta sabemos que hasta las nueve de la noche del día siguiente, 25 de mayo, su hijo estuvo en su casa. Y es que la justicia tardó en ponerse en marcha. Dos eran las razones, a nuestro entender: la primera, la actitud contemplativa que en los sucesos habían tenido dos jóvenes, Agustín de Perona y Alonso de Valenzuela, pertenecientes a familias principales del pueblo, y la segunda, que el alcalde mayor del Marquesado, residente en San Clemente, se encontraba en ese momento en Villanueva de la Jara.
Las primeras pesquisas judiciales las llevó el alcalde ordinario Miguel de los Herreros, al día siguiente de los hechos. Los tardanos interrogatorios del alguacil Juan de Argüello, convaleciente de sus heridas en casa del cirujano Juan de Mérida, y sus dos colaboradores accidentales en la mancebía, el alguacil Pedro de Perona y Agustín Ramírez, le llevó a centrar su acción en los tres principales sospechosos: Pedro de Mondragón, Diego de Iniesta y Roque Flórez.
El alcalde formó una patrulla improvisada (a la que se apuntó entre otros Agustín de Perona, para despejar dudas sobre su presencia en la mancebía), para acudir a casa de los sospechosos y detenerlos. Acuden en primer lugar a la casa del hidalgo Juan de Orbea Mondragón, pero ni él ni su inculpado hijo están presentes, tal como les confiesan su mujer y otro hijo menor. Se desplazan a la Iglesia de Santiago, que como lugar sagrado, suele ser cobijo de los delincuentes, pero está vacía y sus puertas cerradas. A media noche, y con más fortuna, encuentran en casa de su padre Beltrán a Roque Flórez, que sin ofrecer resistencia es conducido a la cárcel. En casa paterna de Diego de Iniesta tendrán menos suerte, a pesar de buscar con un alumbre por todos los rrincones secretos e públicos de la dicha casa; en la casa está su padre y un mozo que confiesan que Diego ha decidido huir apenas hace tres horas. Sonsacan también que la noche de antes la ha pasado en casa de un tal Campillo, yerno de Alonso García, pero allí tampoco están. Ya sólo quedan ermitas y conventos por registrar: ni en la ermita de San Roque ni en la de San Sebastián está; tampoco en el monasterio de San Francisco, donde no se deja pasar a la patrulla y se les despide.
Un temeroso Roque Flórez, mozo de veintidós años, defiende desde la cárcel su inocencia y lo casual de su presencia en la mancebía. Es verdad que iba armado, pero también lo iba el teniente de alguacil Pedro de Perona, que lejos de ejercer su oficio, se encontraba en la cama con una mujer pública en el memento de los hechos, y al que él y Diego de Iniesta habían acompañado con idéntico fin. A la mancebía también habían entrado armados Agustín de Perona y Alonso de Valenzuela. Antes de que Argüello recibiera sus heridas, precisará con clara finalidad acusatoria.
La trama se complica. Pedro de Mondragón ha llegado sólo a la mancebía. Este testarudo vasco parece que busca el placer por el placer, más allá de aventuras juveniles; pero Pedro de Perona busca el placer y la juerga. Acude al prostíbulo en compañía de Roque Flórez y por el camino convence a Diego de Iniesta para que se una. En la mancebía, Diego se encontrará casualmente con Pedro de Mondragón su amigo de siempre.
El alcalde Miguel de los Herreros ahondará en sus pesquisas. Sus sospechas recaerán sobre Agustín, hijo del licenciado Perona, y Alonso Valenzuela, de familia de regidores. Ambos se defienden: han acudido a la mancebía tras oír las voces desde la casa de su amigo Roque de Garnica, desmintiendo a algún testigo que los situaba de antes en el burdel. Han visto lo justo, a Roque Flórez y Diego de Iniesta, cobijados en sus capas, pero no al agresor, tan sólo al alguacil mayor caer al suelo malherido, mientras dice me ha muerto el traidor. El alcalde les acusa de intervenir en las heridas del alguacil. Ellos se defienden; han acudido a los gritos de favor a la justicia del alguacil mayor y le han acompañado hasta la casa del cirujano para que le preste los primeros auxilios. Pero un rústico llamado Juan Vázquez niega su versión. Ha sido él quien auxilió al herido llevándolo hasta la casa de un vecino llamado Diego Sánchez, aunque enseguida se ha vuelto preocupado por que alguien le robe su pollino que ha dejado abandonado. Es más también ha visto refugiarse a Pedro de Mondragón en la casa de Diego Sainz Olivares.
El alcalde Miguel de los Herreros decide abandonar esta línea acusatoria. Obtiene el peritaje del cirujano sobre la gravedad de las heridas y llama de nuevo, ya el día 27, a testificar al alguacil Pedro de Perona, que mantiene la línea oficial que acusa a los tres acusados, no sin antes testificar su defensa a favor del alguacil mayor Juan de Argüello, y plantear nuevas dudas sobre Agustín y Alonso.
Para entonces, el jueves 26 por la noche, ha regresado, desde Villanueva de la Jara, el alcalde mayor del Marquesado, el licenciado Céspedes de Cárdenas, que toma en sus manos los autos, iniciados por Miguel de los Herreros. Junto a los autos recibe el alcalde mayor la noticia de que Pedro de Mondragón y Diego de Iniesta han huido a El Provencio, tierra de señorío. Allí son protegidos por la señora del lugar, la mujer de Manuel de Calatayud. Al hecho delictivo se une ahora un conflicto de jurisdicciones. El caso se complica sobremanera.
(continuará)
AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 343 BIS, 5. Juan de Argüello, alguacil mayor del Marquesado de Villena, contra vecinos de la villa de San Clemente por haberle herido cuando intentaba desarmar a Pedro de Mondragón en la mancebía. 1558
No nos es posible precisar la ubicación actual de la mancebía pública, pero por los testigos sabemos que en su proximidad se extendían cebadales, que delante de ella se encontraba el mencionado juego de pelota y que se llegaba hasta allí, tal como hicieron los jóvenes Agustín Perona y Alonso de Valenzuela por la calle de Juan de Sevilla de que llegaron a las quatro esquinas de las casas de Miguel López Lorençio oyeron boçes haçia la mancebía.
Hacia los cebadales y huyendo por encima de las paredes escapó Diego de Iniesta inmediatamente después de herir al alguacil mayor Argüello; también abandonó el lugar Pedro de Mondragón. Pero tras los nervios del primer momento, por la declaración del padre de Diego Iniesta sabemos que hasta las nueve de la noche del día siguiente, 25 de mayo, su hijo estuvo en su casa. Y es que la justicia tardó en ponerse en marcha. Dos eran las razones, a nuestro entender: la primera, la actitud contemplativa que en los sucesos habían tenido dos jóvenes, Agustín de Perona y Alonso de Valenzuela, pertenecientes a familias principales del pueblo, y la segunda, que el alcalde mayor del Marquesado, residente en San Clemente, se encontraba en ese momento en Villanueva de la Jara.
Las primeras pesquisas judiciales las llevó el alcalde ordinario Miguel de los Herreros, al día siguiente de los hechos. Los tardanos interrogatorios del alguacil Juan de Argüello, convaleciente de sus heridas en casa del cirujano Juan de Mérida, y sus dos colaboradores accidentales en la mancebía, el alguacil Pedro de Perona y Agustín Ramírez, le llevó a centrar su acción en los tres principales sospechosos: Pedro de Mondragón, Diego de Iniesta y Roque Flórez.
El alcalde formó una patrulla improvisada (a la que se apuntó entre otros Agustín de Perona, para despejar dudas sobre su presencia en la mancebía), para acudir a casa de los sospechosos y detenerlos. Acuden en primer lugar a la casa del hidalgo Juan de Orbea Mondragón, pero ni él ni su inculpado hijo están presentes, tal como les confiesan su mujer y otro hijo menor. Se desplazan a la Iglesia de Santiago, que como lugar sagrado, suele ser cobijo de los delincuentes, pero está vacía y sus puertas cerradas. A media noche, y con más fortuna, encuentran en casa de su padre Beltrán a Roque Flórez, que sin ofrecer resistencia es conducido a la cárcel. En casa paterna de Diego de Iniesta tendrán menos suerte, a pesar de buscar con un alumbre por todos los rrincones secretos e públicos de la dicha casa; en la casa está su padre y un mozo que confiesan que Diego ha decidido huir apenas hace tres horas. Sonsacan también que la noche de antes la ha pasado en casa de un tal Campillo, yerno de Alonso García, pero allí tampoco están. Ya sólo quedan ermitas y conventos por registrar: ni en la ermita de San Roque ni en la de San Sebastián está; tampoco en el monasterio de San Francisco, donde no se deja pasar a la patrulla y se les despide.
Un temeroso Roque Flórez, mozo de veintidós años, defiende desde la cárcel su inocencia y lo casual de su presencia en la mancebía. Es verdad que iba armado, pero también lo iba el teniente de alguacil Pedro de Perona, que lejos de ejercer su oficio, se encontraba en la cama con una mujer pública en el memento de los hechos, y al que él y Diego de Iniesta habían acompañado con idéntico fin. A la mancebía también habían entrado armados Agustín de Perona y Alonso de Valenzuela. Antes de que Argüello recibiera sus heridas, precisará con clara finalidad acusatoria.
La trama se complica. Pedro de Mondragón ha llegado sólo a la mancebía. Este testarudo vasco parece que busca el placer por el placer, más allá de aventuras juveniles; pero Pedro de Perona busca el placer y la juerga. Acude al prostíbulo en compañía de Roque Flórez y por el camino convence a Diego de Iniesta para que se una. En la mancebía, Diego se encontrará casualmente con Pedro de Mondragón su amigo de siempre.
El alcalde Miguel de los Herreros ahondará en sus pesquisas. Sus sospechas recaerán sobre Agustín, hijo del licenciado Perona, y Alonso Valenzuela, de familia de regidores. Ambos se defienden: han acudido a la mancebía tras oír las voces desde la casa de su amigo Roque de Garnica, desmintiendo a algún testigo que los situaba de antes en el burdel. Han visto lo justo, a Roque Flórez y Diego de Iniesta, cobijados en sus capas, pero no al agresor, tan sólo al alguacil mayor caer al suelo malherido, mientras dice me ha muerto el traidor. El alcalde les acusa de intervenir en las heridas del alguacil. Ellos se defienden; han acudido a los gritos de favor a la justicia del alguacil mayor y le han acompañado hasta la casa del cirujano para que le preste los primeros auxilios. Pero un rústico llamado Juan Vázquez niega su versión. Ha sido él quien auxilió al herido llevándolo hasta la casa de un vecino llamado Diego Sánchez, aunque enseguida se ha vuelto preocupado por que alguien le robe su pollino que ha dejado abandonado. Es más también ha visto refugiarse a Pedro de Mondragón en la casa de Diego Sainz Olivares.
El alcalde Miguel de los Herreros decide abandonar esta línea acusatoria. Obtiene el peritaje del cirujano sobre la gravedad de las heridas y llama de nuevo, ya el día 27, a testificar al alguacil Pedro de Perona, que mantiene la línea oficial que acusa a los tres acusados, no sin antes testificar su defensa a favor del alguacil mayor Juan de Argüello, y plantear nuevas dudas sobre Agustín y Alonso.
Para entonces, el jueves 26 por la noche, ha regresado, desde Villanueva de la Jara, el alcalde mayor del Marquesado, el licenciado Céspedes de Cárdenas, que toma en sus manos los autos, iniciados por Miguel de los Herreros. Junto a los autos recibe el alcalde mayor la noticia de que Pedro de Mondragón y Diego de Iniesta han huido a El Provencio, tierra de señorío. Allí son protegidos por la señora del lugar, la mujer de Manuel de Calatayud. Al hecho delictivo se une ahora un conflicto de jurisdicciones. El caso se complica sobremanera.
(continuará)
AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 343 BIS, 5. Juan de Argüello, alguacil mayor del Marquesado de Villena, contra vecinos de la villa de San Clemente por haberle herido cuando intentaba desarmar a Pedro de Mondragón en la mancebía. 1558
No hay comentarios:
Publicar un comentario