El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

lunes, 14 de enero de 2019

Cuando la villa de San Clemente intentó destruir El Provencio un día de San Roque de 1524



Desde el fin del levantamiento de las Comunidades, las relaciones entre San Clemente y El Provencio se habían deteriorado notablemente. Para el 23 de febrero de 1253, el regidor provenciano Sancho Hernández de Titos y el vecino Francisco López de Herreros estaban presos en la cárcel de San Clemente, Su delito, haber levantado el cadáver de Gracia López, una vecina de Las Mesas asesinada por su marido en La Cañada, junto al donadío de Santiago de la Torre, supuestamente en término de San Clemente, y llevarlo a El Provencio. Era un incidente más, ya en 1515 Lope de Aguado, alguacil de El Provencio, había sido apresado por la justicia de la villa vecina por entrar en sus términos tras un delincuente. Pero ahora los hechos se sucedieron con suma gravedad.

Si Santa Catalina era lugar de encuentro que acababa con desencuentros, otro tanto ocurría con la festividad de San Roque. Fiesta de gran tradición en la que se corrían toros en El Provencio y a la que asistían los sanclementinos. En otro lugar, ya hemos mencionado los hechos violentos que se generaban en estos acontecimientos, cuando los sanclementinos solían rematar la faena matando al toro, algo no contemplado en los cánones de la fiesta. Nos ha quedado constatación de la pelea de San Roque de 1566, que hemos narrado (*), pero los hechos más violentos acaecieron el dieciséis de agosto de 1524. Ese día de San Roque, la fiesta, tras la disputa por un toro, acabó en tragedia. Además del toro, los sanclementinos mataron a varios provencianos.

Los provencianos, o eso decían ellos, en la representación de su procurador ante el Consejo Real, habían concertado con un vaquero la contratación de las fiestas de San Roque. De sus palabras se deduce que el acuerdo no estaba cerrado, un toro para provar e que si les contentase se los pagarían. El vaquero debió llevar el toro a pastar a la dehesa de Majara Hollín. Con el toro, debía pasar lo mismo que con la dehesa de Majara Hollín, que tanto provencianos como sanclementinos los consideraban de su propiedad. En el caso, del toro, sin duda, fue determinante el doble juego del vaquero en ofrecer el toro a unos y otros. El caso es que, en la duda, quien tomó la determinación de llevarse el toro  a su villa de El Provencio fue don Alonso de Calatayud. Para más inri, la decisión la tomó en la misma dehesa y delante los vecinos de San Clemente, que apostaban por llevarse el toro a su villa.

La decisión de don Alonso de Calatayud provocó un conflicto inimaginable. Mientras el toro era encerrado en los corrales de El Provencio, listo para ser corrido en la fiesta, las campanas de la iglesia de Santiago apóstol repicaban sin cesar y los pregoneros llamaban a viva voz a todos los sanclementinos para reunirse e ir mano armada contra la villa de El Provencio. Un gran ejército de setecientos vecinos sanclementinos, y no es metáfora, se aprestó a marchar contra la villa en perfecta formación militar
que serían asta setezientos onbres poco más o menos e que truxeron su atanbor e vandera tendida e carvajal e todos armados de diversas armas de picas e lanças e vallestas y cosoletes e coraças e otras armas e puestos en ordenança yendo esquadrones los de pie e otros de cavallo venieron a la dicha villa del Provencio e que trayan consigo el que avía sido capitán de la comunydad pasada y al que fue alferes della y que trayan el mismo atanbor que tenían en la dicha comunidad y que dezía y llamava traydores a los de la dicha villa del Provençio e otras muchas palabras 
Las Comunidades estaban derrotadas hacía algo más de tres años. Sin embargo, la villa de San Clemente conservaba la organización militar creada algo más de tres años antes, incluidos sus cuadros militares de mando e insignias. Junto a la organización militar, nos sorprende la rápida y ordenada movilización: con un carácter inmediato, varios escuadrones de sanclementinos armados se abalanzaron sobre sus vecinos y rivales provencianos.

Viendo la gravedad de los hechos, don Alonso de Calatayud intentó mediar, ofreciendo su persona
dixo qué querían, que él hará todo lo que ellos querían e fuese rrazón e que no oviese desconçierto ninguno
Para intentar sosegar a los sanclementinos, los provencianos hicieron soltar el toro, o al menos eso contaban, pues los sanclementinos vieron, al arremeter la bestia, el acto como ataque. Su respuesta fue furibunda, destrozando la villa de El Provencio, mientras se insuflaban ánimos al grito de ¡Viva San Clemente!
andovieron por toda la dicha villa y se enseñorearon en ella diziendo viva San Clemente y otras palabras semejantes y que hizieron todo los susodicho tendida su vandera y tanyendo el dicho atanbor que salieron de la dicha villa y que fueron por el camino donde la dicha villa del Provençio tiene un pozo de agua duze y que derribaron el brocal y artifiçio con que sacavan el agua y que yéndose a la dicha villa de San Clemente quiseron tornar a acabar la dicha villa del Provençio
La rotura del expediente no nos deja ver el sentido de este nuevo ataque a la villa, aunque parece por desavenencias entre los sanclementinos se frenó en su furia. Sí nos ha quedado la narración de unos sanclementinos enfurecidos, robando un par de mulas de un provenciano llamado Miguel Díez y un buey a otro llamado Gonzalo Sánchez y robando otros ganados, recorriendo y destrozando las viñas de El Provencio, hasta llegar a Santa Catalina donde profanaron el templo religioso
e que hizieron muchos daños e estroços en la dicha villa e en las viñas de la dicha villa e que yéndose camyno como dicho es fazia una hermita de la dicha villa del Provencio que se dize Santa Catalina e la desçerrajaron e desquiçiaron y entraron por fuerça dentro e hizieron e cometieron muchos agravyos delitos daños de mucha punyçión e castigo por ende nos suplicaba e pedía por merçed mandásemos ynbiar una persona de nuestra corte pues la calidad del caso lo rrequería que hiziese la pesquysa de todo lo susodicho e castigase los culpados a las más graves penas que hallase por fuero o por derecho e les fiziese sobre todo cunplimiento de justiçia porque sino lo manda más prover ternían atrevymiento otras vezes atrevyendo de hazer e cometer semejantes delitos por ser jente rrica e cabdalosa (los sanclementinos) e que en los levantamyentos pasados fueron prinçipales partes en la dicha tierra e los que levantaron e faboresçieron la dicha comunydad por toda la comarca 
Los ataques, aparte de la imagen de violencia que dio la parte porvenciana, iban dirigidos contra lugares emblemáticos. El pozo de agua dulce nos aparece en los amojonamientos como uno de los cinco pozos que marcaban en 1459 los límites de los términos sanclementinos. La ermita de Santa Catalina era un centro espiritual de toda la comarca, donde afluían en procesión y romería provencianos, sanclementinos, villarrobletanos o moradores de Santiago. Pero una ermita, que por simple proximidad geográfica, sin obviar la devoción de la santa, era querida por los provencianos como suya propia.

Por referencias posteriores sabemos que durante los incidentes hubo varios muertos. En las probanzas de testigos, los sanclementinos acusaron a las personas favorables a El Provencio de ser deudos de los asesinados. En cuanto, a la implicación de los principales sanclementinos en la rebelión de las Comunidades es un hecho constatado, por las acusaciones cruzadas entre los bandos. Siendo segura la participación del hidalgo Martín Ruiz de Villamediana. La Corte, reunida en Valladolid y con la presencia del emperador Carlos decidió actuar con toda determinación dando en Valladolid el 30 de agosto de 1524 comisión en plazo por cincuenta días al juez pesquisidor Alvaro Salcedo y al escribano Miguel de Lucio para averiguar los hechos. A la comisión se unió un alguacil, Juan Fanega. Hasta Valladolid se había desplazado en nombre de la villa de El Provencio, Julián Grimaldos, que fue recibido por el Emperador Carlos y su Consejo. En presencia del procurador provenciano, el uno de septiembre, se dio la carta de comisión al licenciado Salcedo para castigar los hechos. La comisión amplió su término dos veces más. El Consejo entendió rápidamente el grave conflicto que existía en torno a los mojones, hacia cuya cuestión derivaron las actuaciones. El día ocho de octubre el procurador provenciano pide se prolongue por primera vez la comisión pues hay muchos inculpados, más de setecientos. La comisión se prorroga otros treinta días. El día cinco de noviembre es don Alonso de Calatayud quien pide la prorrogación de la comisión y la restitución de mojones para su villa, según la Ley de Toledo.

Don Alonso de Calatayud y el concejo de El Provencio aprovecharán el sangriento conflicto con la villa vecina, para conseguir la jurisdicción sobre sus términos e intentar acabar con el cobro de alcabalas en su territorio por los arrendadores sanclementinos. Las relaciones entre ambas villas estaban regidas por la fuerza. San Clemente, villa grande e resçia, pueblo de muchos más vezinos e onbres rricos, imponía su voluntad, aunque El Provencio no se quedaba atrás a la hora de prendar ganados en dehesas como Majara Hollín, que pretendían  cerrar en su provecho exclusivo.

El día ocho de octubre de 1524, además de ampliar la comisión, el Consejo Real decide ampliar la comisión del licenciado Álvaro Salcedo a los asuntos de jurisdicción y términos. En un concejo abierto de 24 de octubre de 1524, los vecinos de El Provencio dan su poder a Fabián García para que defienda los términos de la villa. En un memorial, ante el licenciado Salcedo, el procurador define lo que han de ser los límites de la villa y que el futuro ratificará, aunque pasarán dos décadas par su confirmación.

(*) La rivalidad taurina entre San Clemente y El Provencio en 1566

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